No cabe dudas de que algunas de las cosas que el presidente
Chávez le reprochaba a Zapatero en la XVII Cumbre
Iberoamericana, aunque inoportunas y carentes de toda prudencia,
podrían ser ciertas. Quizás no lo era la acusación de que el
ex-presidente José María Aznar apoyara e interviniera
implícitamente en el golpe de Estado de abril de 2002 en su
contra, sin embargo, hemos de recordar que España fue el segundo
país, inmediatamente tras EE.UU., en reconocer al provisional
gobierno de Pedro Carmona, y que Aznar ofreció al nuevo
presidente su disponibilidad y apoyo. Si añadimos, además, el
patente y notorio compadreo que existía entre Aznar, Bush y el
inglés Blair, y que el venezolano ya arrastraba algo más que
discordias con George Bush (al que calificaba de "diablo"), no
cuesta mucho imaginar el alto grado de acritud que el dirigente
venezolano conserva en sus recuerdos por Aznar y el anterior
gobierno español.
Si echamos un vistazo a la obra de Chávez como presidente de
Venezuela desde febrero de 1999, tanto en obras e
infraestructuras -viviendas, carreteras, puentes, metros,
ferrocarriles, etc.,- como en programas sociales -educativos,
médico-sanitarios, producción de bienes y servicios, etc.-,
habría que calificarla como de muy aceptable y que muestra
políticas de cambio bastante más contundentes que las de otros
gobiernos anteriores. En esa línea ideológica se ha enfrentado a
las élites económicas de su país (que ya es decir), oponiéndose
y defenestrando a diplomáticos de los Estados Unidos y, de
manera más directa, a países cuyo alineamiento económico apoyan
políticas comerciales que se contraponen a los interés
económicos de su inusual gobierno. Como contrapartida, goza -o
ha gozado hasta hace poco- del reconocimiento del pueblo
venezolano, que en buen número le aclama, si bien existe amplia
controversia y hay -incluso entre sus filas- quienes mantienen
que la corrupción existente de gobiernos anteriores se mantiene
intacta.
Pero es en la política exterior donde el gobernante del Palacio
de Miraflores anda a la patacoja. Su filosofía y alineación con
mandatarios como el cubano Fidel Castro, el boliviano Evo
Morales, el nicaragüense Daniel Ortega, el vietnamita Nguyen
Minh Triet, el zimbabuense Robert Mugabe, el iraní Mahmud
Ahmadineyad, etc., de clara filosofía comunista o propulsores de
lo que ellos suelen llamar "nuevo socialismo" -todos ellos
enfrentados o con muy escasas relaciones con EE.UU. y la mayoría
de países del llamado mundo accidental-, le hace estar en una
postura difícilmente aceptable por gobiernos, financieros y
empresarios con estructuras políticas de distinto signo. Si lo
analizamos con algo más detenimiento -aunque algunos analistas
sostienen y aseveran "que el gobierno del presidente Chávez se
rige por alineamientos similares a los observados en Cuba por el
gobierno de Fidel Castro"-, podemos ver que su política no es de
izquierda ni de derecha, ni de arriba ni de abajo, sino su
propia política: la "política" de Hugo Chávez.
Para saber si esta tan especial "forma política" es buena o es
mala para el pueblo venezolano en particular y la sociedad en
general, habrá que esperar a que el paso del tiempo lo
certifique. En mi opinión de simple ciudadano de la Europa de
estos tiempos -o súbdito del capital, como quieran-, a pesar de
que cada vez son más los alineados en ese particular "nuevo
socialismo", no creo previsible que puedan tener continuidad en
el futuro: el dios omnipotente que rige los destinos de los
hombre desde que el mundo es mundo, o sea, don Dinero -de cuyo
nutrido y admirado santoral tenemos buena muestra en esas
codiciadas estampitas que los creyentes llaman "dólar"- no puede
permitirlo. Son muchos intereses, mucho lo que se juegan los que
rigen el cotarro a este lado del mundo como para permitir que
unos pocos iluminados, evangelistas novum Rerum Novarum, les
pongan fronteras en su sagrado quehacer y encima les enmienden
la plana.
Imagínense los grandes inversores españoles, BSCH, BBVA,
Telefónica, Repsol, etc. -y los llegados de otros "nidos"-, ante
las recientes palabras del venezolano: "tendré que echar ojo a
las empresas españolas... tengo la lista de todos... los
españoles compraron unos bancos en Venezuela... No me cuesta
nada recuperarlos y nacionalizarlos...", o las últimas respecto
a EE.UU. previendo lo que pudiera pasar con motivo del reciente
referendum -donde, por cierto, sus muy amados "hijos" le dijeron
que nones-, "cerraré canales de televisión, expulsaré
periodistas y detendré la exportación de petróleo a EE.UU."
Al margen de que su política sea mejor o peor -o de la forma que
cada uno quiera calificarla-, de lo que no cabe dudas es de la
manifiesta poca o nula prudencia del dirigente. Con sus
continuados reproches al presidente Zapatero durante el discurso
de éste en la Cumbre, con sus declaraciones a la prensa mundial
respecto a los Bancos y empresas españolas, con sus amenazas de
negar el suministro de petróleo a EE.UU. y "al mundo", con su
ruptura y descalificaciones al gobierno de Colombia, etc., el
presidente venezolano nos demuestra, con un desprecio total a la
lógica, no ya sólo su carencia de diplomacia, prudencia,
discreción y buen juicio, sino una prepotencia, despotismo y
abuso del poder que le otorga su condición de presidente de una
nación que le hace ser, poco más o menos, como un loco con dos
pistolas.
No queda más remedio que, aún considerando su posible buena
voluntad en implantar una política distinta y positiva para su
país, calificarlo por lo que continuamente demuestra que es: un
auténtico bocazas.
El Rey Juan Carlos no debió haber cometido aquel fallo (la
indignación se alió con la nobleza) de decirle a un bocazas "Y
por qué no te callas". Debió levantarse, mirarlo fijamente,
escupir por el colmillo, pisotear el salivajo y haber abandonado
la sala con toda su dignidad. Es muy posible que la inmensa
mayoría de los congregados, incluida la anfitriona (y nula
moderadora del evento), hubiesen hecho los mismo. Allí sólo
hubieran quedado los cuatro evangelistas de la nueva era: San
Mateo Chávez, San Marcos Morales, San Juan Ortega y el beato
Pérez Roque en representación de San Lucas Castro. Todos
absortos y embelesados escuchando al primero en su particular
sermón de la montaña.