“La libertad jamás será algo otorgado,
sino que deberá conquistarse.” Simone de Beauvoir
Compañera sentimental de Jean Paul Sartre desde 1935, juntos
desarrollaron los postulados fundamentales del existencialismo,
sistema filosófico que, por otra parte, sirvió de base a la
mayor parte de la obra de Beauvoir.
Estrechamente vinculada al movimiento feminista francés de los
años setenta, está considerada como una de las figuras
emblemáticas del feminismo contemporáneo. La totalidad de su
producción se caracteriza por una voluntad ética y política. En
su libro El segundo sexo, proclama verdades fundamentales para
la mujer, que lo son también para el hombre, y son verdades tan
vivas que es preciso volver constantemente sobre ellas para
entender el complejo problema del ser humano en sus relaciones
consigo mismo y con la sociedad. La voz de Simone de Beauvoir
significó durante el siglo XX, la voz de la mujer contestataria
y militante del movimiento feminista. A su obra “El segundo
sexo” se le considera la biblia del feminismo, particularmente,
de la corriente conocida como “feminismos de la igualdad”. A su
muerte la filósofa francesa Élisabeth Badinter dijo: “Mujeres,
¡le debéis todo!”
“Las mujeres de hoy están en camino de destronar el mito de la
femineidad –escribía Simone de Beauvoir-; comienzan a afirmar
concretamente su independencia, pero sólo con gran esfuerzo
logran vivir integralmente su condición de ser humano”. Y
añadía: “Al hombre le corresponde hacer triunfar el reino de la
libertad en las entraña del mundo dado. Para lograr esa suprema
victoria es preciso, entre otras cosas, que por encima de las
diferenciaciones naturales, hombres y mujeres afirmen sin
equívocos su fraternidad”.
Simone de Beauvoir nace en París, el 9 de enero de 1908 y muere
en la capital francesa el 14 de abril de 1986. Perteneciente a
una familia de la alta burguesía, fue educada bajo una fuerte
moral cristiana, estudió filosofía en la Sorbona, donde conoció
a Jean Paul Sartre, lo que fue según ella “el acontecimiento
fundamental de mi existencia”. Enseñó filosofía en Marsella,
Rouen y, finalmente, regresó a París. La ocupación alemana a
causa de la Segunda Guerra Mundial la alejó de la enseñanza,
colaborando con la Resistencia Francesa. Con Sartre, Merleau
Ponty, Raymond Aron y otros fundó en 1945 la revista Les Temps
Modernes. Con la abogada Giséle Halini fundó la asociación
Elegir, a favor del derecho a una maternidad deseada, y con la
actriz Delphine Seyrig el Centro Audiovisual Simone de Beauvoir.
Comenzó su carrera literaria con algunas novelas de poco éxito.
Su primera novela, La invitada (1943), ofrece un enfoque
novedoso en cuanto al tratamiento psicológico de los personajes.
La sangre de los otros (1944) y Todos los hombres son mortales
(1947) ilustran la temática existencialista al defender la
inutilidad de toda empresa humana. Tanto el ensayo El segundo
sexo (1949), su libro más difundido, centrado en la condición y
reivindicación femeninas, como Los mandarines (1954, que obtuvo
el prestigioso Premio Goncourt), crónica basada en los
intelectuales de izquierda de la inmediata posguerra, fueron
prohibidos por la Iglesia católica.
En la introducción de El segundo sexo, la intelectual francesa
dice sobre las mujeres de su época: “Educadas por otras mujeres
en medio de un mundo femenino, su destino normal es el
matrimonio, que las subordina prácticamente al hombre; el
prestigio viril está muy lejos de haber desaparecido, pues
reposa todavía sobre sólidas bases económicas y sociales”. Entre
sus publicaciones destacan la trilogía autobiográfica Memorias
de una joven formal (1958), recuerdos de una juventud rica en
experiencias, en la que gozó ávidamente de la vida, La plenitud
de la vida (1960) y La fuerza de las cosas (1963), y las
narraciones Una muerte muy dulce (1964), escrita después de la
muerte de su madre, y La mujer rota (1967). El balance de una
vida dedicada a la militancia existencial, política y feminista
se evidencia en La vejez (1970) y Final de cuentas (1972). En
1981 publica La ceremonia del adiós, en la que ofrece una
controvertida versión de sus relaciones con Sartre.
Y es que, como dijo la intelectual y feminista francesa: “El
problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”.