Uno, que a pesar de su edad sigue siendo un incauto, pensaba que el despacho oval de Washington, el de presidencia en la Moncloa o el igual en el Elíseo, servían sólo para gobernar.

Creía, que todos los despachos del mundo, por suntuosos que fuesen, o humildes, estaban pensados para trabajar y que fuera cual fuese la belleza de sus alfombras y la riqueza de sus cuadros, en ellos se pensaba, se escribía, se analizaban situaciones y se configuraban estrategias.

Además, y a pesar de mi inocencia, sabía que, en contadas ocasiones, se habían regalado caricias y furtivos besos o, incluso, muestras de mayor amor como aquellas que más tarde hicieron tambalearse a un renombrado Presidente de allende los mares.

Son tantas las cosas que pueden hacerse en un despacho que, no sé por qué, me sigo sorprendiendo cuando me cuentan qué se hace.

No cabe duda que los tiempos que nos toca vivir, en el ámbito europeo o mundial, y sobre todo en el de nuestra propia Patria, son un sin fin de sobresaltos y de noticias contradictorias, cuando no enfrentadas, y que enfrentan a los mandatarios que tanto nos hacen sufrir cuando no devuelven parte de lo pagado -pues cuando algo nos devuelven, aunque sean 400 euros, otro gallo nos canta-, pero no podía imaginar que ellos mismos le dedicasen tanto a su quehacer que ni el francés de turno dispusiese de media jornada, o de la mitad de media, para acudir al juzgado, ayuntamiento o parroquia más cercana, y casarse con el tercer gran amor de su vida.

Ya recobrado de tanta sorpresa leo -un poco más abajo, en la misma noticia- que anuló su visita vespertina a un acuartelamiento y tomóse la tarde libre. ¡Ya me parecía a mí…!

Ahora que, para sorpresa, la que se llevó, hace pocos días, un ciudadano australiano al ser detenido por el presunto homicidio de su esposa.

Resultó ser que, en un alarde de imaginación -que confesó haber llevado a cabo en anteriores ocasiones-, “conectó” al cuerpo de su mujer el extremo de un cable eléctrico para, a continuación, enchufarlo a una vulgar toma de corriente de esas de 220 voltios que todos tenemos junto a la mesita de noche, y que sirven para que podamos leer en la cama o alimentar un moderno despertador que, habitualmente, nos produce el primer sufrimiento del día.

Se sorprendió, como ya he dicho, del resultado de su repetida gracieta amorosa. Quizá esperase que los ojos se le encendieran como luciérnagas eróticas, o que en su cuerpo brotaran, por cada uno de los poros, luces de carrusel de feria que hiciera mucho más juvenil el juego de su maduro deseo.

No he sabido si ella colaboró o si, en el fragor de los envites, fue conectada por sorpresa y falleció entre majestuosos retemblores y creyendo experimentar el mayor de los orgasmos posibles.

Descanse en paz la pobre afrodita, y enchúfenle al viudo uno de sus cables donde yo diga, aunque con algunos voltios menos para que no tengan que venir a detenerme.

Para terminar este folio que escribo mientras veo llover al otro lado de la ventana (eso sí es noticia), permítanme que les recuerde que todo esto que he dicho no es nada importante, que lo importante está al otro lado de sus propios cristales. En las calles y plazas de su ciudad y en cada rincón de su casa. Se llama crisis, se llama aumento en el importe de las hipotecas, se llama imposibilidad de acceso a la vivienda. Algunos se atreven a llamarlo inflación, sobre todo cuando regresan del mercado, de intentar hacer la compra con un puñado de euros.

Y si se fijan un poco más verán el sentido a la precampaña.

No desfallezcan. Pronto acabará y, para alegría de muchos y enriquecimiento de pocos, será sustituida por la auténtica campaña.

¿Qué que diferencia hay? Pues, según creo, que en la segunda se puede pedir el voto a los ciudadanos y en la primera no. ¿Será eso verdad?



 



 

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