Grigori Yefímovich Rasputín, también conocido como el Monje
Loco, nació en un pueblo de la Siberia llamado Prokróvskoie el
22 de enero de 1869. La historia de este místico personaje ruso
está llena de anécdotas. Si bien es cierto que provenía de una
familia campesina humilde y sin aspiraciones intelectuales,
también es cierto que, de una manera muy extraña y apadrinado
por el destino de ser un hombre santo y con poderes
sobrenaturales, logró inmiscuirse en las capas más altas de la
sociedad rusa. Cuentan que su fama empezó a sus doce años. En el
pueblo donde vivía surgió una pelea campal entre campesinos.
Alguien había robado un caballo de un corral y la gente furiosa
buscaba al animal. Cuando entraron a la casa de los padres de
Rasputín, vieron a un muchacho tirado en la cama y con una
fiebre galopante. Los campesinos expresaron la causa de su
visita. De pronto se levantó el jovenzuelo y dijo:
- No busquen a nadie, el ladrón esta entre ustedes.
Y apuntó con el dedo a un campesino, quien se negó rotundamente
de ser el ladrón. Entonces los agricultores asombrados le
preguntaron, de cómo sabía quien era el ladrón, a lo que
contestó:
- Lo sé con seguridad.
Los visitantes no le dieron mucha importancia y creyeron que
estaba alucinando a consecuencia de la fiebre. Luego se
marcharon sin encontrar el caballo. Pero un par de hombres
pensaron que podía haber algo de cierto en las palabras del
adolescente. Y al despuntar la noche, lo persiguieron al
sospechoso campesino. De repente entró a una cabaña y luego
salió con el caballo robado. Al día siguiente corrió el rumor,
en todo el pueblo, que Rasputín era adivino. Y empezó su fama
que, con el tiempo, fue ascendiendo vertiginosamente. Confiado
en su reputación comenzó a predecir cosas a diestra y siniestra.
Algunas resultaban ser ciertas y otras no.
Lo cierto es que en aquellos tiempos, los rusos eran muy
supersticiosos y se dejaban influir por todo lo místico y falsas
profecías. La historia cuenta que en la Siberia surgieron
personas sagradas de toda índole y clarividentes que predecían
el destino de los hombres. La superstición era parte de la vida
cotidiana.
Rasputín era la oveja negra de la familia y sus padres se
preocupaban mucho por su destino. No le gustaba trabajar, bebía
con frecuencia, era un camorrero de primera y se la pasaba
mirando a mujeres. Se cree que estaba involucrado en robos,
aunque nunca le pillaron con las manos en la masa.
Su voraz apetito sexual empezó a temprana edad y dicen que sus
métodos de conquista eran cada vez más groseros y vulgares.
Paradójicamente a su mal comportamiento se interesó, desde muy
joven, por la religión. Empezó entonces a visitar monasterios,
acto que causó risas y comentarios en el pueblo porque era
conocido más bien como un truhán que aplanaba las calles
molestando a mujeres. A los 18 años ingresa a una secta
religiosa erótica de nombre “Los flagelantes” (Khlysty). Los
miembros de esta secta adoraban, entre otros, a los dioses del
placer y la pasión. Creían que el arrepentimiento se alcanzaba
mediante el pecado y practicaban orgías con frecuencia. Según el
dogma de “Los flagelantes”, el orgasmo es el momento “en el que
el espíritu santo se posa sobre los hombres”.
Tomando en cuenta su comportamiento, los padres querían que su
hijo siguiera la tradición familiar. Es decir, que se dedicará a
la agricultura y se haga cargo de las tierras de la familia,
pero Rasputín jamás mostró interés por llevar adelante ese tipo
de trabajos. Sin embargo, da señales de buen comportamiento,
cuando anuncia su boda, con Praskovya Fyodorovna, en 1889. El
matrimonio parece ser feliz y empieza a trabajar en el campo.
Nace su primer hijo Dimitrij. Después de un tiempo nacen sus
hijas María y Varvara. Tres años más tarde nace un cuarto hijo,
pero al poco tiempo de este acontecimiento, muere su hijo mayor
Dimitrij.
Rasputín se sumerge en este dolor que lo atormenta día a día y
empieza a interesarse por la religión. El cruel destino hizo
conocer a la familia campesina otra tragedia: su hijo menor
mostraba señales de retardamiento mental. Estos golpes de la
vida, desembocaron, nuevamente, en el alcohol y en el
distanciamiento de su familia. Un cierto día, después de haber
trabajado en el campo, Rasputín volvió a casa y contó a su mujer
que mientras trabajaba, de pronto, se le presentó un ángel y le
aconsejó que se vaya de peregrinaje. Este cuento, construido por
Rasputín, fue un pretexto para abandonar a su familia.
Es así, que empezó a hacer caminatas por los pueblos de Rusia,
rezando oraciones y viviendo de la caridad. Para dar un aspecto
de hombre santo, utilizaba una vestimenta de sacerdote de
pueblo. Se dejó crecer una barba espesa y el pelo le llegaba
hasta los hombros. A todo esto se suma, su fuerte personalidad,
su carisma y su gran capacidad oratoria capaz de convencer a
cualquier ser humano. Después de dos años de peregrinaje vuelve
a su pueblo. La gente observaba un notable cambio en Rasputín.
Ya no era ese hombre ebrio que carecía de educación. Ahora lo
miraban como a un hombre santo rodeado de misticismo. Era el
nuevo Mesías del pueblo, pero en realidad la vida en una pequeña
aldea ya no le gustaba y decidió marcharse a San Petersburgo.
Esta vez como el Padre Grigori, oriundo de la Siberia. Allí
oraba en todas partes y su fama fue creciendo más y más. El
ocultismo, lo místico estaba de moda en San Petersburgo y esto
le caía como anillo al dedo a Rasputín. Lo esperaban con los
brazos abiertos. Todas las damas de la alta sociedad rusa
querían encontrarse con el hombre de poderes sobrenaturales.
Rasputín sanó a una mujer de sus crónicos dolores de cabeza.
Hizo lo que ningún médico había logrado en mucho tiempo. Gracias
a su carisma y verborrea lograba influir en una persona hasta
que caiga en un estado de hipnotización. Y, como resultado,
conseguía algunos logros que lo situaba en el pedestal más alto
de los místicos rusos. Algunas damas se enamoraban de él, pese a
su vestimenta y aspecto descuidado. Lo comparaban con Cristo, le
hacían generosos obsequios y la gente llegaba donde Rasputín
como si realmente fuera el Salvador de todas las enfermedades.
El padre Gregori aprovechó al máximo su fama, respeto y
admiración a su persona. En sus “tratamientos médicos” incluía
lo sexual. Era considerado hombre santo y la mujer que se unía a
él, en cuerpo y alma, recibía una parte de su santidad. Para
seducir a las damas aplicaba muy sutilmente una filosofía que le
permitía tener actos sexuales con diferentes mujeres. Decía que
para ser absuelto de un pecado, había que pecar primero. Este
proceso se daba, según él, en tres formas: el pecado, el perdón
y la salvación.
El momento más importante en su vida ocurrió a sus 35 años,
cuando visitó, por primera vez, a los emperadores de Rusia,
Alexandra Fedorovna y Nicolás II. Se presentó en el palacio con
su ropa sucia y dicen que sus botas dejaban huellas de barro al
caminar. Cuando se dirigió a los monarcas no utilizó la palabra
”majestad”. Le dijo madre a Alexandra y padre a Nicolás. De
algún modo esas palabras causó un sentimiento de paternidad y
maternidad en los jefes supremos del imperio Ruso. Rasputín
venía del pueblo y los emperadores querían sentirse padres del
pueblo. Y aceptaron, de mil amores, al forastero con fama de
ahuyentar enfermedades. A partir de este momento empieza a
frecuentar en el Palacio Tsarskoje Selo. Se quitó la bata de
cura y comenzó a enrolarse con damas aristocráticas.
La zarina Alexandra, se puso muy contenta al enterarse que ese
hombre de aspecto descuidado era un curandero por excelencia.
Pues la zarina sabía que su hijo Alexej adolecía de hemofilia.
Lo cuidaba como a una joya, hasta que un cierto día se cayó de
una silla y se golpeó fuerte una pierna. El golpe desató una
hemorragia interna. Alexandra en su desesperación llamó a muchos
médicos y nadie pudo parar el flujo de sangre que corría en la
pierna del niño. El heredero del trono se estaba muriendo, hasta
que finalmente llamaron a Rasputín. Apenas llegó al Palacio, se
dirigió a la cama donde se encontraba Alexej, le tocó suavemente
el cuerpo y susurró oraciones en voz baja. Al poco tiempo se
hizo el milagro. La hemorragia desapareció y la vida de Alexej
estaba salvada. Para la zarina Alexandra no cabía duda que
Rasputín, con este milagroso hecho, había confirmado su
santidad. Y, por lo tanto, se merecía veneración. Como
recompensa recibió muchos regalos de la familia imperial.
El forastero de la Siberia se convirtió, por así decirlo, en un
hombre con poder del Palacio Tsarskoje Selo. Por medio de él,
conseguían algunas personas favores que fueron bien
recompensados con carísimas antigüedades.
En cambio el Tsar Nicolás II no se impresionó mucho de los
logros de Rasputín, pero notaba que la zarina Alexandra se
sentía más tranquila cuando él se encontraba en el Palacio.
Rasputín tenía dos personalidades. Por un lado era un hombre
santo, curandero de enfermedades y que se mostraba como un dios
ante la familia imperial. Por otro lado, era un depravado
sexual. Dicen que tenía un departamento sencillo en el centro de
San Petersburgo, donde acumulaba los onerosos obsequios. Y
además, donde bebía a rienda suelta, seducía a las damas de la
alta sociedad y participaba en orgías. Este enfermo
comportamiento, fue cuestionado por el pueblo y los
aristócratas, quienes empezaron a dudar de su santidad. La
Iglesia empezó a perder la confianza en el hombre barbudo de
poderes celestiales y que había gozado de grandes privilegios
durante años.
Pjotr Stolypin, hombre de gran influencia en el gobierno ruso de
entonces, hizo una investigación acerca de la vida de Rasputín.
El resultado fue espantoso y decidió que el “hombre santo” debía
abandonar San Petersburgo. Rasputín obedeció la orden y se
marchó a Jerusalén. Sin embargo, mantenía correspondencia con la
zarina Alexandra. Después de un corto tiempo vuelve a Rusia. Se
encontraba en Kiev, donde se dio una manifestación en la que
participaba Stolypin. Rasputín estaba viendo a la gente que
marchaba, cuando de repente divisó a Stolypin. Entonces levantó
la mano y señalando al hombre que lo había expulsado de San
Petersburgo exclamó en voz alta: “que lo cargue la muerte. La
muerte lo persigue”. Rasputín pronunció esas palabras de boca
para afuera, y seguramente no tenía la menor certeza de que eso
iba a ocurrir. Pero la verdad es que Pjotr Stolypin fue
asesinado, con dos tiros, cuando estaba viendo una ópera en
Kiev. El asesino fue capturado, sometido a la justicia y luego
ahorcado.
Rasputín vuelve a San Petersburgo campeando. Lo reciben bien los
tsares y empieza de nuevo a tener gran influencia en el Palacio
Tsarskoje Selo.
Nicolás II, influido por su esposa Alexandra, solía preguntar al
Monje siberiano cuando había que evaluar complejas situaciones
políticas. Pero a medida que transcurría el tiempo, y dadas las
circunstancias políticas mundiales de entonces, el emperador
ruso se vio obligado a enfrentar problemas mayores. La Primera
Guerra Mundial había estallado y el ejército ruso debía armarse
aún más. Las dificultades políticas internas pasaron a segundo
grado; quedando así, estas tareas, en las manos de la zarina. Un
hecho que no gusto mucho a los aristócratas, porque la zarina
Alexandra estaba bajo el control del Monje Loco, quien no
obedecía ninguna lógica ni proceso racional, sino más bien
confiaba en fuerzas místicas y sobrenaturales. En estas
condiciones, se hicieron cambios ridículos en el gobierno, se
cometían atropellos y la economía rusa empeoró.
La escritora rusa, Marina Kostritzina, escribió: “Rasputín lo
tuvo todo: relaciones notables, influencia, dinero, fama,
amigos, enemigos, acceso al poder y amoríos. Mientras que para
los monárquicos fue el causante de la quiebra de la familia
imperial, los partidos políticos opositores al régimen opinaban
que su figura simbolizaba el deterioro definitivo de la realeza
y veían en él la suma de sus arbitrariedades y defectos”.
Los enemigos de Rasputín, que eran cada vez mayor en número,
escribieron una carta abierta alegando que el Monje loco, no
solamente gozaba del poder gubernamental, sino que también era
el amante de la zarina. Ese documento hizo que algunos miembros
de la familia imperial hablaran con la zarina para que abandone
a Rasputín, pero no hizo caso. Y, por consiguiente, decidieron
que el Monje loco debería ser asesinado. El príncipe Felix
Jusupov fue quien dirigió el crimen y lo planificó
detalladamente. Rasputín tenía conocimiento que la esposa de
Jusupov, Irina, era joven y bella. Jusupov le envío una
invitación para una fiesta familiar. El Monje acepto con gusto.
El 1 de enero de 1916, Rasputín se encontraba en dicha fiesta,
donde había abundante comida y vino de su gusto, pero mezclado
con veneno. Apenas llegó, preguntó por la hermosa dama que,
según su esposo, llegaría más tarde.
Luego de un corto tiempo Rasputín sentía sueño y preguntó, una
vez más, por Irina. El príncipe Jusupov se levantó de su asiento
para “traerle” a su esposa. Pero en realidad, volvió con un
revolver en la mano y desde corta distancia disparó dos tiros a
Rasputín, quién cayó al suelo, pero extrañamente se volvió a
levantar. El príncipe Jusupov, que no era un criminal con
experiencia, disparó mal. Los dos tiros no eran mortales y el
siberiano estaba en camino hacia fuera. De pronto, otros
miembros de la familia imperial acribillaron al Monje Loco con
disparos, acabando con su vida. La zarina Alexandra dio orden
para que su cuerpo fuera enterrado en el Palacio Imperial.
Un año más tarde, estalla la Revolución Rusa. El Zar Nicolás II
y su familia fueron llevados a la Siberia como prisioneros y
luego fueron ejecutados. Así se dio fin a una dinastía que
trataba de expandir la influencia rusa. Y a un hombre que, pese
a sus “milagros”, logró quebrantar las estructuras de la
monarquía rusa y su pueblo.