El tipo se me acercó con cierto vergüenza y me preguntó con una
educación de otras épocas, allá por finales del siglo XIX.
- ¿Le importa qué tome asiento? – su pregunta, que era presagio
de soledad, parecía a la par arraigada a su hábitos.
- No. No hay problema. Tome asiento.
Pidió una cerveza y empezó a beberla con una serenidad y
melancolía, que eran como reflejos de bohemia y cierta tristeza
matizada en la humedad de sus ojos.
- A menudo hablo con extraños. Soy un hombre que buscó la
soledad, pero tampoco he de asumirla a perpetuidad, pues sería
demasiado doloroso y ya tuve una vida demasiado atormentada y
compleja, como para prolongar los sufrimientos. Verá, yo no soy
de estos tiempos, pero me pudo la curiosidad acerca del devenir
de los acontecimientos en los años venideros, y decidí salir del
cementerio judío. Y he sufrido con ese viaje, pues he visto el
drama como parte importante y consustancial a la vida. El
holocausto de los nazis, la guerra civil de su país, las guerras
mundiales, los islamistas fanáticos, la ruptura del este de
Europa, las miserias de La India..., pero a menudo también me
encontré con gentes que parecían dar nuevos bríos y algo de
aliento y esperanza al mundo. Caballero, soy Franz Kafka. Nací a
finales del XIX, un tres de julio de 1883 muy cerca de la
iglesia ortodoxa de San Nicolás. Ya sabe, en Praga, en una
antigua edificación ubicada en la frontera del guetto judío, y
aunque mi idioma materno fue el alemán, el checo me vino dado
por imposición y voluntad paterna, pues mi padre era de Osek y
allí había una comunidad de judíos que hablaban checo, y quería
mi difunto padre que yo tuviera fluidez en ambas lenguas, la
alemana y la checa. Imagino que conocerá algún detalle acerca de
las cuestiones relevantes a mi educación primaria, al menos lo
puedo intuir por todos estas últimas promociones de mi vida y
obra que hacen las editoras y los medios de comunicación, que en
cualquier caso me halagan porque cierta vanidad por leve que sea
tienen todos los hombres, no obstante le haré saber, por si sus
afinidades abarcan otras artes o autores, lo cual es respetable,
que fui a la escuela primaria Deutsche Knabenschule...
A continuación me preguntó acerca de si tenía otros quehaceres,
y sobre si la historia estaba fuera de los límites de mi
interés. Le dije: prosiga Franz.
...Al contrario de lo que muchos han dicho, yo no tenía tantos
temores acerca de mi persona cuando era niño. Ayer lo leí en la
prensa. Un artículo dedicado a los niños con temores kafkianos,
a los que define el columnista como aquellos que sienten los
miedos de la repulsión, de ser rechazados por los demás, en base
a su aspecto físico, en el que obviamente no se sienten cómodos,
y en base a sus comportamientos psicológicos encerrados en la
burbuja de la timidez. Otro periodista de una revista francesa
escribía en esta dirección: Kafka era un muchacho pulcro y
austero, de conducta tranquila y fría, que causaba admiración e
impresionaba al resto de los niños de la escuela con una
sobresaliente inteligencia y un sutil sentido del humor. Pues mi
querido amigo, sin ser mis intenciones equilibrar las razones y
las fuentes de uno y otro autor, y sin ser demasiado nítido el
recuerdo de mi infancia, creo verme en el subconsciente, o en el
rincón de la memoria que toda alma posee, como un niño que
quizás tuvo prematuras inquietudes jurídicas, pero que no vivía
en el aislamiento o en los miedos que la sociedad llamaría
anormalidad, ni tampoco sobresalía por unas capacidades
intelectuales y volitivas que le otorgaran liderazgo o
adquisición de la condición de mejor muchacho de la escuela
primaria. Normalidad, señor, normalidad, que viene a ser algo
así como el equilibrio de la balanza, en la cual a un lado
estarían los demonios interiores y al otro las victorias sobre
esos demonios dañinos, que vienen a ser los problemas
psicológicos y de espíritu. Contrariamente a lo que se ha dicho,
no era la pieza clave, ni el protagonista, ni el principal
activo en la organización de las actividades literarias, sino
uno más de un grupo con notable implicación. Luego fui a un
instituto ubicado en Kinsky Palace y empecé el bachillerato, y
decidí que quería estudiar leyes. Así pues, completé el examen
de bachillerato en 1901 y comencé a estudiar derecho en la
Universidad de Charles, hasta que me doctoré cinco años más
tarde. A continuación comencé a trabajar como pasante en una
agencia de seguros de accidentes laborales, y allí estuve
rodeado de mediocridad, que no es una condición innata o
consustancial a la persona, sino más bien una consecuencia de la
rutina del trabajo, de la monotonía de las redes de producción,
y una de las múltiples variantes que trae consigo la
explotación. En la agencia había un joven con una calvicie
incipiente y unas arrugas demasiado vertiginosas y feroces para
sus treinta años. Aún lo recuerdo a la luz de una mísera lámpara
dejándose los ojos entre números y asegurados, aún lo recuerdo,
solitario, sin levantar la vista cuando los demás marchaban y se
perdían entre las neblina de las calles, aún lo recuerdo, triste
como un condenado entre los barrotes de una celda, con el áspero
sabor que deja en la boca el estómago vacío, día tras día. Luego
había hombres que absorbidos por la miseria de sus frustraciones
y la desidia de la insatisfacción me trataban de modo despectivo
y se referían a mí como el triste, el deprimido o el rebelde de
la nostalgia aposentado en su rincón viendo trabajar al
personal. Ahí me empezó a brotar una parte de la tristeza, que
tanto han dicho, me definía, cuando empecé a equiparar a los
hombres y a las máquinas, los hombres, tan necesarios para que
giren las manivelas del sistema de producción. Escribí
Consideración. Luego La Metamorfosis. Supongo que sabrá algo de
Samsa, aquella historia del tipo convertido en el monstruoso
insecto, de soledad, de impotencia, de amargura y de avocamiento
al dolor de los seres humanos. Quizás salí algo trastornado de
aquellas palabras rodeadas de angustia e incomprensión, y en
mitad de un trastorno mental, por leve que fuera, y demasiados
pensamientos, tuve más propensión a la enfermedad, y un médico
me dijo con toda notoriedad que tenía tuberculosis. Como
recuerdo ahora a mi hermana Ottilie, tan cómplice en mis
inquietudes, y en mis desengaños, tan hábil como enfermera, mi
querida hermana, el caparazón de mi débil cuerpo convaleciente,
el contrapeso de la tiranía de mi padre, que sufrió el curioso
efecto balsámico del paso de los años y al fin pudo relajar la
autoridad de sus reacciones. Ya lo apunté en cierta ocasión,
caballero, ya referí acerca de la notable influencia de las
ilimitadas exigencias de la patria potestad en mi obra. Luego
conocí el amor, el primero, que me vino tardío, nada menos que
con 37 años, que fue algo similar a encontrar un oasis tras años
caminado por el desierto, Milena, de afinidades artísticas y
belleza de exploración, amigo, de esas mujeres que a primer
golpe de vista pueden pasar desapercibidas, pero ganan en la
observación, cuando la mirada ausente adquiere matices
intimidatorios en la cercanía, y acuosidad, y reflejos de un
verde cristalino rodeado de seducción y apetencia, y de la piel
del rostro y de la boca llegan los aromas perdidos en la
distancia, que son los aromas del jabón y del aliento, tan
cautivadores en la temporalidad, y sometidos a la inercia del
desgaste, a pesar de que ambos buscamos la eternidad. No me era
favorable el entorno, y empecé a caer en la distracción,
procedente de la graves contrariedades con mi padre, y perdone
por mi egoísmo, pero algo hubo en los tiempos concedidos a la
buena de Milena, que en cierta medida hicieron perjuicio a mi
trabajo, lo cual fue una afirmación en la intimidad de mi alcoba
frente a sus gestos de incomprensión que precipitó mi viaje y
anticipó el desamor. Final amargo, tan aliado del egoísmo del
creador. Me fui a Berlín, con la esperanza de recobrar
inspiración y retomar obra, pero resurgió la imagen más cercana
de Milena y sentí más dificultades de las previstas para la
literatura. En algún momento pensé en escribirle una carta de
amor y arrepentimiento, pero tuvieron lugar un pensamiento y un
acontecimiento. Por un lado, el pensamiento estribaba en mi
negativa a recaer en los errores que cometí con Milena y en el
rechazo de que ella al cabo de un tiempo volviera a sufrir. Por
lo tanto, jamás hubo carta desde a Berlín. Ella tenía todo el
derecho del mundo, sin interferencias, ni intermediaciones, a
rehacer su vida en Praga, a vivir ajena a Kafka, que a veces era
un hombre muy complicado y muy triste. Por otra parte, en la
última etapa de mi vida conocí a Dora, descendiente de familia
judía ortodoxa, mi compañera definitiva, joven y fresca de
espíritu, infantil e inocente de rostro, que había huido de su
pueblo a Berlín y me aportó gran influencia en todo aquello de
mis intereses en el judaísmo, Dora, sigilosa como una sirena,
espectadora de mi pluma en la creación, volcán en el lecho,
entregada a mi dolor y hábil ante los tormentos de mi complicada
existencia. De mi obra no haré demasiadas menciones, pues sería
abuso de su confianza y las agendas del siglo XXI vienen
predominadas por la urgencia y será usted hombre de obligaciones
y arraigadas costumbres, así pues, haré uso de brevedad, con
estas menciones. Descripción de una lucha, en mis inicios, allá
en 1904, Un médico rural, en 1909, Contemplación, cuatro años
más tarde, obra en la cual se recogen relatos como Transeúntes,
Los árboles, o Desdicha. La condena, 1912, América, que comencé
en 1912 y me publicaron en 1927, La metamorfosis, 1915, Carta al
padre, 1919, El castillo, 1922, El proceso... Luego llevaron al
cine varias versiones de El proceso, y la de Orson Welles pude
verla en Londres, en un cine de Oxford Circus, hace más de
cuarenta años, y era mucho mejor que la versión de David Jones,
y otras tantas llevaron de La metamorfosis y El castillo.
Durante mi corta vida, apenas publiqué más que unas cuantas
historias, por lo que supongo, deducirá, no hice demasiado ruido
en los corrillos literarios, siendo notoria mi obras tras el
funeral. Yo le había dado instrucciones a mi amigo Max Brod, muy
implicado conmigo en las primeras actividades literarias y
teatrales, le había dejado el testigo de destrucción de los
manuscritos, pero finalmente no guardé rencores acerca de la
desobediencia sino agradecimientos, pues a él le debo la
difusión de mi obra, y la creación de la figura de Kafka. Se lo
debí decir en uno de esos días en los que yo era yerba amarga,
que era un seudónimo de tristeza infinita en los días más
grises, con las brumas interiores, y la desesperación, el
pesimismo y la pena rondando por mis complicados adentros. Dora
había guardado en secretos casi todos los escritos en su poder,
aquellos más intimistas y con referencias a su condición de
amante y compañera, pero un buen día apareció la Gestapo, y los
confiscó, la Gestapo, siempre tan inoportuna e impertinente.
Luego, parece ser que hoy también hay búsqueda a escala
internacional de mis escritos desconocidos, pero no son más que
unas cuantas cartas escritas en checo a Milena, que no tengo
intenciones de desvelar, ni poner a nadie en pistas cercanas al
paradero y también unos diarios en los que aludo al insomnio y
los dolores de cabeza que vivían anclados en mi cuerpo en los
días previos a mi muerte, y bien que me cuide, y me hice
vegetariano y muy naturista, y consumía litros de leche sin
pasteurizar, y ahí achacaron los médicos el factor
desencadenante de esa tuberculosis, de la que nunca llegué a
recuperarme, ni en el hospital de Praga, ni en el sanatorio de
las afueras de Viena, que fue donde dejé de sufrir el 3 de junio
de 1924, y adquirí el sueño eterno en mitad del insomnio. Fui
llevado a Praga ocho días más tarde, donde fui enterrado, en el
Nuevo Cementerio Judío, Kafka, el ser atormentado y complejo,
que sufrió las embestidas de sus pensamientos y de la
enfermedad, pero que gozó la vida con una intensidad fuera de
las fronteras de lo común, y que expresaba en sus diarios acerca
de demonios, desamparo, soledad, persecución...En cuanto a
interpretaciones críticas, no trato de dar sentido a mi obra en
base a una única corriente, y doy las gracias a todos los
investigadores que establecieron entre vigilia y trabajo sus
posturas, porque si eso encontraron sus constantes voluntades en
las noches de esfuerzo, algo habrá querido amigo, desde los que
me ubican entre la desesperanza y el absurdo y aluden a una obra
emblemática acerca del existencialismo, pasando por los que
escribieron sobre mi influencia marxista en las sátiras que hice
de la burocracia en libros como El castillo, hasta los que
apuntan en direcciones anarquistas por aquello de mi
anti-burocracia. Hubo quien habló de mi obra como prisma del
judaísmo, quien le dio interpretación freudiana en base a mis
conflictos familiares, quien alegorizó hacia una búsqueda
metafísica de Dios, hasta quien mencionó mi humor surrealista,
tal vez el día en que yo no era yerba amarga. Y con esto señor,
doy por concluida mi distracción de soledad diaria.
El hombre, que era mucho más viejo que Kafka en su expiración,
se fue vagando por la Gran Vía, con mucha humildad y mucho
sosiego en los pasos, envuelto en un aura entrañable de bohemia,
soledad y tierna locura. Kafka se perdía entre el gentío de la
Gran Vía.