“Llueve en mi jardín
cada gota una flor
de jazmín.”
(“Jardín”, Celia Viñas)
DATOS BIOGRÁFICOS: “Mi pequeña sonrisa”
Celia
Viñas es, quizá, una poeta poco conocida; aunque todo el que
quiera disfrutar de una poesía conmovedora, traspasada por el
afecto, por la ternura, de hondas vivencias líricas y
existenciales, hará bien a leerla porque, pese a su corta vida,
truncada a temprana edad, nos dejó poemas de tanta belleza como:
“La verdad está
en vivir intensamente
lo pequeño pequeño
como un niño
vive su castillo de arena
de verdad”.
Celia Viñas Olivella nació en Lérida en 1915. Vivió parte de su
infancia y juventud en Mallorca, donde se trasladó toda la
familia buscando un clima mejor para su madre, que padecía
reumatismo. Celia Viñas fue una estudiante aplicada que inició
sus estudios de Filosofía y Letras en 1934, en donde tuvo como
profesores a personas de la talla de Rafael Lapesa, Díaz Plaja o
Ángel Valbuena Prat. No obstante, la Guerra Civil, con su
sinrazón, hizo que tuviera que interrumpir sus ilusiones,
aunque, consiguió graduarse como licenciada en Filosofía y
letras en 1941. Para ello tuvo que acreditar méritos de tipo
patriótico y lo hizo porque, por amistad, había colaborado en la
confección de vendas, aunque Celia había sido presidenta de la
Asociación de Estudiantes de Izquierdas cuando estudio el
Bachillerato en Palma.
Era, para España, la década de los 40, una época gris y sombría
que estaba necesitada de la alegría y la poesía de muchas
personas como Celia Viñas. Fue becaria en el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas y allí, en Madrid, preparó
oposiciones. Opositó, pues, a Cátedras de Institutos de
Enseñanzas Medias y obtuvo una calificación brillantísima.
Celia Viñas escogió Almería para llevar a cabo su labor docente,
quizá porque le gustaba mucho el mar y el clima mediterráneo.
Almería le robó el corazón y allí se quedó para siempre, aunque,
en más de una ocasión pudo haber pedido el traslado.
Educó a sus alumnos en la bondad, en los valores de personas
libres, en la sinceridad y en el afecto. Así, las distintas
generaciones de estudiantes que pasaron por sus manos la
recordaron siempre con vivo cariño.
Celia Viñas no siempre fue comprendida por el ambiente
provinciano de Almería y, sin embargo, llevó a cabo en esa
ciudad una labor cultural y dinamizadora increíble. Era una
persona inquieta y vital que se interesó por diversos aspectos
del arte y la cultura. Participó y dirigió distintas obras
teatrales y también empleó la radio como medio de difusión
cultural. Fue asimismo una buena conferenciante y, gracias a
ella, se celebró el I Congreso Indaliano en Pechina en 1947, que
reunía a un grupo nutrido de intelectuales almerienses.
Se casó con Arturo Medina en 1953, al que conoció en Almería,
aunque contrajeron matrimonio en Palma de Mallorca y, por
desgracia, su vida se cerró en 1954, a raíz de una triste
enfermedad, que ella, en principio, confundió con embarazo,
aunque resultó ser una dolencia en el útero. Celia Viñas murió,
el 21 de junio, días después de ser intervenida quirúrgicamente.
Celia Viñas publicó, en vida, distintos poemas en revistas,
periódicos y boletines, un libro en prosa y cuatro libros en
versos, tres en castellano, “Trigo del corazón”, “Canción tonta
del Sur” (su obra más conocida) y “Palabras sin voz”, y uno en
catalán, su idioma vernáculo, “Del foc i de la cendra”.
“Trigo en el corazón”, su primer poemario, es una especie de
miscelánea en donde aparecen referencias lorquianas y al
folklore. Escribe sus poemas espontáneos, vivos y cargados de
energía; “Canción tonta del Sur” es un libro de poesía infantil,
en el que Celia Viñas se deja llevar por la sonoridad de la
palabras y por la alegría del público al que se dirige. Su
último volumen, editado en vida, “Palabras sin voz” está mucho
mejor trabajado y nos habla del paisaje, de los artistas, aunque
ha perdido, quizás, el tono espontáneo de sus anteriores libros.
A su muerte, su marido, publicó “Como el ciervo corre herido”
que es un libro profundo, lleno de matices personales, que
hablan de la muerte, de la angustia, de Dios.
LOS NIÑOS Y SU MUNDO: “No quiere mi niña / no quiere
crecer”
Celia Viñas vio frustrado su deseo de ser madre. Tal vez por eso
muchos de sus poemas están dedicados a los niños. Escribe nanas
delicadas y juega con las palabras como si fueran música. En la
“Nana de la niña mala”, la escritora se dirige a una niña que no
quiere hacer lo “debido” y la amenaza con la llegada del lobo;
sin embargo, el lobo se pone del lado de la niña:
“En los brazos de mi niña
el lobo dormido está”.
Ella misma, de niña, se duerme gracias a las manos de su abuela:
“Las manos de mi abuela,
unas manos de cuento
las manos de mi abuela...
-Me duermo. “(“Cuento”).
Celia contempla el sueño de los niños o lo intuye y lo presiente
lleno de misterio. En “Alfombra mágica” un niño, al fin, se
queda dormido tras una sesión intensa de juegos. En “Manos
blancas” una niña, acaso, se duerme y sus manos, en hermosa
metáfora, son “dos palomas dormidas /sobre su falda.” También se
pone en la piel de los niños y, en “Hermana”, escribe un bello
poema en donde una niña hala de su hermana recién nacida y
concluye, muy seria:
“La cigüeña bien podría
traerme una hermana nueva
lista”.
Sigue en primera persona cuando describe, de manera muy
graciosa, un primer resfriado:
“Me duelen los ojos,
me duele el cabello,
me duele la punta
tonta de los dedos” (“El primer resfriado”).
Aún sigue con las enfermedades y esta vez le toca al sarampión:
“Ha venido serio
el señor doctor
y me van a dar
agua de limón” (“Sarampión”).
A veces emplea canciones populares como telón de fondo de sus
poemas. Lo vemos en “Pescador de estrellas”:
“Cayeron las estrellas
en el fondo de un pozo
y el niño se fue a verlas”.
Animales, elementos de la naturaleza, objetos... todo forma
parte del mundo infantil en que cualquier cosa tiene gran
importancia: una abeja que vuela, un pájaro, un clavel, un gato,
el sonido del telégrafo, una estrella... y todo tratado con
exquisitez, no con ramplonería ni cursiladas, sino con
sensibilidad y un dominio excelente del metro y de la rima.
Celia Viñas sabe que los juegos infantiles no siempre son
alegres, que a veces están cargados de tristeza y melancolía. En
“El oso en la plaza” se duele de ese animal que ha perdido su
libertad:
“Desde un balcón con claveles
echó una moneda un niño.
El oso triste danzaba
Su añoranza de caminos...”
Otras veces al niño le gusta más la contemplación que el juego
y, así, no rompe la almendra porque le gusta que suene. Lo
leemos en “Mirando el niño”:
“No quiso romperla...
¡quiso que sonara!”
Sigue con un juego popular y compone su bello poema “Un barco
cargado de...”:
“Un barco cargado de
patitos de mazapán,
soldados de chocolate
y bolitas de cristal”.
Cuando se dirige a los niños, como veíamos, su poesía se remansa
y se vuelve canción hecha de cariño y de afecto.
EL COLEGIO: “Las agudas se acentúan / cuando... –No sé
cuándo”
Celia Viñas fue profesora de instituto y mantuvo, como se ha
dicho, una relación muy intensa con sus alumnos que, aun hoy, la
recuerdan con cariño, como una de las presencias más importantes
en su vida. No obstante, Celia Viñas muchas veces nos habla, en
sus poemas, de los colegios, de las escuelas y de los párvulos,
amén de las maestras. Quizá lo hace llevada por esa nostalgia
que siempre sintió al no tener hijos. Recordemos que , se casó
tarde, para la época, y, cuando creyó que estaba esperando su
primer hijo, vino la muerte a llevársela. Ahora bien, no hay
tristeza en estos poemas que hablan de los más pequeños, sino
cierta melancolía como en “Párvulos”:
“¿Tú has tenido una maestra
como yo, di,
con su falda de cerezas?
No sé cómo se llamaba
Mas tenía una cenefa
En su falda
De cerezas.
Y era el campo y era el cielo
De mi escuela
El cerezo de su falda
De soltera”.
Habla del aprendizaje de los niños, a veces aburrido y monótono
y de cómo cualquier acontecimiento, por nimio que parezca,
perturba y alegra a esos niños que tratan de aprender la tabla
de multiplicar o la acentuación. Escribe, siguiendo la estela
machadiana, sobre cómo estudiaban entonces los más pequeños. Así
lo vemos en “Lluvia en el mapa”:
“-Río Azul, río Amarillo,
Asia...
¡Las cuatro partes del mundo mojadas!”
LA RELIGIÓN: “Te cantaré, Señor, en mi alegría”
Hay mucha ternura en algunos de los poemas de Celia Viñas, como
en “Dios-niño” donde compara a un niño que juega con una naranja
con el Dios-Niño:
“Dios-Niño juega también
con naranjitas de mundos
rotación y traslación
gravedad, círculo puro
por los mares y riberas
¡qué enorme juego es el suyo!”
Celia Viñas, no obstante, ante la incomprensión humana, vuelve
su mirada hacia Dios y escribe poemas en la línea de la más pura
poesía religiosa española, pero sin olvidar su vertiente humana:
“Encadenado perro de dolor,
sumisa mansedumbre de la vida,
cada camino, mano del Señor
restañando la sangre de una herida” (“Yo isla”).
Se fija, concentrada, en el Cristo de Velázquez y le canta con
esperanza y también con dolor, pidiéndole al Cristo humano que
luche:
“Si levantas tu testa dolorida
y miras esta muerte, cara a cara,
¡qué temblor de la vida renacida!” (“El fondo negro del Cristo
de Velázquez”)
Aludimos, por último, a uno de sus poemas más hermosos, “El
Canto alegre al Señor”, que fue Primer Premio del Concurso
Poético Religioso de Valencia, en mayo de 1952. En este poema,
Celia Viñas escribe un canto de exaltación, lleno de lirismo y
de fuerza, como leemos en el final:
“El pan nuestro, Señor, de cada día
que me concedas, Dios, sólo te pido
y si no me lo das en tu justicia
seré un mendigo alegre en el camino
que danzará descalzo y salmeando:
¡Alabad al Señor de cielo y tierra!”
ILUSIONES, MIEDOS, DUDAS: “El alma partida en dos”
Celia Viñas se carteó toda su vida con amigos, con alumnos, con
familiares y en cada carta ponía un deseo y una esperanza:
“Cada carta una mano
que envía un beso,
que el tren ya marcha
quizás también tú esperas
alguna carta... “ (“El cartero”)
Su poesía, en infinidad de poemas, sobre todo en su última
etapa, alcanza un tono existencial, de angustia, de duda, de
continua zozobra. Celia Viñas aspira a lo básico, a la sobriedad
absoluta y así, en “Un árbol”, pide, mezclando sus miedos y sus
frustraciones:
“Enterradme en aquel cerro,
en aquel cerro desnudo,
desnudo y seco,
como yo, sí, como yo
orfandad de unos hijos que no espero”.
Y sigue, aludiendo a ese final:
“¿Sabéis? Odio las manos cansadas
de los sepultureros.
Que me entierren cuatro niños
Cantando un romance viejo”.
La muerte aparece con frecuencia en sus versos, como una
constante, como una duda que, algún día, se resolverá. En “Gádor”,
un poema muy juanramoniano, escribe:
“Y un día yo moriré,
moriré de cara al cielo,
pensando en los cerros grises
y en los amigos que fueron”.
Uno de sus poemas más perfectos, muy en la línea de la poesía
mística, de San Juan de la Cruz, puesto que está escrito en
liras, o de Santa Teresa, ya que parafrasea uno de sus poemas
más conocidos, Celia Viñas repasa su vida, su dolor y, de alguna
manera, pone al Señor como principio y final. Se siente
derrotada:
“Señor, no me olvidaste
que me has dado el dolor y la agonía.
La sal del llanto baste,
Que por lo menos mía
Es esta pena que deshoja el día” (“Y tan alta vida espero”)
EL PAISAJE: “la sombra de una palmera / y un volar de
golondrinas...”
Gran parte de la poesía de Celia Viñas se dedica a ponderar el
paisaje español que ella conoce de sus viajes. Fruto de esa
observación ensimismada, escribe poemas llenos de cromatismo,
con pinceladas sueltas y certeras:
“Allá a lo lejos
unos olivos,
tres pueblecillos blancos
y los tejados coloraícos” (“Paisaje”)
Juega con todos los recursos poéticos que conoce para describir
un río:
“Pulsera de agua,
río de plata,
los ruiseñores
cantan al alba
y el río pasa...
pulsera de agua,
canción de plata” (“Río”).
El anterior poema sigue, de cerca, la poesía popular y entronca
de nuevo con Antonio Machado al hablar del agua y del eco de la
canción que nos trae, aunque, esta vez, para Celia Viñas, no es
una canción remansada, sino viva, que fluye porque “el río
pasa”. Dedica tros muchos poemas a elementos del paisaje que le
llaman la atención, a un jardín, a un castillo, al camino sin
más:
“Que no quiero yo llegar
que los caminos son míos
y no es mía la ciudad.” (“Camino de Burgos canta el caminante”)
Por supuesto, dedica muchos poemas al paisaje de Almería.
Destaca precisamente el poema que lleva este mismo título,
“Almería”, porque en él, la poeta hace una trasposición de
sentimientos y se identifica con el paisaje almeriense, que es
igual que su corazón. No estaría, en esos momentos, Celia Viñas
atravesando un buen momento. Quizá se debió al poema, incluido
en “Trigo del corazón”, a las críticas que tuvo sortear en la
capital andaluza. Transcribimos el final del poema, escrito en
arte mayor:
“En el desierto de tu angustia mansa
mi palabra en simiente de ternuras,
mi corazón sobre tus cerros grises
invocando al Señor de las alturas.
Mi corazón, Señor, desnudo y seco,
Como Almería, solitario, muerto”.
EPÍLOGO: “Que no quiero yo llegar”
La poesía de Celia Viñas, como acabamos de ver, de manera breve,
merece la pena ser leía y gustada con calma, en silencio. Como
en toda obra de cualquier poeta, encontramos poemas más
endebles, que han surgido de circunstancias personales, pero
también verdaderos destellos de poesía que destacan con luz
propia. Celia Viñas cultivó el arte menor, la poesía popular y
los juegos de palabras cuando se dirigía a los niños; pero supo
concentrarse y dejarse traspasar por sus propios miedos cuando
hablaba de su mundo interior, a veces nublado, a veces oscuro,
ansioso siempre de una luz:
“Deja ya, corazón, esta frontera
donde el dolor su soledad descarga
maduro sollozar de primavera” (“Camino de la isla”)
Sus poemas, en suma, se centran en los temas más diversos. Nos
hablan del paisaje, del mar, de los sentimientos, de sus
vivencias religiosas, de la escuela, de los niños y sus
afectos... En suma, Celia Viñas nos dejó una obra sugerente en
donde la metáfora y el juego son presencias continuadas. Escribe
versos sencillos y de rima fácil, aunque también cultiva
estrofas más clásicas como la lira o el soneto. De gran cultura,
Celia Viñas fue una mujer excepcional para su tiempo.
BIBLIOGRAFÍA: “Mi corazón en equilibrio”
Recomendamos vivamente el libro “Celia Viñas para niños y
jóvenes” para quien acercarse a la poesía de Celia Viñas, con
independencia de la edad y con un sólo requisito: que sea
sensible. El libro está cuidadosamente editado por Ediciones de
la Torre en su colección Alba y Mayo y preparado por Ana María
Romero Yebra, poeta también afincada a Almería y con una buena
obra destinada a niños y jóvenes. Contiene, además,
ilustraciones de Dionisio Godoy, el que fuera alumno de Celia
Viñas y que dan un valor emotivo al texto, aparte de
embellecerlo. La edición se completa con un pequeño álbum de
fotos que nos acercan a la figura de esa poeta que fuera Celia
Viñas.