Son muchas las cosas con las que nos martillean en estas
horas previas a la consulta que nos hacen para que les
digamos quien queremos que nos gobierne en los próximos
cuatro años. Muchas son, como digo, y algunas producto de
tanta imaginación, que ni yo mismo hubiera acertado a
inventarlas, y si lo hubiera hecho, casi seguro que no me
habría atrevido a ofrecerlas en público; jamás en un mitin,
delante de mis siete u ocho seguidores, que los tengo,
hubiera prometido tantas y tales cosas. Pero es de bien
nacido el ser agradecido, y eso soy yo: un bien nacido,
aunque venido a menos, como ya saben los que me conocen, y
eso me obliga a cumplir, sin ningún esfuerzo, con lo mandado
por el dicho: ser agradecido.
A estas alturas de la vida, podría decir que ya tengo
bastante —pero no lo digo no sea que se lo crean y salga
perdiendo— así que, a los políticos que tanto nos quieren en
estos últimos días, nada pido para mí ni para mi condición.
Verdaderamente las elecciones sirven, al menos, para que
esos que nos olvidan, que nos denigran con su más absoluto
desprecio, nos amen ciegamente y con tanto alborozo durante
unos días cada cuatro años. Pero sé de amores que duraron
menos y de otros que causaron heridas incurables, incluso
alguna pareja de tortolitos murió por amor. No lo harán los
políticos. Quiá.
Sepan que, aún sabiendo que ninguno de ellos me amará hasta
ese extremo, estoy contento con todo lo que nos van a dar.
Prometen y prometen y utilizan nuestro dinero para comprar
los votos pero a mi, ¿qué quieren que les diga? Me parece
bien, al fin y al cabo nuestro dinero lo tienen porque se lo
hemos dado y ellos nos lo administran prudentemente, y nos
lo devuelven en especies, en obras públicas, en subvenciones
a los artistas, en becas escolares y universitarias, en
guarderías gratuitas, en viajes del INSERSO y en el PAR, el
PER o el PIR, que ya me he hecho un lío.
Todo eso me parece bien, ni el mejor y más rico de los
bancos nos trata así, y menos ahora que creo están pensando
en no abrirnos las puertas. Ellos, los bancos, ganan y
ganan, y siguen ganando más y más y a nosotros ¿qué nos dan?
Invierten en compañías que luego nos suben los precios, sus
participadas encarecen los suministros vitales para las
familias y se quejan de que, a veces, en algún trimestre
especial y sin que se sepa el por qué, han bajado,
ligeramente, del cincuenta por ciento de sus beneficios ¡Qué
tragedia! ¡Pobres banqueros!
Los políticos no son así y menos en campaña. ¡Cuánto nos
quieren! Cuánto nos regalan sin pedir nada a cambio, bueno,
apenas un voto que tampoco es tanto. Pero pienso yo: Y de
voto en voto ¿no consiguen millones? ¡Ah! Eso era. Ahí está
el truco, el engaño. Todos tontos, todos bobos y muchos
aborregados de tanto subsidio y tanta prebenda, de tango
regalo y tanta subvención. Y los trabajadores de ahora, en
el siglo XXI, alcanzada alguna riqueza, que algunos también
la tienen, a callar. Ya no es lo que era ¿Dónde está la
izquierda de verdad?
Pero como decía, yo estoy contento; Mis nietos aprenderán
inglés, como matemáticas o ciencias, o lengua o geografía,
sin tener que estudiar. El agua llegará a todas partes en
camiones comprados a los EE.UU. mientras nos apartamos de
las potencias que, a veces, aunque sean pocas, nos necesitan
y nos ayudan. Me subirán la pensión si algún día llego a
cobrarla y mis hijos, por fin, encontrarán el piso de sus
sueños y lo pagará sin más ayuda que la hipoteca blanda y
generosa que le ofrecerán los bancos o las cajas de ahorro
en frenética lucha como las ya vividas cuando, sólo por
entrar en sus establecimientos, nos regalaban una olla a
presión, una cubertería, o una bicicleta de esas que parecen
de carreras.
Sí, amigos, en estos días me lo han prometido todo, todo me
lo han servido en bandeja y como tengo la manía de leer la
prensa y ver los informativos, me han llegado miles de
mensajes asegurándome la felicidad eso sí, siempre que no
vote al otro.
Pues vaya lío. Analizo la situación y cavilo. Releo unos
datos, y discurro entre tanta cifra y con mi cerebro cien
por cien sumido en esta debacle de información, en este
exceso de maniobras, que intuyo tendenciosas, en medio de la
mentiras de los unos y los otros, de los abusos dialécticos
de los otros y los unos y mezclado, en irregular amalgama,
con tanta hipocresía y tanto insulto, me consuelo pensando
que yo, y los míos, recibiremos cosas que jamás podríamos
haber esperado si votásemos al otro, porque, aunque también
nos lo prometió, el otro es el malo.
Tanta felicidad nos llegará regalada por el nuevo gobierno
que, desaparecida la crítica, la envidia, y la dichosa
inflación, no sabremos en qué emplear el tiempo.
Con una enorme incertidumbre por tanta promesas, aguardo a
que llegue el día de reflexión, me hace mucha falta pero
creo que, para evitarme disgustos, me decidiré por votar a
todos.