De no haber sido por los gustos del abuelo, a lo mejor no
disfrutaríamos hoy en día de la obra de Molière. Su abuelito era
un amante inveterado del teatro y no vacilaba en llevar a su
pequeño nieto a presenciar todo tipo de obras, de las que
algunas eran de dudosa calidad. Lo cierto es que el pequeño
quedó deslumbrado por los vaivenes de este mundo tan curioso
pero certeramente creativo.
Jean
Baptiste Poquelin, ése fue su verdadero nombre, tuvo la suerte
de recibir una educación privilegiada gracias a la posición de
su padre, quien era el tapicero mayor de la Casa Real de
Francia. Esto le confería acceso a la corte del rey, de la cual
prefería mofarse antes que sentirse parte de ella. Ya desde niño
optó por burlarse del cura confesor de su madre al que
ridiculizaba imitando sus gestos.
De lo que se sabe, la madre de Jean Baptiste fue una mujer
profundamente piadosa, muy apegada a la observancia estricta de
la religión católica y lo más probable es que habría intentado
acabar con este hábito burlesco de su hijo, de no haberla
sorprendido la muerte cuando éste apenas contaba con doce años
de edad. El acongojado viudo pronto encontró consuelo en otra
mujer aunque volvió a enviudar antes de que pasaran tres años.
Jean Baptiste siguió estudiando y a los quince años su padre
intentó enseñarle su oficio, mas no tuvo éxito frente a un
pupilo al que este trabajo no entusiasmaba. Todo lo contrario,
lo aburría y con ganas. No obstante, tuvo la suerte que el
taller de su padre estaba ubicado cerca de dos teatros muy
importantes, Pont-Neuf y el Hôtel de Bourgogne, a los que pudo
acudir con relativa frecuencia.
Unos años más tarde, concretamente en 1642, recibió la parte de
la herencia materna que le correspondía, además del nombramiento
de tapicero real, por entonces un puesto muy codiciado y que
para muchos constituía una posición envidiable. Jean Baptiste
prefirió el dinero y el cargo se lo cedió a un hermano menos
talentoso, sin pedirle nada a cambio.
Formó una compañía de teatro con la que inició un recorrido por
el interior de Francia. Su padre casi muere de espanto cuando
supo de las intenciones de su vástago, que por cierto eran
bastante diferentes de las que él había idealizado como
convenientes para éste. Jean Baptiste se conmovió ante las
aprensiones de su progenitor y decidió adoptar un seudónimo:
Molière, nombre que perteneció a un cómico y poeta fallecido
recientemente, no muy conocido ni brillante y sin descendencia
que pudiese reclamar por el uso que se le daría en adelante al
apellido.
La compañía de teatro de no tuvo un buen comienzo, hasta que un
buen día llegó de improviso un verdadero golpe de suerte, el que
consistió en que el príncipe de Conti presenció una de las
funciones. Este quedó maravillado y no dudó en recomendar el
espectáculo a un obispo, el que resultó ser el hermano del Rey
Sol. Comenzó una etapa de mucho éxito para Molière en lo
profesional, si es que cabe llamarla así, la que no se reflejó
en su vida personal.
Sus obras más importantes y conocidas fueron: Tartufo, El
misántropo, El avaro, Las preciosas ridículas, Don Juan, El
burgués gentilhombre, El enfermo imaginario, etc. Supo reflejar
con inigualable maestría a la sociedad francesa del siglo XVII
en sus obras, en las que aparecen tipos grotescos y cortesanos,
los que distraen o mejor dicho divierten en comedias impregnadas
de una sátira penetrante, las que además tienen mucho componente
pintoresco y simultáneamente poseen el mérito de ser concisas.
Tuvo el acierto de tomar elementos del teatro antiguo y hacer
adaptaciones que terminaron convertidas en materia propia. Los
personajes de sus comedias tienen perfiles muy bien definidos y
que además están presentes en la vida real. En sus obras
coexisten una vigorosa crítica moral y un dramatismo
impresionante, junto a la bufonada estilizada que proporciona la
parte cómica de las mismas.
Molière consigue manipular las situaciones y los efectos con una
táctica que revela su innegable inteligencia. El tipo de teatro
que creó marcó una cima de la escena universal. Si de
creatividad hablamos, Molière no fue excesivamente prolífico.
Pese a eso, destacan algunas obras que le dieron fama y
perduraron en el tiempo, siendo muy apreciadas y representadas
hasta hoy.