Él. Hace una hora que te estoy llamando ¿dónde te habías metido?
Tú siempre tienes tiempo para los otros, nunca para mí. Te
encargué la revista y te olvidaste de comprarla, y ya salió el
número 20 ¿cómo haré para conseguir el 19? ¿Y la leche de soya y
el jugo de arándano? El médico dijo que los tomara…
Ella. Muy bien, soy culpable de todo eso pero ahora ¿para qué me
llamabas?
Él. Para darte un beso.
Se dan el beso.
Ella. Ay, qué loco. Ay, qué lindo. Pero si todo era una broma.
Te traje el número 20 de la revista recién aparecido y también
pude conseguir el 19. Te traje la leche de soya y el jugo de
arándano…
Él (revisando las bolsas del super) Está todo. ¿Por qué me
trajiste todo? ¿Por qué? Si sabes que no soporto que las cosas
me salgan bien. Que estoy hecho para sufrir… si ya sabes que soy
un masoca, aunque algunos médicos opinan que más bien soy un
sadomasoquista, de cualquier modo, no soporto que las cosas me
salgan bien… si ya lo sabes ¿por qué entonces te empeñas en
llevarme a la felicidad que sería mi desgracia?
Ella. Basta, basta, eres un pendejo que dice pendejadas. Así que
cállate. Y me voy a cambiar el foquito de la cocina, se quemó y,
si no lo arreglo, te quedarás sin cena.
Un par de minutos después, mientras Él duda si comenzar la
lectura de la revista por el número 19 o el 20, un grito, más
bien un alarido, cruza el aire. Él comprende de inmediato: se ha
electrocutado. Y corre. Pero no hacia el interruptor sino hacia
Ella y la abraza.
Ambos mueren carbonizados.
Fue un acto de amor. O tal vez no y Él ingenuamente pretendía
arrancarla de la corriente eléctrica. Hay quien se conforma con
este diagnóstico: acto instintivo en dirección equivocada.
Pero… la tragedia esconde a un visitante, un deseo que
súbitamente regresó, viejo deseo incumplido que no perdería esta
oportunidad de adelantar el reloj. Pero si Él va tras Ella.
Doble accidente ¿verdad que sí? Bueno, si te empeñas diría que
las cosas salieron tan mal que le salieron bien. ¿A quién? A Él,
desde luego.