La última vez que te vi era verano, el mes de Julio, una
semana antes de mi cumpleaños. Me hizo mucha ilusión saber
de ti, hacía tiempo que nos habíamos perdido la pista, es
malo eso de darle más importancia al trabajo y a la rutina
en general que a esas personas que sientes que siempre están
ahí, aunque sólo las veas de vez en cuando. Últimamente ese
de vez en cuando se ha convertido en un día a día y eso me
hace inmensamente feliz. Aunque no nos vemos, hablamos todos
los días, quizás por eso y por otras muchas cosas decidí
volver a escribir.
Te ríes cuando te digo que es muy difícil ser yo pero en
realidad es así. Y no porque tenga una vida complicada, que
a lo mejor sí que la tengo, o porque ahora mismo no esté en
el lugar que quiero estar, sino porque es tremendamente
complicado aceptar que a una se le da bien hacer una cosa, o
unas cuantas. A veces conseguir siempre lo que uno quiere es
complicado, da mucho miedo, ¿sabes? Me asusta decepcionar a
la gente, no ser o no crear lo que todo el mundo está
esperando. Algún día no conseguiré aquello que anhele, no se
puede tener todo en la vida, cuando llegue ese momento no sé
cómo voy a reaccionar.
Que todo el mundo me alabe, aplauda lo que escribo, que
digan maravillas de mí por supuesto que me hace sentir bien,
sin embargo, siento que es un arma de doble filo porque
presiento que algo se están callando, los defectos, los
fallos, que los tengo, seguro que los tengo, como todo el
mundo. Siempre soy la que mejor escribe, la que mejor
expresa los sentimientos.... Pero algo tenía que hacer mal,
lo contrario es imposible. Hasta que llegaste tú, Gaby, y me
sacaste todos mis defectos, los personales, los
sentimentales, los físicos y los profesionales. Pensaste que
me molestó, pues todo lo contrario, no sabes cómo te lo
agradezco, desde entonces describo todo lo que veo y no veas
cómo he mejorado.... Gabriel, Gaby con Y para los amigos, me
has enseñado muchas cosas en estos meses, me siento más
humana y más valiente, todo gracias a ti.
Y todo comenzó en julio, como antes mencionaba, cuando
quedamos los dos a las seis de la tarde en el kilómetro
cero, ya toda una tradición para nosotros. Llevabas puesta
esa camiseta negra Levis ajustada que tanto me gusta y que
siempre te pones cuando me ves, quizás ya está un poco
gastada de tanto lavarla pero te sigue sentando igual de
bien, sobre todo con esos pantalones vaqueros oscuros que te
hacen el culito prieto, como te dice Vero. Te sientan bien
los tonos apagados y estilizan tu figura, de brazos fuertes
y pecho firme, porque contrastan con tu pelo rubio enredado
y con tus ojos de color miel, un poco verdosos también,
grandes, afilados, penetrantes, sinceros. No sabía que
tenías los ojos tan bonitos hasta que te compraste las
lentillas, hiciste muy bien, no sabes cuántas cosas
transmite tu mirada.
Cuando salí del metro te vi, de espaldas a mí, estabas
curioseando tu blog de notas negro, en mitad de la acera,
distraído, como si estuvieras perdido y en ese cuaderno
estuvieran las directrices de cómo encontrar tu sitio,
ignorando que yo ya estaba allí observando cómo son tus
gestos cuando se supone que nadie te está mirando. Me
acerqué lentamente, sin hacer mucho ruido, esquivando a la
gente que se interponía entre tú y yo, con calma, por no
molestar. Te miré fijamente, sin hablar, saboreando el
momento, intentando que ese instante se quedara grabado en
mi memoria para siempre, para que nadie nunca me pudiera
arrebatar lo que estaba viviendo aquella tarde en la que
aquel chico decidió quedar conmigo y no con cualquier otra
persona. En esas breves décimas de segundo recuerdo que
pensé que cualquiera adivinaría que ese chico, de metro
setenta de estatura, más o menos, con cara de distraído, era
todo un profesor de literatura profundamente admirado por
todas aquellas adolescentes que tenían la suerte de haber
caído en la clase del 'profe guapo'. Si no te conociera y no
supiera lo bien que escribes y lo mucho que lees, jamás
hubiera pensado que tú te ganaras la vida enseñando.
De repente levantaste la mirada, te diste cuenta por fin de
que yo estaba allí, y celebraste mi presencia con una
inmensa sonrisa que sólo tú me puedes regalar y entonces
recordé que cuando aquel chico de boca grande y gruesa,
dientes perfectamente colocados, aunque un poco amarillos,
sonríe, se me alegra la vida. No hubiera necesitado más, me
hubiera vuelto a mi casa contenta con sólo haberte visto
después de tanto tiempo, por suerte no tuve que conformarme
con tan poco, estuvimos compartiendo muchas cosas por muchas
horas.
Te podría describir hasta el último detalle de cómo era el
bar en el que nos tomamos la primera copa, la segunda y la
tercera, cómo eran los vasos en el que nos sirvieron los
mojitos, cómo iba vestida yo, incluso, como era la gente que
nos rodeaba. Creo que siempre he sabido hacerlo, lo que pasa
es que no me gusta, me aburre hacerlo y leerlo. Supongo que
como todo en la vida hay que encontrar el punto intermedio.
Y ese era y es uno de mis muchos defectos, no haber
encontrado todavía ese punto. Gracias a ti por lo menos sé
que tengo que buscarlo y no he podido encontrar mejor
momento y persona para empezar a aprender a describir.