Abrí la puerta. Mi mamá estaba, y aquí el cuento se bifurca: mi
mamá estaba practicando el sexo oral con el jardinero, o bien:
mi mamá se la estaba chupando al jardinero. La primera versión
es erótica, la segunda es porno, el lector elija. Prosigo con el
cuento. Jaime, le dije al jardinero, cuando se desocupe,
necesito hablar con usted. Y salí cerrando la puerta. Una hora
después, Jaime tocaba a la puerta de mi escritorio. Ah, sí,
Jaime, pensándolo mejor, que las bugambilias vayan al frente de
la casa y las margaritas a los costados. Como el señor lo
disponga, y el jardinero se retiró cerrando la puerta.
Cosmocuento
Cuando le preguntaron cuántos años más quería vivir, pensó en
20.000 pero dijo 200.000. Para entonces los ET habrían hecho
contacto y, si tenían prisa, dejado algún mensaje para él. Y
bien, el plazo estaba a punto de cumplirse, había despertado
hacía unas horas y registrado el planeta hasta el último rincón,
más: registrado el sistema solar, y todo permanecía mudo. La
humanidad había partido o se había extinguido y, por lo visto,
ninguna visita llegó, tal vez debió pedir 2.000.000, en fin, a
él lo habían olvidado, nadie se acordó de dejarle un mensaje y
lo demás, “lo demás es silencio” recordó una página literaria, y
la casa vacía, murmuró. A quién pedirle una prórroga… hizo
memoria: aquí estaba la Casa Blanca, a la vuelta estaba el Machu
Pichu, más allá la torre ¿cómo se llamaba? ¿la torre Louvre? Y
por qué la Casa Blanca y no la Maison Blanche? Estaba fatigado,
sabía que no le quedaba tiempo, se sentó en una piedra y
segundos después le cayeron encima los 200.000 reduciéndolo a
polvo literalmente y el polvo se hizo moléculas y las moléculas
se dispersaron. El sol se ocultaba tras la línea del horizonte.
De las nubes rojizas, comenzó a llover.