A lo largo de las diversas secciones explicamos y comentamos
las propiedades, composición y métodos de elaboración de
diversos alimentos de los más consumidos. Obviamente, todos los
productos examinados son contemplados con diversos criterios en
el régimen propuesto por el profesor Seignalet. Muchos de ellos,
como la leche, los derivados lácteos, los cereales, la bollería
industrial, los aceites refinados, margarinas y grasas de
cocinar y ciertos embutidos y fiambres cárnicas, los tenemos en
el régimen como prohibidos total o parcialmente, en tanto que
otros, como frutas y verduras, el arroz, legumbres, el jamón y
embutidos no cocidos, frutos secos, la miel, pescados y carnes
crudos o muy poco hechos, etc., etc., son recomendados como
saludables.
Pero... ¿qué tiene que ver lo que comemos con que se produzca
una enfermedad como la artritis, la cirrosis, eccemas en la
piel, etc.? Esta pregunta es la que, con cierta lógica, se harán
muchos de nuestros lectores. La respuesta nos la da el profesor
Seignalet, que afirma -y muy documentadamente- que el
"ensuciamiento de las células" es la principal causa de la
mayoría de las enfermedades reumatológicas, neuropsiquiátricas y
autoinmunes, además de ser origen de más del 65 % de los
cánceres y otras patologías. Ensuciamiento que provoca daños en
el ADN que lleva a las células a cancerizarse y que está causado
principalmente por las macromoléculas bacterianas procedentes de
la alimentación moderna que traspasan las finas paredes del
intestino delgado y terminan acumulándose en el organismo.
Esta respuesta es posible que sea un tanto difícil de entender
para algunos, por ello, quizás sea conveniente insistir un poco
más para que el lector, no sólo la entienda sino que llegue al
total convencimiento de que una alimentación no saludable es la única y verdadera causa de esa
multitud de enfermedades que nos acosan y para las que, como es
bien sabido, ni los médicos ni los investigadores encuentran
curación. Tratemos de entenderlo por medio de una breve
explicación y algún ejemplo.
El ser humano, como la inmensa mayoría de los seres vivos, nace
completamente sano y con una capacidad fisiológica que le
permite vivir de manera autónoma y sin ningún problema desde el
mismo momento en que ve la luz. Esto es así porque, ya desde la
misma concepción y desarrollo embrionario, la propia naturaleza
se encarga (aunque suene duro) de detener la gestación si el
embrión presenta deformidades, lesiones o cualquier proceso
patológico que pueda afectarle en sus condiciones vitales. En
todos estos casos el proceso se detiene y sobreviene el aborto.
Por el contrario, si no hay causas que interfiera en la salud y
normalidad del feto, la gestación continúa hasta llegar a
término. El recién nacido ha superado con éxito la más dura de
las pruebas a que pueda ser sometido para recibir con plenitud
la ofrenda de la vida.
El pequeño ser recién nacido ha llegado a la vida (salvo muy
contadas excepciones) con un cuerpo apto y en un estado de salud
óptimo para continuar su desarrollo. Cuenta con una poderosa
herramienta, que es el sistema inmunológico, que le permitirá
defenderse de la multitud de agresiones que le sobrevendrán a lo
largo de toda su vida. En esta etapa de su vida es
importantísima -más que nunca- la alimentación. La mejor que
puede recibir es, sin la menor duda, la leche materna. A través
de ella su incipiente sistema de defensa se irá complementando y
fortaleciendo con elementos del historial inmunitario de la
madre y adquiriendo la capacidad propia que le acompañará a lo
largo de su existencia.
Y aquí, con uno o dos años (en estos tiempos, desgraciadamente,
menos), dejada la lactancia materna, es cuando comienza este
largo camino en el que al organismo del futuro hombre comenzará
a llegarle tóxicos de todo tipo: que si el biberón de ayuda, que
si el puré de patatitas, que si el dulcecito o el caramelo, y
más tarde, el huevo y las patatas fritas, el filete y el cocido,
la pizza y las hamburguesas, la cola y los zumos de cualquier
cosa... Todos estos alimentos, además de ser muchos de ellos
nuevos y desconocidos para nuestro metabolismo (nuestras enzimas
no pueden reconocerlos porque nunca formaron parte de la
alimentación del hombre), llevan aditivos, conservantes,
colorantes, potenciadores del sabor, etc., productos químicos
que les han sido añadidos para su presentación y puesta en el
mercado, además de otros muchos, abonos, fertilizantes,
maduradores..., que les incorporaron durante la siembra, la
recolección o su almacenamiento. Estos productos químicos,
ajenos, desconocidos y tóxicos o nocivos para el organismo, se
irán acumulando en sus células a lo largo de los años hasta
convertir al niño sano en un hombre enfermo.
Naturalmente, todos estos productos son aprobados por diferentes
autoridades y organismos sanitarios tras pruebas efectuadas en
períodos de tiempo que, forzosamente, hemos de considerar cortos
e insuficientes. Aparentemente, y en las proporciones que
señalan las normas para su uso, no producen toxicidad ni se les
conocen efectos secundarios. Pero... ¿qué ocurre cuando
consumimos estos productos durante años y años?, ¿se conocen las
reacciones de un organismo sometido a estas cantidades mínimas
-e interacción entre ellas- de los diversos productos químicos
durante 40 ó 50 años? La respuesta es no.
Como decía Paracelso: "Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo
la dosis hace el veneno". O sea, que si el agua, las vitaminas o
el propio oxígeno que respiramos -como observa el propio
Paracelso- serían venenos que acabarían con nuestras vidas si
los tomamos en dosis mayores a lo normal, ¿qué no será la
cantidad de sustancias químicas que ingerimos cada día? Pongamos
por ejemplo el añadido de sustancias antioxidantes como los
nitratos y nitritos a los alimentos enlatados, que permiten que
en las latas no se desarrolle una bacteria muy peligrosa para la
salud humana, el Clostridium botulinum. Naturalmente, no
enfermaremos de botulismo, pero, ¿qué ocurre al paso de los
años?, porque se sabe y está perfectamente comprobado que estos
compuestos antioxidantes son cancerígenos.
A todo esto hay que añadir que no todos los fabricantes de
productos alimenticios siguen estrictas normas en la elaboración
de sus productos. Para muchos el negocio es el negocio y pasan
de toda ética a la hora de ofrecer lo más barato y competitivo.
Las autoridades sanitarias no pueden controlar todos y cada uno
de los productos que salen cada día al mercado. Las
toxinfecciones alimentarias se producen cada día en todas las
latitudes en número que escapa a nuestro conocimiento.
Estafilocias, colibacilosis, botulismo, perfringens y otras
muchas intoxicaciones la sufren continuamente millones de
personas en el mundo, en nuestro país, en nuestra ciudad, sin
que nos enteremos de nada. Si acaso la salmonelosis, frecuente
por la ingesta de pollos infectados o las mahonesas, tiene
reflejo en la prensa cuando, por asistencias a banquetes de
bodas y otros, son muchos los afectados.
Por último, otra circunstancia muy a tener en cuenta es nuestro,
generalmente, escaso o nulo conocimiento sobre el tratamiento
que les damos a los alimentos a la hora de cocinarlos. Nadie nos
ha explicado que los alimentos, las proteínas, vitaminas,
carbohidratos y demás nutrientes, sufren una gran transformación
al ser sometidos a la acción del calor, sean fritos, guisados, a
la plancha o de cualquier otra forma. Como cuento en el artículo
dedicado a ello, La cocción de los alimentos,
la llamada reacción de Maillard nos demuestra que los pigmentos
marrones y los polímeros que aparecen durante la pirólisis (la
degradación química producida por calor) son moléculas cíclicas
y policíclicas que aportan sabor y aroma a los alimentos, pero
que también pueden ser cancerígenas. Digamos que el color oscuro
que toma la carne al ser cocida, el color del pan tostado o el
caramelizado de las chuletas a la plancha, son algunos de los
cambios químicos que se producen por esta reacción. Se sabe,
además, de propiedades mutagénicas y cancerígenas (caso de las
acrilamidas, que se originan al cocinar alimentos que contienen
féculas -como los cereales y las patatas- a temperaturas
superiores a 120º C.), y que los productos originados por estas
reacciones están asociados, entre otras muchas enfermedades, con
el Alzheimer.
Nuestro metabolismo no está preparado para procesar todo ese
cúmulo de sustancias tóxicas contenidas en los alimentos, ni
para reconocer todo ese otro montón de elementos nuevos y
desconocidos que se produce en los procesos de elaboración o
cocinado. El resultado es que nuestro cuerpo, las células que
componen nuestro organismo, vayan acumulando elementos tóxicos
que, a la larga, el día menos pensado, digan que ya no pueden
más, que hasta aquí llegó la cosa... Y comenzará a hacerse más
notable aquel dolorcito sordo en la zona derecha del abdomen,
que resulta ser una cirrosis hepática, o esos pequeños eccemas y
granos de las manos y la espalda, que termina por ser una
psoriasis, o aquellos dolores de las manos y de los pies, que
acabaron en un diagnóstico de artritis reumatoide severa...
Ya sé que nadie, o casi nadie, se va a preocupar de lo que come
hasta que no se vea postrado en una cama o en una silla de
ruedas. No será hasta entonces cuando busque desesperadamente un
remedio, un milagro, para su enfermedad. Pero, más que como
investigador y divulgador, como enfermo que ha permanecido
durante doce años (desde 1994 hasta 2006) sufriendo el martirio
de la artritis reumatoide, y que ha conseguido regresar a la
vida desde aquel infierno (a fecha de hoy, octubre de 2011, casi
cinco años ya sin crisis ni dolores de ningún tipo), entiendo
que es mi obligación hablar del tema, divulgar mis
conocimientos, investigaciones y experiencias para hacerlos
llegar a cuanta más gente mejor. Ojalá sean muchos los que lean
esto y entiendan que con todas esas pequeñísimas dosis de
venenos que nos "regalan" con los alimentos, nos están matando.
Evitémoslo sabiendo qué es lo que comemos y cómo lo comemos.
1ª publicación: Mayo 2008
Actualizado: Octubre 2011
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Nota:
En La Web de la Artritis Reumatoide, además de
un consultorio on line, dispone de infinidad de
artículos sobre los alimentos, pruebas realizadas sobre estos,
el Régimen Ancestral estudiado y comentado por Alfonso Estudillo
y descripciones de
muchas patologías comprendidas entre las reumatológicas,
neurológicas y autoinmunes en general.