Este mes, en homenaje a todas aquellas sufridoras que son
capaces de mantener el equilibrio sobre un par de tacones,
escribo este relato porque, sin duda, se lo merecen. Conozco
a muchas mujeres que usan tacón alto y siempre las he
admirado. En mi juventud sí que me gustaba sentirme más
alta, por ello, los fines de semana me subía a mis
plataformas desde las que divisaba el mundo desde otra
perspectiva. Al principio me costó, como todo, sin embargo,
poco a poco lo fui consiguiendo. Algunos zapatos me hicieron
herida, con otros andaba como un patito hacia los garitos de
moda de mi barrio, pero nunca cesé en mi empeño...
Con el tiempo, me volví mucho más cómoda y fui olvidando que
la vida con tacones por lo menos es más sonora.
Habitualmente ahora salgo con zapatos bajos, son mucho más
cómodos y además con el tiempo asumí que mis pies eran
demasiado señoritos para tamaña prueba cada final de semana.
Es curioso lo que hace la mente, tú misma te autoconvences
de que ciertas cosas no son para ti. Si me hubieran dicho
hace unos meses que yo me iba a comprar un zapato de tacón,
tacón, ni plataformas, ni cuña, ni nada 'con trampas’, no me
lo creo. Pero son negros y ya los tengo en mi casa... ocho
centímetros y medio de suplicio que seguro que con el tiempo
me hacen la vida más agradable.
Todo comenzó hace unos meses, cuando mi amiga Eva decidió
renovarse o morir. Volvió de la playa con unos pensamientos
muy extraños. Cada fin de semana quería hacer una cosa
distinta, se dio al Vodka, se pintó un poco el ojo y llegó a
la conclusión de que la ropa con el tacón, como ella dice,
queda mucho más atractiva. Ni que decir tiene que la Eva de
antes de la playa iba a los sitios con la cara lavada, bebía
Fanta y siempre planita, lo más cómoda posible.... Como
pasamos últimamente demasiado tiempo juntas, yo la apoyé en
eso del tacón, si ella podía, yo también...
Ella también se ha comprado unas botas altas la mar de
estupendas y pretende estrenarlas el sábado que viene, a lo
bruto, sin pensar... Pero yo, como soy más precavida y más
realista para muchas cosas, decidí probar suerte ayer y,
prometo, que no se me olvidará jamás... La noche comenzó de
una manera prometedora, yo, Mónica, con el tacón y con paso
firme por la Avenida de América, con sus sonoros pasos,
digna, mirando al frente, con andar firme y seguro.... Creo
recordar que algo bailé y todo... hasta que me senté...
craso error porque al levantarme me dieron unos calambrazos
que presagiaron lo que iba a ser de mí y de mis pies a
partir de entonces...
Y tenía que caminar hasta Cibeles... Me quería morir...
Nunca la Gran Vía fue tan 'GRAN', mi cabeza sólo podía
pensar en mis manoletinas de color vaquero que se quedaron
tristes en casa relegadas a los días de diario. A lo lejos,
la diosa Cibeles me miraba burlona (claro, como ella estaba
la mar de repanchingada en su carro, tan a gusto....) y
nunca la alcanzaba. Cada paso era peor que el anterior, ya
no quería ser femenina, quería descalzarme y ser como
Carpanta, pero cómoda. ¡Adiós dignidad, adiós, mundo
femenino cruel...!
Pero lo conseguí, contra todo pronóstico, llegué a Cibeles y
la hice un corte de manga, subí las escaleras de mi casa con
dignidad y después me descalcé y me di un paseíto por el
pasillo con los pinrreles al aire, como buena soñadora que
soy. Hoy tengo hasta agujetas pero soy feliz y sé que al
final lo conseguiré, como todo lo demás. Eso sí, el sábado
que viene me llevo unas manoletinas en el bolso, por si
acaso...
Viviendo lo que viví ayer admiro a todas aquellas chicas que
como mi amiga Pax se pasean por la vida con el tacón, calles
empedradas de Toledo incluidas. No sé si yo seré capaz de
hacerlo algún día, pero a todas ellas les dedico este
relato, a ellas y a las personas que como Eva se niegan a
pensar que no pueden usar tacón. Para presumir hay que
sufrir y seguro que algún día nosotras también podremos
lucir el tacón con dignidad.