No cabe dudas de que los problemas actuales y a corto plazo,
tanto para los ciudadanos de este mundo industrializado como
para los emergentes y los menos favorecidos, son muchos y se nos
van mostrando cada día que pasa con más ensañamiento. En lo que
respecta al plano económico, las continuadas caídas de la Bolsa,
el crack de la construcción y las inmobiliarias, la escalada de
los precios, el paro creciente y la minimización de los
salarios, etc., etc. -que le van quitando la careta a la
recesión de la economía-, y en el social, la violencia de
género, el racismo y los derivados de la inmigración, el colapso
de muchos servicios sociales, el cambio climático, y el hambre y
las guerras, etc., son temas que, cada vez más y en una
imparable progresión, copan los titulares de la prensa diaria
para ponernos la carne de gallina.
Pero hay un problema que -a pesar de que ya nos está haciendo
poner las gafas de ver de cerca a los que habitamos en este
primer mundo- aún no nos ha hecho sentir en nuestras carnes
morenas la terrible furia que desplegará antes y durante la
larga agonía de su ya más que anunciada muerte. Como ya han
adivinado, me refiero a ese preciado oro negro del que tanto se
ha hablado -y se hablará- que hasta ahora ha movido el mundo. El
petróleo, el más productivo elemento logrado por el hombre
-siempre en manos de especuladores sin escrúpulos (entre los que
se auto incluyen los gobiernos con una voraz, desmesurada e
insaciable fiscalidad)- entra en su fase final subiendo su
precio cada día y llevando a la ruina a toda una larga serie de
profesionales con una alta dependencia de su suministro y
consumo.
Cuando comenzaron las primeras extracciones de petróleo, allá a
mediados del siglo XIX, de los pozos entonces conocidos se
sacaban unos 50 barriles por cada barril usado en su puesta en
uso de los productos, es decir: la extracción, el transporte y
el refino. Este ratio, denominado Energy Return on Energy
Investment (o retorno de energía invertida), ha ido perdiendo
eficiencia a lo largo del tiempo a medida que la explotación de
los yacimientos los hacen cada vez más inaccesibles. Actualmente
se recuperan entre uno y cinco barriles de crudo por cada barril
usado en el proceso. La razón de estos rendimientos decrecientes
es que, a medida que se seca un pozo, el petróleo de éste
resulta más difícil de extraer. Lógicamente, la disminución de
la eficiencia en la extracción seguirá hasta que, llegado un
punto, por cada barril invertido en la extracción sólo se
obtenga otro barril. En ese momento el petróleo ya no podrá ser
usado como forma de energía primaria.
Que el petróleo se agota es cosa conocida de todos. Ya nos lo
hacía saber -en 1956, en la reunión del American Petroleum
Institute en San Antonio, Texas- el experto geofísico tejano
Marion King Hubbert, que creó el modelo matemático que predice
el nivel de extracción del petróleo a lo largo del tiempo. La
teoría del Pico de Hubbert -también conocida
como cenit del petróleo- es una influyente teoría acerca de la
tasa de agotamiento a largo plazo del petróleo y otros
combustibles fósiles. Predice que la producción mundial de
petróleo llegará a su cenit y después declinará tan rápido como
creció, resaltando el hecho de que el factor limitador de la
extracción de petróleo es la energía requerida y no su coste
económico. Todas sus predicciones se han ido cumpliendo.
Actualmente, la Asociación para el Estudio del Pico del Petróleo
y el Gas (ASPO), fundada por el geólogo Colin Campbell,
basándose en la información actual sobre las reservas
petrolíferas conocidas y sobre la tecnología disponible, predice
que el pico mundial de producción sucederá en torno al año 2010.
Para el gas natural el pico se retrasaría unos años más y se
situaría entre el 2015 y el 2025. Los más optimistas creen que
el agotamiento final de todas las reservas de petróleo conocidas
-y por conocer- se producirá en la década del 2040 al 2050.
No pretendo ser agorero (ojalá lo fuese y todo quedara en
falacias de un pitoniso de la T.V.), pero los efectos que la
escasez de petróleo y sus derivados producirán en la economía de
todos los países será devastador. Ni siquiera podemos imaginar
lo que sucederá cuando, dentro de unos pocos años, la cifra de
la producción comience a decrecer. Para entonces, las actuales
subidas del precio del barril de crudo, que ya en 2008
consideramos bestiales (un 89% en el último año), habrán
alcanzado niveles tales que sólo los países con economías más
saneadas podrán tener acceso a su compra y consumo. Las tan
pregonadas energías alternativas se habrán demostrado como un
parche zapatero que sólo tendrán uso y efectividad en
determinadas y muy escasas áreas. Los transportes, aéreos,
marítimos, ferroviarios y por carretera, estarán en plena
decadencia y con precios prohibitivos para todos y casi todo. La
pesca industrial habrá dejado de existir y sólo saldrán a la mar
algunas embarcaciones de poco calado con poco más que unos
buenos remos. La agricultura -que unirá la cada vez menor
producción a la deriva de cereales y otros a la fabricación de
biocombustibles- irá retornando a la pequeña huerta con
sembrados familiares que pondrán los tomates y las patatas al
precio de un ojo de la cara. La inflación, los precios de todo,
adquirirá tal nivel que habrá que redefinir la palabra atraco
para que no se use si no se efectuó con armas de fuego. En fin,
para qué seguir...
Puede que la cosa no tenga solución, pero, si hubiera una
verdadera conciencia colectiva de que ocurrirá
indefectiblemente, ya -empezando por los gobiernos- deberíamos
estar aplicando medidas efectivas que, al menos, prorrogaran su
inevitable llegada hasta, siquiera, finales de este siglo. Con
cien años más por delante es posible que el hombre avanzara lo
suficiente en estos campos de la Ciencia y la investigación como
para evitar la hecatombe.
Ese futuro debería pasar porque los grandes productores -y
beneficiarios absolutos de las enormes cifras de dólares que
genera el crudo- dedicaran una parte de sus ganancias a la
investigación. Pero, me temo que no es así. Si miramos para
Arabia Saudí y los emiratos del Golfo Pérsico, los mayores
productores del mundo, vemos cómo dedican grandes sumas a la
creación de hoteles de lujo, fastuosos complejos residenciales e
islas turísticas con categoría de paraísos. Todo para los más
pudientes.
Bien mirado, no es mala previsión de futuro, porque, en
realidad, éstos serán los únicos que sobrevivirán cuando a los
pozos del oro negro se les vea el fondo.