No soy una persona de mal comer, todo lo contrario, me gusta
todo, la carne, el pescado, la fruta, la verdura... De
pequeña, cuando invitaba a comer a casa a mis amiguitas y
ponían mala cara cuando mi madre ponía en la mesa el puchero
con las lentejas no podía entenderlo. Yo nunca he dado
ningún problema a este respecto, siempre acabo rebañando el
plato... cuando hay confianza y se puede.
Ahora bien, hay una excepción, como casi todo en la vida, un
manjar para casi todo el mundo que para mí es un suplicio
hasta tocar, oler y sentir cerca. Es además una manía de
familia: repugno el queso. No puedo entender cómo la gente
se puede meter eso en la boca, que lo saboreen y luego se lo
traguen, encima, con gusto. ¡Dios, no me entra en la cabeza!
Y encima es algo que me persigue. Voy a un bar y me ponen
una tapa con queso o los de al lado se están comiendo una
apetitosa tabla de quesos olorosos. Nunca falla, tengo imán.
Y la gente se extraña cuando informo de esta fobia que le
tengo a este lácteo del infierno, hasta se escandalizan de
ello... Para mí lo raro es que la gente adore este supuesto
manjar. Huele fatal, a pies sudorosos que no han visto el
agua en su vida... Puaffffffff!!! Es superior a mí. No puedo
ni tocarlo ni tenerlo cerca.
Mis amigos que, insisto, no pueden comprenderme, siempre me
dicen que no me gusta el queso porque nunca lo he probado,
pues no, sí que lo he probado, cuando no me ha quedado más
remedio y desde entonces sé aún más que lo odio. La primera
vez que me vi obligada a probar un pedacito fue en Tomelloso,
el pueblo de mi amiga Aco. Fui allí a pasar la Semana Santa
hace muchos años, cuando yo aún era una pipiola adolescente.
Su padre, encantado con mi buen comer, regañó a su hija que
a todo le ponía pegas. Y, de repente, me miró y me dijo:
‘Prueba un poco de este queso de mi pueblo, que como éste no
lo ha’. Mi amiga, rápidamente dijo: ‘no, papá, que a Mónica
no le gusta el queso...’ Pero el buen señor tuvo que
insistir, que ese queso era distinto, muy bueno.... y yo,
como todavía no tenía muy bien desarrollado mi carácter, era
medio pava y no había aprendido aún que la palabra NO
formaba parte de mi vocabulario, me metí en la boca un mini
pedacito de ese queso curado, fuerte, de sabor repugnante,
demasiado para una principiante en esas lides.
Casi me muero, estuve toda la noche recordando ese sabor
repulsivo y mi estómago no paraba de indicarme que no era
capaz de digerir tamaña ofensa. Por lo menos no tuve que
comer más porque le fui sincera al padre de mi amiga y le
dije que realmente no me había gustado en absoluto. Pero el
hombre se quedó contento porque lo había intentado por lo
menos. A partir de ese día decidí que jamás volvería a
probarlo.
Pero jamás es mucho tiempo y con el paso de los años me vi
involucrada en una encerrona con queso de por medio. Estaba
en la presentación de un centro comercial que se inauguraba
la semana siguiente y habían invitado a los medios de
comunicación a un ágape con canapés y demás viandas. Yo
estaba hablando con el arquitecto que lo había diseñado. La
charla era amena y como era un chico muy mono cogí el primer
canapé que me ofrecieron sin darme ni cuenta. Embelesada por
las palabras de aquel chico de mirada penetrante, me metí en
la boca el maldito canapé que contenía QUESO AZUL. Oh, Dios
mío!!!!! Cómo me pudo eso suceder a mí!!!!! Me quería morir
en aquel momento. Sólo quería vomitar y delante de ese
apuesto galán no podía hacerlo, por supuesto. Y yo con el
canapé a medio morder en la mano sin poder soltarlo...
Qué mal lo pasé aquel día!!!! Creo recordar que al final lo
pude dejar encima de una de las mesas sin que nadie se diera
cuenta y fui corriendo a por una copa de lo que fuera que me
quitara el mal sabor de boca.... Eso sí, ese día le perdí el
miedo al queso y con el tiempo he conseguido comer pizzas.
Nada más, la mozzarella no sabe a queso porque no puedo ni
con el queso de untar, ni con los quesitos del caserío, ni
con los mini babibel...
Lo peor de todo es que la gente es cruel y me engaña. Que si
esta salsa no sabe a queso, que la ensalada César no lo
lleva... A ver... que no me he caído de un guindo... Pues
esto es un problema porque cada vez que voy a cenar al Vips
le tengo que decir al camarero que quiero una ensalada pero
que le quite el queso y si voy con Eli y con Eva apaga y
vámonos, porque una es celiaca y la otra odia todos los
productos provenientes del mar... así que al final muchas
veces ni cenamos, directamente.
Y es algo de familia, como digo, mi hermana Merce, mis
sobrinas y yo odiamos todas el queso. Ellas aún más que yo.
Y lo hemos probado todas, hablamos con conocimiento de
causa... Se puede vivir una vida sana sin ese producto, en
serio, y, cuando nos preguntan que si queremos queso, las
cuatro, al unísono, contestamos: el queso, para los ratones.