Decir tacos o palabrotas, tanto referentes al sexo, a la
religión, a la familia, o escatológicos, y por muy explícitos
que sean en su contenido, no deja de ser una simple falta de
elegancia léxica, una ordinariez o vulgaridad expresiva que,
atendiendo a según qué boca y momento, puede ser causa de risa,
de que se preste una mayor atención al dicente o que se le
enjuicie como persona irrespetuosa o malhablada. Sin embargo, su
uso está tan extendido que podemos oírlos hasta en las mejores
familias.
Lo que ya no es tan común, ni aceptable para la mayoría de la
gente medianamente instruida, son esas incorrecciones
lingüísticas que vemos u oímos en medios escritos y hablados y
perpetradas por gentes a quienes se le supone una cultura. Los
ejemplos serían tantos que necesitaríamos varios gruesos tomos
para exponerlos. Pero, como de muestra vale un botón, recordemos
al conocido político Javier Solana, profesor de Física,
diplomático y varias veces ministro en el Gobierno de Felipe
González (entre ellas, de Cultura), cuando, según sus propias
palabras, hizo entrega del "catorceavo Premio Mayte de Teatro".
Otra perla "cultivada" la tenemos en la también ex Ministra de
Cultura Carmen Calvo, cuando afirmaba que "el español está lleno
de anglicanismos..." (por anglisismos), o cuando decía tan ufana
"que ella había sido cocinera antes que fraila... ", y, en el
Senado, cuando el senador Juan Van-Halen Acedo -en alusión a lo
dicho por ella- le repitiera varias veces "Calvo dixit", en una
clara demostración de su "amplia cultura" de tebeos, le
respondió "Bueno, pero para mí usted no será nunca ni Dixi ni
Pixi..."
Sin embargo, y aunque podrían ser nuestros políticos los que se
llevaran la palma en cuanto al uso poco correcto del lenguaje
-empleo de barbarismos, uso de lenguaje coloquial, uso
redundante del género, creación de palabras nuevas (recuerden el
"jóvenas" de Carmen Romero o el "miembra" de la novísima Sra.
ministra de Igualdad, Bibiana Aído)-, hay un gremio en el que
abundan todo tipo de atentados a la ética y corrección en el uso
de la lengua castellana. Naturalmente, me refiero a toda esa
patulea de plumillas y meacables que pululan por entre las
nobles filas de los profesionales del periodismo.
No es difícil encontrar en la prensa escrita parrafadas
huérfanas de toda corrección, incluso titulares con letras
gordas, como el que leí en cierta ocasión en un periódico de
buena tirada. Decía: "Encontrado en la playa el cadáver sin vida
de un hombre muerto." Lo que nos llevaba a la indubitable
conclusión de que el individuo en cuestión la había palmado del
todo. Muerto, muerto, vamos... El plumilla, con su orgía de
pleonasmos, lo dejó bien claro.
Pero, quienes nos demuestran una y otra vez que no hicieron
méritos para la licenciatura que llevan en el bolsillo son esos
obtusos tozudos que escriben o verbalizan sin el menor pudor lo
de "deflagración" por explosión. La deflagración, según el
Diccionario y la RAE, es "una combustión súbita, con llama, pero
sin explosión." No es sinónimo de explosión o estallido y no
debiera ser usado en las informaciones de bombas terroristas u
otras acciones similares. Por abundar más, en un cohete de
feria, la deflagración sería la combustión desde el inicio del
encendido hasta el estallido final. También es frecuente leer u
oír lo de "catorceavo" (sufijo avo, indicador de las partes
iguales en que se divide un todo), en lugar de "decimocuarto",
al referir el lugar ocupado por algo en una serie.
Lo peor de todas estas incorrecciones, aunque de por sí son un
incordio para todo receptor amante de la lengua, es que, al ser
dichas o escritas por personas que gozan de una gran audiencia,
son semillas que germinarán y pasarán a formar parte del bagaje
cultural de buena parte del público infantil, juvenil o menos
afortunado en una buena instrucción. Sin duda, no podemos
saberlo todo, pero, los aquí aludidos, y por las razones
expuestas, debieran ahondar más en el conocimiento de la Lengua
y su correcto uso.
No quiero terminar sin retomar el principio, pues los tacos,
como dije, casi siempre son motivos de risa y jolgorio en la
parte oyente. Un gran decidor de tacos -tanto como ocurrente e
ingenioso- era nuestro Premio Nobel de Literatura Camilo José
Cela. Podría referir buen número de anécdotas de este estilo con
el de Iria Flavia de protagonista, pero, para no cansarles,
baste la siguiente. Con ocasión de una sesión en el Senado (fue
nombrado senador por designación real), sentado en su cómodo
sillón y cansado o aburrido de los debates, tras varios
bostezos, terminó por abandonarse en los brazos de Morfeo. Luego
de un buen rato de ronquidos, percatado el Presidente de la
Cámara, hizo sonar su campanilla hasta lograr que el contumaz
durmiente abriera los ojos. Entonces, dirigiéndose a él, le
dijo: "¿El señor Cela estaba dormido? El orondo gallego, con
cara de mala uva y sin achararse lo más mínimo, le respondió:
"No señor, estaba durmiendo". El Presidente, con gesto
contrariado, le inquirió: ¿Durmiendo... Y qué, acaso no es lo
mismo? A lo que el de Padrón respondió: "No señor, no es lo
mismo estar dormido que estar durmiendo... como no es lo mismo
estar jodido que estar jodiendo."
Ignoramos si la interjección o expresión exclamativa fue dicha
o, al menos, pensada. Pero, no me cabe dudas de que más de uno
se vio forzado por el consecuente taco que le vino a las
neuronas y dijo por lo bajini aquello de "La madre que lo
parió..." en honor y gloria del ingenioso gallego.