“La verdad se parece a un cuento”. William Shakespeare
No le preocupó mucho a Shakespeare, el más grande de los
escritores en lengua inglesa y una de las cumbres del teatro
mundial, la falta de originalidad en los argumentos de sus
obras, pero en ello no es el único entre los clásicos. En un
drama antiguo halló abundantes materiales para su magnífico El
rey Lear; en viejas crónicas, para sus dramas históricos; en
cuentos anteriores a El mercader de Venecia y quizá en La famosa
tragedia del rico judío de Malta, de Marlowe, está el germen de
aquel drama; su Otelo se halla ya en el cuentista italiano
Giambattista Giraldi Cintio; de procedencia igualmente italiana
son Romeo y Julieta y la mayor parte de sus obras...
Apoyándose en los cuentistas italianos (de los cuales tomó
mucho), o en sus lecturas de antiguas crónicas, o bien de
Plutarco, de Plauto, de Ovidio, de Virgilio, de clásicos griegos
o de antiguos dramas ingleses de Montaigne y otros; confiando
alguna vez a su propia fantasía el trabajo de inventar la acción
trágica o cómica de sus obras, los personajes o, en fin, cuantos
pormenores necesitaba para infundir a éstos vida, creó tipos
como los inmortales de Hamlet y de Ofelia; de Lady Macbeth; de
Romeo y de Julieta; los magníficos del rey Lear y de su hija
Cordelia; los de Otelo, de Desdémona y de Yago; el de Falstaff,
los de Titania, Puck y Oberón, el de Ariel, junto con los de
Próspero, su hija Miranda y el salvaje Caliban, el de Katharina,
el rey Enrique VIII de Inglaterra, la reina Catalina de Aragón,
su esposa, después divorciada, y Ana Bolena, Ingenes, Coriolano,
Julio César, Marco Antonio, Cleopatra, etc.; porque hasta en los
tipos secundarios, por ejemplo, en los de clown o de bufón,
especie de graciosos de nuestro teatro, que Shaspeare halló ya
en el inglés y supo aprovechar para humorismos o para expresión
de grandes verdades, no siempre agradables, o de audacias que de
otro modo no pasarían, hasta en ellos hay mucho que admirar.
Pues bien, de ese gran poeta, merecedor por su fuerte
independiente personalidad del nombre de gran romántico, de
quien dijo Hazlitt que “encerraba en sí todo un universo de
ideas y de sentimientos” y que “tenía el don de comunicárselos
poderosamente a los demás”. Dumas padre dijo que “después de
Dios, Shakespeare era quien más había creado”, y Víctor Hugo que
“en la historia del mundo sólo tres hombres eran realmente
memorables: Moisés, Homero y Shakespeare”.
William Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon, el 23 de abril
de 1564, y murió, donde había nacido, el 23 de abril de 1616, el
mismo día y año, en apariencia, que Cervantes. A su
fallecimiento contaría pues, cincuenta y dos años.
Fue William Shakespeare hijo de un negociante en muy diversos
productos agrícolas (lo que le obligaba a ser carnicero,
guantero, etc.), establecido en la rica ciudad de Stratford-upon-Avon.
Era su madre hija de un propietario rural de un pueblo vecino.
Puede decirse, pues, que corría por las venas del joven algo de
sangre campesina. Las llamadas Grammar Schools de la época
ofrecían a los muchachos de humilde posición su enseñanza. De
ella pudo aprovecharse Shakespeare, a semejanza de otros que
luego adoptaron su misma profesión de actor, y como de aquellas
escuelas se salía hablando y escribiendo corrientemente en latín
y sabiendo desarrollar temas literarios, todo ello había de
serle de marcada utilidad en lo futuro.
Quedó interrumpida la educación de Shakespeare cuando contaba
algo más de catorce años, porque el mal estado de los negocios
paternos exigió que se le retirara de la citada escuela. No pudo
ingresar en la Universidad, y sólo, sin ayuda alguna, adquirió
los conocimientos que su inmenso afán de leer le fue
proporcionando. Quiso el padre de Shakespeare que su hijo le
ayudara en la práctica de sus diversos oficios, pero no pudo
lograrlo. Se casó con Anne Hathaway en edad harto prematura, a
los dieciocho años, y a los veintidós años, o quizás antes,
salió de su ciudad, dirigiéndose a Londres, acompañado de su
mujer y de tres hijos. Sin dinero y sin amigos, no se le ocurrió
nada mejor que dedicarse a ser actor y a escribir obras
teatrales, en que él mismo representaría papeles. Entró en un
teatro, pero se dice que para ejercer en él los más humildes
oficios, hasta que, posiblemente, lograría demostrarle al
empresario que él sabía adaptar una obra antigua a las
necesidades de la escena de su tiempo y al gusto de su público.
Hasta 1591, probablemente, porque nada hay seguro, no se
representó su primera obra original. De todas suertes, Romeo y
Julieta fue la que le colocó definitivamente a la altura que
merecía. Halló protección en la corte, se le abrieron las
puertas de palacio y él y su compañía representaron ante la
reina. Llegó a ser director de su compañía pero los grandes
triunfos los obtenía con la pluma, y no sólo en la corte y entre
la gente más culta, sino entre el gran público.
Treinta y siete títulos suelen citarse de sus obras teatrales
(algunas tienen dos o tres partes), comedias, obras históricas y
tragedias. Los nombres más populares son, Tito Andrónico,
Comedia de las equivocaciones, La fierecilla domada, Trabajos de
amor perdidos, Los hidalgos de Verona, Rey Juan, Enrique IV
(partes I y II), Ricardo III, El sueño de una noche de verano,
El mercader de Venecia, Mucho ruido y pocas nueces, Las alegres
comadres de Windsor, Como gustéis, Romeo y Julieta, Julio César,
Enrique V, Hamlet, Otelo, El rey Lear, Coriolano, Antonio y
Cleopatra, Timón de Atenas, Pericles, príncipe de Tiro, Macbeth,
Medida por medida, Noche de Reyes, A buen fin no hay mal
principio, Troilo y Cressida, Cuento de invierno, La tempestad,
Cimbelino y Enrique VIII. De todas estas piezas sólo dieciséis
se publicaron en vida del autor; en 1623, dos actores de la
compañía King’s Men, en la que había trabajado Shakespeare,
recopilaron y publicaron toda la obra que hoy conocemos en un
volumen al que se denomina Primer folio.
Shakespeare es poeta y dramaturgo, aunque en realidad su genio
de poeta se manifiesta también en su obra dramática. Entre los
poemas largos destacan Venus y Adonis (1593) y La violación de
Lucrecia (1594). Pero Shakespeare, como poeta, es sobre todo un
gran sonetista. A pesar de sus limitaciones temáticas, los
sonetos constituyen una poesía vital; en ella destacan sus
poderosas imágenes y una suave musicalidad difícilmente
imitable. Fueron muy numerosos los sonetos que circularon en la
sociedad refinada de su tiempo, hasta que algún recolector
anónimo los publicó en 1609.
Shakespeare localizó el conflicto trágico en el individuo mismo,
en la discrepancia entre la pasión y la razón, entre lo limitado
y lo infinito de su naturaleza. Lo que existe, bueno o malo,
agradable o repugnante, tiene con Shakespeare el escenario a su
disposición, sin esquemas preconcebidos. Además, demostró un
formidable talento teatral, un sentido especial del
funcionamiento dramático, un “oficio” que hace que sus obras
sigan funcionando sin perder nada de su poder, aun sometidas a
todos los tratamientos que las sucesivas sensibilidades
artísticas han imaginado. Respecto al estilo, hay que subrayar
la fuerza y riqueza de la expresión, el manejo extraordinario
del lenguaje, acorde siempre con el personaje y su circunstancia
concreta, la abundancia de imágenes, el ingenio verbal y la
interrelación entre acción y palabra, además de su utilización
magistral del verso blanco.
“La verdad se parece a un cuento”, leemos en Shakespeare. Porque
la verdad para hacerse posible y realmente verdadera, como el
cuento, necesita alimentarse de mentiras. El teatro es siempre
una máscara que nos ilusiona o que nos miente. El teatro
skakesperiano, nos sigue pareciendo junto al griego y al español
renacentista (lopista-calderoniano), el mejor que ha existido;
porque nos miente de verdad.
Y como nos dijo el extraordinario dramaturgo: “Mira que a veces
el demonio nos engaña con la verdad”.