"Mientras las chicas hablaban de chicos y de maquillaje, yo
quería hablar de la muerte".
Mónica
Velásquez Guzmán nació en La Paz (Bolivia) en 1972 y es la
ganadora del Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal” 2007,
con su poemario “Hija de Medea”.
Estudió literatura en la Universidad Mayor de San Andrés (La
Paz) y luego obtuvo su doctorado en la misma materia por el
Colegio de México. Actualmente trabaja como docente en la
Universidad Católica Boliviana y La Universidad Mayor de San
Andrés.
Ha publicado: “Tres nombres para un lugar” (1995), “Fronteras de
doble filo” (1999), “Antología de poesía boliviana del siglo XX”
(2004), “El viento de los náufragos” (2005), “Hija de Medea”
(2007) y muchos ensayos sobre literatura.
Sin duda que Mónica Velásquez ha construido una pieza de
orfebrería bien lograda, donde cada estrofa forma parte de un
engranaje meticulosamente diseñado. Es por eso que el fallo
dictado por el jurado, en el Palacio Chico de la ciudad de La
Paz, señala: “se encontró un trabajo de alto nivel en el
tratamiento del lenguaje, y con imágenes muy bien trabajadas, lo
que junto con la temática, forman un mundo poético sólido y
profundo”.
La obra galardonada, Hija de Medea, es un largo poema conformado
por 40 estrofas cortas, y está basada en el famoso mito de
Medea.
Medea,
mujer hechicera por excelencia, mata a sus hijos como símbolo de
venganza porque su amado esposo Jasón, le abandona para casarse
con Creusa, la hija del rey Creonte de Corinto.
Velásquez hace alusión a la tragedia del mito con bellas
metáforas y con un lenguaje literario de alto nivel. En un tono
muy particular entrega al lector todo ese proceso de angustia
que viven los implicados frente a la idea de la muerte y los
conflictos familiares. De allí los versos: Te dieron un hermano
despedazado/ te dieron un rey recolector del cuerpo de su hijo/
quemados y muertos varios para tu triunfo (…) Llórame padre
entre los ahorcados/ entre los que debían morir para tu
vellocino/ Llora mi cuerpo sin sepultura o mi alma desabrigada/
llora al padre sin fuerza ni amor ni hijos...
Se ven muy claros los caminos del dolor y la efímera felicidad
de Medea. Vida y muerte se cruzan, en esta historia, como si la
venganza, el crimen y las brujerías fuesen el triunfo del amor.
Es precisamente una hija de Medea que resucita para enfrentarse
a su amargo destino y gritar a los cuatro vientos: Yo, tu hija
muerta/ vuelvo de la muerte para amar la impotencia/ para
enseñarte a dejar ir, para aprender a perder/ para perdonarte,
coser la que fuiste/ y juntas devolver la sombra al Sol. (...)
Creyeron que estaba en la piedra a la hora señalada/ que me
rendía sumisa al ritual de los otros entregada a su merced/ Pero
yo, bruja hija de brujas yo sabía/ Lo adiviné temprano: había
que odiar al padre Jasón...
La autora hace muchas preguntas a lo largo del poema y, quizá,
sin esperar alguna respuesta específica. En este laberinto de
significaciones, cuestiona las relaciones humanas:
¿Qué amor ausente podrá justificar lo “tanto muerto”? ¿Quién
dijo que eras el escarmiento a un padre desmemoriado, el castigo
de la salvadora al ingrato? ¿Quién corta la cabeza de la culpa,
qué amor al bien amará el mal? ¿Qué hija sin padre podría
mantener el lazo? ¿Qué hija sin madre podría alcanzar la
clemencia?
Por otro lado, da la impresión de que la asesina de sus hijos,
Medea, se mata así misma desligándose de su maternidad para
refugiarse en las oscuridades de Atenas. Y no menos bella es la
última estrofa que dice: Abre la oscuridad, mamá/ ciérrame los
ojos.
Para conocerla más de cerca a esta paceña ganadora del máximo
premio de poesía en Bolivia, dejemos que nos cuente de su
trayectoria literaria.
Javier Claure: ¿Por qué escogiste escribir un poema inspirado en
el mito de Medea?
Mónica Velásquez: Creo que la historia de Medea, como todo mito,
es una fascinante condensación de las contradicciones y sombras
del alma humana. Eso de mirar las zonas más densas y difíciles
del ser humano, me apasiona verdaderamente. Escribir desde la
voz de la hija muerta por su madre, me dio la oportunidad de
examinar, sin miedo, los lados más densos de la relación entre
padres e hijos.
J. C: He leído en alguna parte que has dicho: "Mientras las
chicas hablaban de chicos y de maquillaje, yo quería hablar de
la muerte". ¿Por qué?
M. V: Bueno, lo debí contar como parte de las vivencias de mi
adolescencia, pues estuve enferma y me obsesioné con el tema de
la muerte, a una edad en que las otras chicas descubrían más
bien sus primeros novios.
J. C: ¿Existe algún hecho en tu vida que marcó tu opción por la
poesía?
M. V: No lo sé, escribí desde muy pequeña. Es cierto, sin
embargo, que después del episodio de la muerte, que te cuento, a
eso de mis 13 años, la escritura de poesía se hizo más constante
y fuerte.
J. C: ¿Qué poetas bolivianos admiras?
M. V: Blanca Wiethuchter, Juan Carlos Orihuela, Oscar Cerruto y
Edmundo Camargo.
J. C: Sé que una parte de tu poemario "Fronteras de doble filo"
está dedicado a Dios. ¿Puedes explicarme algo sobre esto?
M. V: Ese es otro tema pendiente. Crecí en una familia católica
y me eduqué en un colegio muy religioso. Hay zonas que amo y
otras que temo de la imagen que me transmitieron de Dios. En ese
libro traté de exorcizar esos temores y concentrarme en el
cariño que me provoca, sobre todo, la imagen de Cristo.
J. C: La poesía, y el arte en general, tienden a romper con todo
lo establecido por una sociedad. A tu juicio: ¿Cómo crees que el
poeta debe proceder con esta ruptura, sin caer en lo vulgar y
dejar huellas en los corazones de los lectores?
M. V: No creo que hayan deberes para la poesía, ni siquiera la
de ser alternativa a su sociedad. Yo creo que la poesía, es el
ejercicio más grande de libertad. La poesía transita tanto por
lo normativo como por la transgresión. En dicho tránsito está su
fuerza, y su relación con el público.
J. C: ¿Hay alguna diferencia, en cuanto a la escritura, entre un
hombre y una mujer que escribe poesía?
M. V: Debe haberla, pues como cualquier otro rasgo determina el
lugar del ojo. Creo que lo femenino y lo masculino van más allá
del sexo biológico. Ambos sexos apuntan a zonas transitables por
la creación. En lo que sí creo; es en una fuerza y unos motivos
más recurrentes en escritoras que en escritores.
J. C: José Martí dijo: "La imaginación tiene en la construcción
de las matemáticas tanta parte como en las concepciones
dolorosas y lumíneas de la poesía". ¿Qué opinas al respecto?
M. V: La imaginación está en muchas de las labores que
realizamos, en casi todas las formas en que nos inventamos.
Deberíamos verla como una alternativa más de las formas del
pensamiento. Y en esta medida, aunque más intensa en el arte, es
parte de la vida de todo ser humano.