Costa de Croacia y escapada a Bosnia Herzegovina


30-6-08
Algún día es posible que algún genio de la pragmática descubra cómo conseguir que para trasladarte en avión en un vuelo de 2 horas y 10 minutos no tengas que salir de tu casa con 6 horas de antelación, y soportar estoicamente interminables colas y no menos interminables papeleos burocráticos y registros.

Mientras tanto tuvimos que aguantar, todo lo estoicamente posible, los retrasos y el calor insoportable de 1 hora encerrados en el pájaro de acero de Air Dubrovnik, y luego de un vuelo tranquilo nos aposentamos en el doméstico aeropuerto de Pula, al norte de la costa croata, desde donde partimos en autobús hacia la rimbombante y elitista Opatija (léase fónicamente Opatia).

Opatija es una ciudad con un encanto muy especial y en donde pueden rememorarse los antiguos fastos de la aristocracia austro-húngara, que en un tiempo hizo de ella ciudad-balneario de playas de cemento: casas palaciegas –las más reconvertidas en atractivos hoteles- bordean un mar calmo y azul sin playas de arena, y que la democracia populista ha convertido en piscinas interminables al mar abierto para el deleite de todos. Un frondoso parque, de árboles centenarios y flores variopintas y cuidadas, remata la costa de verdes y pájaros.

Agradable ciudad de vacaciones, de lujos mantenidos, en una atmósfera cosmopolita y cuidada, y en donde la ostentación apreciable casa difícilmente con una tasa de paro en torno al 20% y un sueldo medio sobre los 650 euros (4.500 kunas).
La mujer con la gaviota en la mano –símbolo de la ciudad- nos da la bienvenida y el adiós en la primera escala croata.
 



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Villa en Opatija y Mujer con gaviota, Opatija




1-7-08
El día nos sorprende con un calor y un sol de justicia y penitencia.

En la isla de Krk (absolutamente de imposible fonética por los ciudadanos que hacen del español legua y bandera, aunque se oye como Kerk), la isla más grande del Adriático, nos espera el Viking, barco cómodo y acondicionado con el que vamos a hacer un periplo marítimo por varias de las más de 1.600 islas que salpican la costa de Croacia.

Bonita ciudad amurallada la de Krk (a la que se accede por un puente desde el continente) y en la que degustamos unos sabrosos capuchinos en una de sus cientos de terrazas bien acomodadas a la orilla del mar.

La travesía hacia la población de Baska, en la misma isla, es relajante, y el pueblito, si no fuera por el calor de fuego en pleno mediodía, un lugar con encanto y silencio calmo abierto al mar y a sus playas de guijarros y aguas transparentes.
Luego de comer en el barco –comida mediterránea y frugal, pero con aire acondicionado- llegamos a Rab, uno de los lugares más encantadores que he conocido, con un magnífico casco antiguo pleno de iglesias bizantinas mirando al mar y miles de flores en sus callejas de piedra pulida y brillante: espectacular ciudad la de Rab, que bien merecería ser Patrimonio de la Humanidad.

De vuelta al barco, una hora de travesía hasta llegar a la isla de Pag y pasar por un puente –ya en autobús de nuevo- hacia el continente rumbo a Zadar, en la que los tristes ecos de la guerra aún resuenan en algunas casas, y en la que la alegría de sus gentes, al caer la noche y aminorar muy levemente el calor, se vuelca en la ciudad antigua alrededor de la plaza de la Catedral para festejar la vida.
 



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Baske, isla de Krk y Ciudadela de Rab




2-7-08
No cesa el calor en esta Croacia tendida al turismo…

Con la fresca, recorrido por la Ciudad Antigua de Zadar (solo el 30% de la originaria, ya que la restante 70% fue bombardeada y destruida por los Aliados un año después de la capitulación de la Italia Fascista, sin duda porque existía un excedente de bombas que había que amortizar de cualquier manera): la Catedral de Sta. Anastasia y la Iglesia redonda de S. Donato, junto con los restos del Foro Romano, forman un conjunto sugestivo en lo histórico.

Aunque más sugestivo aún, y nada histórico, es el ÓRGANO DEL AGUA, originalísimo artilugio, recién estrenado, de tubos marinos junto a la bocana del puerto que consiguen unos sonidos polifónicos cambiantes con las olas y las mareas: dulce música del agua en un suave concierto imprevisible.

El Viking nos aguarda para una singladura hasta el Archipiélago de las Kornati, un conjunto de pequeños y medianos islotes rodeados de trasparentes aguas y vegetación diversa: desde el bosque compacto de pino mediterráneo agreste, hasta el más cruel desierto de piedras calizas.

Parada en una de las islas del Archipiélago (Isla de Dugia) para ver el Lago Salado (lago Mir) –remedo Adriático del Mar Muerto-, y baño reconfortante y agradable en las límpidas aguas turquesas de la costa, antes del almuerzo en el barco mientras los pequeños islotes nos rodean y y se alejan.

Tierras de mar
encuadradas por azules y blancos…
Sangre antigua
que se difumina
en el imperio de los yates:
el sol se quema
en el silencio profundo de la noche.

(Parece ser que la región de Sibenik –donde debemos descansar de la jornada- es famosa por la carencia y baja calidad de sus hoteles, así que la noticia de que nos alojaríamos en uno nuevo nos reconfortó bastante: lo grave fue, luego, que de tan nuevo era su primer día de estreno, que el aire acondicionado aún no funcionaba, y que la moderna TV de plasma extraplana de las habitaciones todavía no tenía conexión a una antena inexistente. Eso sí, la amabilidad del servicio, sus ganas de agradar y un ventilador giratorio en el cuarto fueron capaces de suplir, casi, todas las deficiencias de un estreno, sin duda, anticipado en las dos noches de estancia)
 



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Iglesia de S. Donato, Zadar y A. de las Kornati, Isla de Dugia




3-7-08
Sibenik es la antigua capital de la Dalmacia croata (Dalmacija hrvatska) y emerge sumergida al lado de la desembocadura del río Krka (de nuevo trabalenguas para los hispano parlantes). Desde el mar –mezcla de río y Adriático- sube por las colinas hasta culminar en la fortaleza de S. Mihovila por callejas empedradas de sugerentes meandros estrechos que van confluyendo en la Catedral de S. Jacobo.

Ciudad para caminar, si no fuera porque el tórrido sol nos hace protegernos, e hidratarnos, frecuentemente, en cualquiera de sus muchos cafés sombreados, al abrigo de cualquier bebida isotónica que compense un poco las pérdidas iónicas del sudor constante.

Visita rápida a la Isla de Zlarin donde los coches están prohibidos (a no ser eléctricos) y en donde, pasando de museos coralinos, al fin pudimos degustar, luchando contra la calma infinita de sus gentes y camareros, unos sabrosos “calamaris” fritos y unos “scampis” que más que gambas eran unas cigalitas sabrosísimas en un sofrito de tomate y especias autóctonas.
De vuelta al barco nos esperaba el Parque Nacional del Krka, bellísimo paraje de saltos de agua, lagos y cascadas en una vegetación semi-tropical que se forman en la senda del río homónimo.

El agua –hora calma, hora turbulenta y atrevida- busca los senderos del monte para despeñarse, laderas abajo, desbocada hasta el estuario de Sibenik: rumor de serpenteantes burbujas para aligerar la sed de los turistas sudorosos, agasajo de espumas sin olas para el solaz absorto de los caminantes sedientos.
 



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Sibenik y Las 7 cascadas, P N del Krka




4-7-08
Adiós al Viking. Dejamos el barco aparcado en Sibenik y trasladamos nuestros sueños al autobús para hacer una larga etapa hasta Dubrovnik.

Gratísima, y sorpresiva sorpresa, la de Trogir, ciudad Patrimonio de la Humanidad: encantadora población de callejas angostas bañada por el Adriático y con cuidadísima arquitectura interior y exterior en todos sus rincones. Ciudad de aires diversos en la que el tiempo se despereza para recircular por un pasado marinero y confiado, que ha sabido mantener casi intacto hasta nuestros días. Uno de los parajes más bellos de la costa croata, sin duda.

Split, actual capital de la Dalmacia, bulle de turistas ávidos en torno al Palacio de Diocleciano y la Catedral. Curioso sincretismo (o maremágnum) de arqueología descubierta en sus sótanos, y amontonamiento de casas diversas en sus fachadas romanas, inundadas con el paso de los años de construcciones superpuestas que le dan un aire de lo más naif y abigarrado.
Calor, apabullante calor, por las callejas de una ciudad que nació dentro de los muros del palacio, y demasiada gente intentando conectar con el pasado desde un presente de helados pastosos y cervezas inmensas.

Camino de Dubrovnik la geopolítica obliga a atravesar territorios de Bosnia-Herzegovina, poco después de recorrer los temibles y preciosos acantilados de la costa de Makarska, donde el mar besa la tierra que se precipita por laderas sin fin.
La ruta hasta Dubrovnik, por una sinuosa carretera de costa, se hace larga y esperante, pero el Hotel Lapad, un palacete recién reformado con una decoración interior impecable y vanguardista, a los pies del mar, reconforta ampliamente el camino…

Era imprescindible, a pesar del cansancio, una visita nocturna a “la perla del Adriático” para tener un primer contacto con esta ciudad símbolo de de la cultura y la renovación croata. Y no fue en balde: Dubrovnik iluminada, y sin el calor agobiante del sol, eleva su magia en todos los rincones de su ciudad románica y gótica, en todos sus coquetos restaurantes y bares de sus callejones, en las cuevas mordidas a su muralla donde el mar hace chiribitas con las velas de los veladores íntimos.

El cansancio de la jornada fue paliado, ampliamente, por la magia de la noche “dubrovineska”.
 



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Callejuela de Trogir y Palacio de Docleciano, Split




5-7-08
El cielo sigue imperturbable, y nuestro amigo el sol no encuentra nubes que lo aplaquen.

Visita mañanera a la ciudad de Dubrovnik codeándonos con riadas de grupos turísticos de todas las nacionalidades –con amplia predominancia del español- desembarcados de los cruceros o de los autobuses que llegan incesantes a las puertas de la ciudad amurallada. Calor abrasante y sudante de lo más insufrible.

En estas condiciones la ciudad –a pesar de su belleza explosiva- se convierte en teatro poco soportable, si acaso poco más que el refugio sombrío en sus monumentos históricos, un rápido recorrido por sus murallas –a más de 40 grados a la sombra- y paradas de fonda y bebida en varios de los cafetines de sus callejas estrechas donde un leve airecillo marino refrigera suavemente a los sudorosos visitantes.

Parece necesario, en un futuro próximo, que las autoridades turísticas de la ciudad comiencen a plantearse algún tipo de “númerus clausus” para que esta ciudad maravillosa parida al mar no se convierta en una tumba de hipopótamos sedientos.

Como un barco medieval
Dubrovnik
desafía el sol de la mañana:
corsarios semidesnudos
invaden sus secretos
con tambores de guerra en los videos.
Solo el sol del mediodía
la defienden del suicidio…

Otra guerra, mucho menos cruenta que la de 1.991 pero mucho más amarga, puede acabar con esta bellísima ciudad donde el “depende” se convierte en certeza y exilio.
 



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Vista de Dubrovnik y Catedral de Dubrovnik



6-7-08
Existía la posibilidad de hacer una escapada al vecino país de Bosnia-Herzegovina y decidimos aprovecharla.

Mostar es una ciudad Patrimonio de la Humanidad a 100 kilómetros de Dubrovnik, enclavada en la región Herzegovina y de mayoría musulmana. Pero sobre todo es, y ha sido, el símbolo de una guerra fraticida entre religiones, y fue el centro de la Ayuda Humanitaria del Ejército español en los Balcanes.

Parece evidente que cuando el sentimiento religioso se pasa, desde la esfera privada y personal, a la manipulación social o política, la violencia que engendra es difícil de contener, y resultó tristemente paradigmático en esta ciudad, cuyo simbólico puente sobre el río Neretva separaba, históricamente, a las comunidades croatas (católicas) y bosnias (musulmanas) que convivían en una más que respetable armonía.

El año y medio de combates en esta ciudad ha dejado una huella indeleble en cientos de fachadas de las casas, esmaltadas con impactos de proyectiles y destruidas en sus techos e interiores, y aunque la reconstrucción, con ayuda internacional, del puente sobre el Neretva en el 2004 ha supuesto un símbolo hacia el futuro, las heridas siguen sangrando en los rostros y en las banderas, en lo cotidiano y en lo geopolítico, en lo cultural y en lo económico.

Esta región de los Balcanes, con atormentada historia, fue la punta de lanza del Imperio Turco-Otomano que impuso, como freno entre Oriente y Occidente, su religión y sus costumbres, religión que con el tiempo los bosniacos del sur (Herzegovina) fueron adaptando a su occidental forma de vida: consumo del cerdo y del alcohol, monogamia absoluta e igualdad de facto de la mujer y el hombre.

Algo que no impidió a los manipuladores de dioses y religiones en utilizar las escasas diversidades para enarbolar nacionalismo ultra-ortodoxos y derramar la sangre en una guerra fraticida y vergonzosa: bosnio-servios de un lado (aliados para la ocasión en esta zona mientras que en otras se masacraban) y croatas del otro lucharon hasta teñir de rojo las claras aguas del Neretva, mientras los europeos miraban para otro lado.

Tristeza, vergonzante tristeza de una Humanidad que repite sus horrores y parece no arrepentirse.

Tristeza como colofón de un viaje por el país “de las 1.000 islas” (1.182 exactamente, con 66 habitadas), por una de las más bellas costas de Europa (y quizás del globo), por el país de los dependes y de los futuros, de la guerra y del olvido, de los tipos étnicos esbeltos y bellos (en mujeres y hombres), de los ciudadanos amables y correctos.

Un país que desde la perspectiva personal de este escribidor trotamundos, debería aprender, más pronto que tarde, a controlar la excesiva invasión del turismo en sus costas aún semi-vírgenes, y tendrá que dar la espalda a nacionalismos religiosos que, a través de la Historia, solo han sido cimientos de guerras, muertes y retrasos sociales.
 



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Huellas de la guerra en Mostar y Puente sobre el Neretva, Mostar



  

Luis E. Prieto
Dubrovnik, Croacia, 7-7-08





 

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