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Pentagrama de Letras
Bordadores y mascareros de Oruro
por Javier Claure Covarrubias
La calle La Paz de la ciudad de Oruro (Bolivia), es la calle de
los artesanos del Carnaval. En este sitio se han concentrado
muchas familias que, de generación en generación, han ido
desarrollando un arte nativo, cuya belleza se luce en los
diferentes conjuntos folklóricos.
Estos
artesanos de manos prodigiosas, como veremos más adelante, han
trabajado desde muy jóvenes ayudando a sus abuelos, padres y
otros familiares con gran experiencia en el oficio. Por eso han
adquirido mucho conocimiento para crear diferentes tipos de
trajes y máscaras que representan a personajes míticos del
Carnaval orureño. Cada familia o taller tiene su propio secreto
y estilo de trabajo. Han creado una especie de “hogar-taller” y
podemos mencionar a familias conocidas como “los Flores”, “los
Molina”, “los Quiroga”, “los López”, “los Crispín”, “los Cruz”,
“los Churqui”, “los Aguilar” etc.
Se cree que los primeros artesanos empezaron haciendo imágenes
de santos para las iglesias y los pueblos. Otros se dedicaban a
bordar estandartes para los colegios y las cofradías religiosas.
Pero con el correr de los años, se creó la danza de la diablada,
en 1904, en Paria (un pueblo situado a 23 km al noreste de
Oruro) y desde entonces empezaron a componer caretas o máscaras
de diablo como hoy en día se llaman. O sea, podríamos decir que
se pasó de un arte español, a un arte nativo cada vez más
perfecto y estilizado.
Los bordadores y mascareros de Oruro, van creando hora tras
hora, día a día, año tras año hermosas máscaras, trajes y
figuras que pertenecen a un mundo oculto. Historia y misticismo
se van mezclando en esas verdaderas obras de arte, con las
cuales se rendirá culto a la Virgen del Socavón.
Las
máscaras de diablo son, por ejemplo, una belleza alucinante.
Tienen un sistema interno de iluminación para lucir por las
noches, y están hechas de yeso con un decorado multicolor que
impresiona al espectador. Pero al mismo tiempo, representan a un
personaje horrible del infierno. A un ser diabólico con los ojos
grandes y desorbitados, la boca semi abierta con enormes dientes
puntiagudos, colmillos sobresalientes y cruzados, nariz
desfigurada, astas largas y orejas extra terrestres.
Estas máscaras se hacen a medida, y los artesanos son diestros
para tantear las facciones del rostro de una persona. El
danzarín debe llevarla cómodamente y sin que le cause daño.
Además, llevan ya sea lagartos, sapos, víboras o dragones de
tres, cuatro y hasta de siete cabezas.
Los animales andinos relacionados con el Carnaval son: el
lagarto (jararanqa) , la víbora (asiru), el oso andino (jukumari),
el sapo (jamp’atu), el cóndor, el quirquincho, el mono (k`usillo)
y las hormigas; pero no así el dragón. Entonces surge la
pregunta: ¿De dónde vino ese animal que está representado en
todas las máscaras de diablo? Ricardo López García en su libro,
Anata (Juego) Andino, escribe: “Es muy probable que en los años
30 del siglo pasado, habría una influencia de trabajadores
asiáticos, quienes vinieron de las guaneras del norte de Chile
para buscar trabajo en las minas de Oruro. Ellos además de traer
mano de obra, trajeron danzas y símbolos chinos, como el dragón,
que influyen en el Carnaval”.
Otra
versión cuenta que los mineros solían sacar té de las pulperías.
Un té sabroso de marca “Hornimans”, en cuyo paquete venía, como
decoración, la figura de un dragón. Se enamoraron de ese reptil
y pues pidieron a los artesanos incluir a este animal en las
máscaras de diablo. En efecto, la interacción entre danzarínes y
careteros ha desatado una creatividad sin límites; y ha
contribuido a la evolución de las caretas de diablo.
Para entender la iconografía de animales (víbora, sapo, lagarto
y hormigas) en las máscaras y las capas de diablo, es necesario
citar la leyenda de Wari, deidad de la mitología altiplánica.
Los Urus fueron los pobladores más antiguos del Continente, cuya
formación data de los años 1000 a 1500 a. C. Estos hombres
adoraban a Wari. Pero cuando llegaron los españoles, con la cruz
y la espada, los Urus empezaron a olvidar a su dios nativo.
Entonces Wari, que dormía profundamente en las montañas, se
despertó enojado como un monstruo y envío cuatro plagas para
exterminar a los Urus. Un enorme sapo amenazaba por el norte,
una víbora se arrastraba por el sur, un lagarto hambriento de
largas patas caminaba por las montañas del este y miles de
hormigas atacaban por el oeste. De pronto, apareció una hermosa
Ñusta (princesa indígena) o la Virgen del Socavón y petrificó al
sapo, al lagarto y a la víbora. A las hormigas las convirtió en
arena. Así pudieron sobrevivir los Urus en las montañas, en sus
cuevas y morando lagunas en sus balsas de totora.
En
el Museo Nacional Antropológico de Oruro, Eduardo López Rivas,
existe una bella colección de caretas y máscaras de diablo. Ahí
pude observar, el proceso de su evolución. Las primeras caretas
no eran tan voluminosas y predominaba el color rojo y negro. Si
se utilizaban más colores no eran tan llamativos que digamos.
Las orejas eran pequeñas, la nariz puntiaguda, los dientes
macabros. Los ojos no eran grandes y desorbitados. Las astas no
eran curvilíneas. En algunas caretas posa un sapo, un lagarto o
víbora en la parte superior entre las astas. El dragón, como
animal andino, no aparece por ningún lado en las primeras
caretas.
La danza de la diablada representa la lucha entre el Arcángel
Miguel, traído por los españoles, y Wari que posteriormente se
convirtió en el Tío y calificado como “diablo” también por los
españoles. Por lo tanto, es una lucha entre el bien y el mal. El
diablo es vencido por el Arcángel Miguel y, por consiguiente,
los siete pecados capitales: la pereza, lujuria, gula, envidia,
ira, avaricia y soberbia. A partir de este hecho, los diablos
muestran una devoción a su jefe celestial. Por eso el Arcángel
Miguel, vestido de blanco, con enormes alas, una espada en la
mano, un escudo y un casco metálico; dirige a una tropa
jerárquica e infernal. El lucifer, los diablos, satanases,
diablezas, y china supays van siguiendo las instrucciones del
milagroso ángel.
Otro personaje singular, en el Carnaval de Oruro, es el moreno,
cuya danza es una sátira a los españoles de la Colonia que
llegaron para explotar las minas con la Biblia en una mano y con
un látigo en la otra.
Las máscaras de morenos son de yeso, y representan a los
esclavos que trabajaban en las minas y en la agricultura, bajo
el dominio de un capataz español. Los ojos de estas máscaras no
son saltones, llevan barba espesa, cejas pronunciadas, la nariz
ñata, la boca semiabierta con una pipa entre los dientes, orejas
pequeñas y un sombrero con tres plumas de adorno. Además, llevan
una matraca que cuando la utilizan provoca un ruido “trac, trac,
trac...” simulando el sonido de las herramientas cuando
trabajaban como esclavos.
En cambio, las máscaras de Achachi moreno, son de hojalata
niquelada. Existen en diferentes tamaños y, aveces, varían en
las facciones de la máscara. El Achachi es un capataz, un
bonachón calvo de aspecto español que a latigazos hace obedecer
su palabra. Los morenos esclavos, le siguen por detrás.
El bordado es también un importante aporte al Carnaval de Oruro.
Al igual que en otras culturas del mundo, en este lugar andino,
se ha ido desarrollando diferentes tipos de bordados que son
relacionados con el contexto mitológico orureño. Figuras de
sapos, lagartos, víboras, dragones y hormigas son bellamente
bordados en las capas, pollerines y pecheras de los diablos. Los
bordadores dan rienda suelta a su imaginación para crear,
milímetro a milímetro, un hermoso mosaico simbólico de la
identidad cultural boliviana. Hilos de diferentes colores van
simétricamente entrelazados y configuran contornos, líneas,
formas, círculos y figuras geométricas del universo andino.
Para conocer el trabajo y demás detalles de los artesanos de
Oruro, dejemos que sean ellos mismos los que nos expliquen a
cerca de su arte. Esta entrevista fue realizada a principios de
este año, junto a mi hija Alicia Martha. Entrevistamos a dos
careteros.
Nuestro primer entrevistado, proviene de una de las familias más
eminentes en el arte de hacer máscaras de diablo. Fernando
Flores pertenece a la cuarta generación y tiene su taller en la
calle Soria Galvarro y Velzu. Su tienda se llama “El
Quirquincho” y las máscaras que hace esta familia, suelen ser,
las que están imprimidas en los afiches que saca La Prefectura
cada año.
Javier Claure: He leído en el periódico que tu abuelo, Pánfilo
Flores, fue uno de los que modernizó las caretas de diablo,
¿verdad?
Fernando Flores: Si es cierto, este proceso fue más bien para la
comodidad del danzarín. Las primeras caretas no eran muy grandes
y no había mucho espacio para decorarlas con los animales de las
4 plagas. Esas caretas, solamente cubrían el rostro y mi abuelo
fue la persona que le dio un toque más certero. Introdujo nuevos
materiales como el cartón, espejos, focos y pequeñas planchas de
termo que se utiliza para mantener caliente algún liquido.
Además, añadió la nuca a la careta y se convirtió en máscara.
Así se creo más espacio para la decoración. Hemos logrado, la
transformación de la careta; pero sin tergiversar su origen.
J.C: ¿Cómo plasmas, en las máscaras de diablo, los siete pecados
capitales?
F. F: En realidad, no existen adornos, en las máscaras de
diablo, que estén relacionados con los siete pecados capitales.
Esto se refleja en los colores. El amarillo representa, por
ejemplo, la pereza, el negro; la ira etc.
En el relato de estos pecados, convoca el Arcángel Miguel al
Lucifer, al satanás y a toda su corte del infierno. Con las
máscaras, los humanos, ocultamos los siete pecados capitales.
J.C: ¿Qué diferencia existe entre las máscaras de diablo que
llevan 3, 4, 5 y hasta 7 cabezas de dragón?
F. F: La diferencia está en el peso de las máscaras, y lo
llamativo que suelen ser cuando estas máscaras llevan cabezas de
dragón. Cuanto más cabezas, más espectacular es la máscara. El
danzarín, entonces, se siente orgulloso porque todo el mundo lo
mira y le saca fotos. Los miembros de la diablada auténtica,
empezaron a exigir máscaras grandes y espectaculares para llamar
la atención, aunque el danzarín apenas la lleve.
J.C: ¿Influyen los danzarines en el diseño de las máscaras de
diablo?
F. F: Si, de alguna manera lo hacen. En la Asociación de
careteros, se ha dictado normas para el trabajo de las máscaras.
Pero también es cierto, que han aparecido algunos artesanos que
no siguen estas normas. A la gente le gusta impresionar y están
haciendo máscaras de diablo con quijada. Han introducido el
vampiro y el cóndor. Nosotros conservamos la máscara de diablo
tradicional. Si alguna persona desea un diseño fuera de lugar y
lejos de la mitología orureña, le aconsejamos los elementos que
deben llevar las máscaras. No hacemos máscaras “a patadas”.
Somos tradicionalistas en este sentido.
J.C: ¿Cómo y por qué nació la idea de hacer el Carnaval de los
artesanos?
F.F: Los artesanos de este sector de la ciudad, somos también
devotos de la Virgen del Socavón. Trabajamos duro, muchas veces
hasta horas antes que empiece el Carnaval y no tenemos tiempo
para rendirle homenaje a la mamita milagrosa. Dando gracias a
este trabajo, la juventud de la calle La Paz, los careteros,
bordadores y vecinos hemos creado este pequeño Carnaval,
precisamente para venerar a la Virgen del Socavón, y pedirle que
nos vaya bien el próximo año.
La siguiente entrevistada pertenece al “Centro Artesanal Berna”
de la familia Cruz. Especializados en máscaras de morenos y
achachis (capataz). Pero también hacen máscaras de diablos,
matracas y cetros. Los dueños de este negocio nos hicieron
pasear por su taller, y pudimos observar la elaboración de
máscaras de moreno.
Javier Claure: ¿Cuantos años trabajan haciendo caretas?
Eimi Cruz: Bueno, mi padre abrió el taller cuando tenía 20 años.
Ahora tiene 78. Estamos hablando de 58 años de trabajo. Somos 7
hermanos y todos trabajamos en este rubro. Es una tradición de
familia que se ha ido heredando de generación en generación, me
contesta mientras mi hija observa curiosa una vitrina llena de
máscaras en miniatura.
J.C: ¿Cuantas horas trabajan al día?
E.C: Es un trabajo artesanal y pues no tenemos horarios fijos ni
feriados. Permanentemente estamos preparando máscaras que los
clientes nos piden para Carnaval, pero también para las
diferentes fiestas de los pueblos.
J.C: ¿Qué material utilizas para hacer las máscaras de moreno y
achachi?
E.C: Utilizamos hojalatas, salamoniaco, varillas y pomada para
soldar, pinceles, diferentes pinturas, perlas, lentejuelas,
espejos etc. Antes se utilizaba una plancha que era pesada,
luego la hojalata de las latas de manteca que también era pesada
y gruesa. Ahora utilizamos la hojalata de las latas de alcohol,
que es una lata más liviana. Así aliviamos la comodidad al
danzarín. Esta hojalata es manejable y se puede niquelar,
entonces da la impresión que es de plata. Nuestro arte no es
igual a la de un carpintero o zapatero. Los operarios, en este
tipo de trabajos, suelen golpearse o cortarse las manos a
menudo. Y no es fácil encontrar trabajadores.
J.C: ¿Suelen hacer innovaciones cuando diseñan las caretas?
E.C: Sí claro, cuando la UNESCO declaró al Carnaval orureño como
"Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad",
diseñamos nuevas caretas de achachis que llevaban una ave fenix.
J.C: ¿Cuánto cuesta una máscara de moreno?
E.C: Hay máscaras desde 450 bolivianos (63 dólares) . No
alquilamos máscaras porque casi siempre se malogran. No es como
una tela que se puede planchar.
J.C: ¿Qué significa para ustedes el Carnaval de Oruro?
E.C: Es una fiesta pagana y se rinde homenaje a la Virgen del
Socavón. Es la máxima expresión de la cultura boliviana, donde
se muestran diferentes tipos de baile. Y no se baila como sea,
todos los conjuntos tienen una coreografía bien estudiada. Los
movimientos son armónicos y cadenciosos. Oruro se convierte en
un lugar que acoge a muchos turistas que vienen ha presenciar
nuestro folklore.