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Pedacitos de una vida
También lo he sentido yo
por Mónica Alonso Calderón
Era una tarde de otoño. Todavía no hacía mucho frío, se
podía pasear tranquilamente, sin sentir que las manos se te
quedaban congeladas si no las metías en los bolsillos. Era
un día perfecto para que dos amigas quedaran para tomar algo
después de mucho tiempo sin tener la oportunidad de hacerlo.
Habían quedado en Alonso Martínez, a medio camino de la casa
de ambas, como solían hacer antes, cuando coincidían más a
menudo.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron,
tenían muchas cosas que contarse. Una de ellas había rehecho
su vida después de haber tenido que pasar por una de esas
historias sentimentales sin mucho sentido, la otra, acababa
de entrar en un problema del que nunca veía el fin. Quizás
por eso quería hablar con su amiga de siempre, la de toda la
vida, porque sentía que ella le podía ayudar, aunque sólo
fuera escuchando y comprendiendo lo que estaba pasando. Se
saludaron con alegría, se dieron un fuerte abrazo, se
miraron a los ojos y ambas sintieron que todo seguía igual,
a pesar de todo el tiempo que había pasado. La complicidad
se mantenía intacta, seguían siendo buenas amigas a pesar de
la distancia.
Se pusieron a caminar por las calles de Madrid y se contaron
miles de cosas, asuntos intrascendentes, vivencias,
anécdotas del día a día. La conversación seria era mejor
dejarla para cuando llegaran a un bar, las cosas importantes
sientan mejor con una buena jarra de cerveza fría entre las
manos. Cuando ya se cansaron de pasear, mucho tiempo
después, decidieron hacer una parada en una cafetería que
les pillaba de paso. Habían caminado desde Alonso Martínez
hasta Argüelles y hubieran seguido andando si no fuera
porque ya había empezado a refrescar.
Eligieron ese lugar como pudieran haber elegido cualquier
otro, eso sí, parecía un lugar íntimo y elegante, con
cómodas mesas con sillones que invitaban a tomarse un café
caliente y continuar con la conversación. El camarero les
atendió nada más entrar muy amablemente. Ambas optaron por
el café, la cerveza quedó relegada a una segunda cita con
menos temas trascendentales de por medio. Un cortado, lo que
siempre pedía la primera; y uno con leche en vaso, la opción
favorita de la segunda. Las dos tenían en común su adicción
al café, si era necesario, se lo inyectaban en vena, no
sabían vivir sin él.
Ya habían hablado de todo menos de lo que querían hablar las
dos, de eso que se llama amor, que cada uno se lo toma de
una manera, que todos hemos sentido alguna vez, que unos
quieren sentir y otros no, de lo que unos huyen y otros
buscan desesperadamente, lo que a lo mejor mueve el mundo
junto con el dinero, de esas cosas tan bonitas que a veces
se convierten en un infierno si no sabes sentirlo ni
disfrutarlo. Las dos se miraron, no sabía quién empezar.
Finalmente, la primera amiga, mientras le echaba azúcar al
su café y lo removía con su cuchara, decidió romper el fuego
y preguntar:
- ¿No le has olvidado, verdad?
La segunda amiga, tras dar un trago de su café, sonrió
ligeramente, agachó la cabeza y contestó:
- No, no he podido olvidarle.
- Es muy difícil dar carpetazo a una historia cuando se
siente algo fuerte, intenso, rea, -añadió la primera amiga-,
eso sí, como suele decirse -continuó-, el tiempo lo cura
todo.
-Ya ha pasado mucho tiempo y sigo igual. Los días pasan, las
semanas, los meses y todo se repite. La misma angustia, el
mismo dolor, la misma pena, y a veces, cuando estoy de
buenas, la misma ilusión.
- Eso es el amor, hay que aprender a aceptarlo. Intenta no
pensarlo, ocupa tu tiempo, ve a clases de inglés, al
gimnasio, haz punto de cruz, lo que te apetezca pero no te
martirices, deja de pensarlo.
- No puedo, no desconecto. ¿Tú cómo lo hiciste?
- Te lo estoy diciendo, no pensando. Cuando volví de
Bruselas intenté hacer mi vida, sólo hablo con él el día de
su cumpleaños. Todavía se sorprende cuando le felicito cada
año. El pobre no lo entiende, no me extraña. Yo me merecía
este desenlace, no admití mis sentimientos. Tú no te lo
mereces, eres valiente, pero la vida es así. Saldrás de
ésta, con el tiempo.
- ¿Cuánto tiempo?
- No lo sé.
- ¿Le querías mucho?
- Sí, mucho y le querré toda la vida.
- ¿Toda la vida?
- Toda, entera. Siento desilusionarte, quizás no debería
decírtelo. Siendo sincera, cuando quieres a alguien de
verdad, con todo el alma, con el tiempo lo superas, con el
tiempo haces tu vida, pero nunca olvidas, simplemente
aprendes a quererle sin que te duela.
Con esta frase, se acabó la conversación. La primera amiga
ya no tenía ganas de seguir hablando del tema, la segunda,
sabía que lo que acababa de escuchar era cierto, por lo
menos para las personas románticas como ellas dos. Ya estaba
todo dicho, sólo quedaba llegar a casa y meditar. Pagaron y
se fueron cada una a su casa. Antes de irse, la segunda
amiga le dijo a la primera 'Si nunca estoy con él yo nunca
le querré sin que me duela, eso no es amor'. '¿Ves como tú
sabes querer mejor que yo?', respondió la primera, tú sigues
enamorada, yo ya no. Y se marcharon sin más palabras, sólo
con un adiós. Hay amores eternos, supongo que eso también lo
he sentido yo.