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LA LITERATURIDAD (2)
por Juan Mena
Escribir es a crear como tararear a cantar,
como desear una mujer a amarla,
como existir a ser... Juan Mena
Todavía se utiliza el “antiguo lenguaje literario” para escribir
poesía, como vendría a decir Eugenio Montale en En nuestro
tiempo. Muchos poetas y poetisas encuentran aún emoción
empleando un lenguaje cuya percepción está desgastada. Tenga en
cuenta el lector que hablamos de poesía y no de novela (aún creo
en los géneros). La idea de este juicio acerca de la novedad en
la combinación de palabras que configuran una nueva visión de la
realidad no es mía sino de los formalistas rusos. Vixtor
Sklovsky (1893-1984) habla de que la lengua que se escribe sin
que se presente como una nueva percepción de sus
potencialidades, está todavía vinculada a expresiones
continuistas, que son de fácil empleo y conllevan un fondo
semántico plano y gris en el que todos esos poetas y poetisas
quedan como globalizados en una impersonal atmósfera. Poetas que
no han interiorizado el lenguaje como algo suyo.
Para el estilista ruso la llamada literaturidad o literariedad
—de la que se ocupó más exactamente Roman Jakobson— es "crear
formas complicadas, incrementar la dificultad y la extensión de
la percepción, ya que, en estética, el proceso de percepción es
un fin en sí mismo y, por lo tanto, debe prolongarse". Ello
implica una nueva sensibilidad ante los comportamientos del
lenguaje. Esta teoría se opone a cierta poesía que se hace
actualmente, como un stendhaliano “espejo a lo largo del camino”
reflejando la novela negra o la de experiencia urbana. Es una
abdicación de un género ante otro, una rendición sin condiciones
ante las exigencias editoriales de la época y el potente influjo
del cine.
Si la lengua con la que se escribe está automatizada sin que se
espere de ella un rendimiento emocional que surge de la
sorpresa, significa que hay “desautomatizarla”, incurriendo en
el desvío o extrañamiento.
Efectivamente, se trata de hacer extraños los objetos que
reproducen las palabras elegidas para tal escritura. Ese desvío
no afecta a la percepción, sino a cómo se presenta tal
percepción. La realidad sigue siendo la misma en un poema
desautomatizado que en uno “plano”. Lo que cambia es la
impresión que produce la lectura del nuevo poema. La metáfora es
considerada por los formalistas –ya desde Alexander Potebnia-
como un proceso idóneo para tal desautomatización. Lo que no
presentían los formalistas, Sklovsky en cuestión, es que con las
vanguardias, en concreto con el surrealismo, se pondría de moda
la imagen visionaria, sucedáneo de la metáfora, una criada que
se hace pasar por la señora en ausencia de ella. Pero el
verdadero poeta conoce bien a la dómina y rechaza la impostura
de la sierva, representativo del quiero y no puedo, y que no
tiene nada que ver con la jitanjáfora, que se nos presenta como
un disparate intencionado y aceptable como juego de palabras.
Otra cosa es la sinestesia, tan querida por los simbolistas
franceses y que, unida a la metáfora, produce percepciones
literarias valiosas y gratificantes para el creador, ya que la
realidad trasladada al lenguaje se presenta como nueva en su
lectura.
Pero la auténtica metáfora tiene un sello de timbre cartesiano y
en ella la racionalidad se goza combinando a gusto los elementos
lingüísticos sin que el árbitro del buen gusto tenga que
llamarle la atención. A esa capacidad de transformar el discurso
poético en arte de la expresión Sklovsky lo llamaba revelar una
técnica, para diferenciarlo del lenguaje literario.
Evidentemente, la exigencia de la nueva técnica no era asequible
a todas los poetas y ello hizo que los teóricos del formalismo
contemporizaran con las posibilidades de cada uno y se tuviese
en cuenta el factor lastre —término muy usado, como sabemos, por
Guillermo Dïaz-Plaja— con la idea de renovarlo en la nueva
percepción. Es cierto que el Ultraísmo aconsejaba el uso de
imágenes y metáforas ilógicas, anticipándose con ello al
Surrealismo. De esta metáfora ilógica extraeríamos la llamada
luego imagen visionaria.
Ello no se significa que haya que reducir la expresión lírica a
la metáfora, como querían los ultraístas, y anteriormente los
futuristas.
En la nueva concepción del poema entraría de lleno la nueva
distribución de las secuencias gramaticales del poema basada en
un plan tipográfico en el que la plástica se une a la expresión
verbal (cláusula 5ª del Manifiesto Ultraísta), eludiendo todos
aquellos nexos que le restan relevancia a los verdaderos
protagonistas del texto como son los sustantivos (cláusula 2ª).
Ahora bien, dado que sin tema no hay discurso poético, hemos de
hacer una consideración en cuanto al valor de los contenidos,
necesarios aunque de forma pretextual. Personalmente me inclino
hacia dos líneas poéticas: la primera, lúdica, siguiendo el
espíritu de las vanguardias. La segunda, reveladora, entendiendo
con ello ese verso que expresa una experiencia universal, válida
para todo tiempo, una especie de aforismo con cobertura poética
pero sin pretensiones filosóficas.
Ser un argonauta de la poesía, Jasón que no se contenta con su
monótono cabotaje y se lanza en busca del vellocino de un nuevo
estremecimiento del numen en la travesía incitante de la lengua.