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La voz de Arena y Cal
LA FIESTA NO ES PARA FEOS
por Alfonso Estudillo
Tras la hecatombe financiera mundial propiciada -como otras
veces- por Estados Unidos, y percatados los dirigentes políticos
de más de medio mundo, sobre todo, de la nueva gran potencia
emergente, la Unión Europea (que -si nos aplicamos- será en su
día primera potencia mundial), de la necesidad de renovar los
actuales sistemas económicos y financieros a nivel global, tras
unos primeros intercambios de ideas promovidos principalmente
por el primer ministro británico Gordon Brown, la canciller
alemana Ángela Merkel y el presidente francés, Nicolas Sarkozy
(a su vez, presidente de turno del Eurogrupo), convinieron con
el presidente estadounidense George Bush la conveniencia de una
cumbre extraordinaria de las primeras economías mundiales y
países emergentes para una resolución definitiva a la situación
y a la problemática derivada del actual sistema.
Todo lógico y perfecto, con una sola excepción: España no estará
invitada a esa trascendente reunión. Pero... ¿por qué?
Ciertamente, está fuera de toda lógica, pero, tratemos de
encontrar una respuesta. Veamos primero algunos datos.
España, con un Producto Interior Bruto de algo más de 1,6
billones de dólares US, según datos del FMI (o 1,4, según el
Banco Mundial), está situada como la octava economía mundial.
Sin embargo, como todos sabemos, España no forma parte del Grupo
de los 8 países más ricos del mundo (G-8) del que sí forma parte
Canadá, país situado en el puesto número 9 del ranking mundial.
El G-8 es un grupo que integra a los países más ricos -o
industrializados- del mundo y cuyo peso político, económico y
militar es relevante a escala global. Está formado por Alemania,
Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y
Rusia. Pero hay que tener en cuenta que la pertenencia oficial a
este grupo no se basa en un criterio fundamentado, ya que no son
ni los ocho países más industrializados, ni los de mayor renta
per cápita ni aquellos con un mayor Producto Interior Bruto. La
pertenencia al Grupo no sigue criterios democráticos mundiales,
sino que -obvio es decirlo-, sigue la línea impuesta por la que,
hasta ahora, podemos considerar la primera potencia económica
mundial, es decir EE.UU.
Pero, España, tampoco forma parte del otro gran grupo económico,
el Grupo de los 20, o bien G-20, un bloque formado por los 8
países más industrializados (el G-8) y los países con las
principales economías emergentes de todas las regiones del mundo
(y entre ellas, como un país más, la Unión Europea). Sus
componentes son, además de Alemania, Canadá, Estados Unidos,
Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia, (componentes del
G-8), Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, India,
Indonesia, México, República de Corea, Sudáfrica, Turquía y la
Unión Europea.
Y aún hay otro Grupo, el G-5 que es el nombre que se da a las
cinco principales potencias económicas emergentes: Brasil,
China, India, México y Sudáfrica, y que, junto con el G-8, suele
ser convocado a las reuniones internacionales de este último.
Los representantes de los países que forman el G-8 se reúnen
anualmente en ciudades pertenecientes a alguno de los miembros
en la llamada cumbre del G-8. La finalidad de las reuniones es
analizar el estado de la política y las economías
internacionales e intentar aunar posiciones respecto a las
decisiones que se toman en torno al sistema económico y político
mundial. Hay que decir, sin embargo, que el G-8 no tiene
formalmente capacidad para implementar las soluciones que
diseña. Para conseguir que sus iniciativas se apliquen, el G-8
cuenta con el poder de sus países miembros en las instituciones
internacionales como el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, el Banco Mundial, el FMI o la OMC. Naturalmente, tanto
en su funcionamiento interno como en la toma de decisiones -como
ya apuntábamos-, tiene una especial relevancia el enorme peso
específico de los EE.UU., país fundador del mismo y primera
potencia mundial en el plano económico, político y militar.
Los motivos de la no pertenencia de España a estos grupos son
tan repetidos como ancestrales. Primero, desde que, con la
muerte de Felipe II, el gran país que fuera España dejara de ser
un imperio poderoso y respetado por la poca o nula trascendencia
política como nación causada por la apatía e incompetencia de
reyes y gobernantes; segundo: por las especiales y poco
favorables circunstancias en que se vio envuelto el país tras el
alzamiento del General Franco y sus cuarenta años de dictadura;
tercero: porque, desde la instauración de la democracia, ninguno
de sus dirigentes -excepción hecha del ex-presidente J. M.
Aznar, que se resuelve en una única acción, poco reflexionada y
totalmente contraria a los deseos de la mayoría del pueblo
español- han prestado la debida atención a unas buenas y
productivas relaciones exteriores.
A todo ello hay que sumar que las actuales relaciones con EE.UU.
-que queramos o no, es el que marca la pauta en todo el mundo
occidental- pasan por, quizás, el peor momento de la historia.
La retirada de las tropas de Iraq por parte del actual
presidente, Rodríguez Zapatero, y la consiguiente ruptura de las
incipientes relaciones amistosas promovidas por Aznar, a lo que
hay que sumar el inconcebible desprecio hecho por el presidente
Zapatero a la bandera de EE.UU. en el desfile militar del 12 de
octubre de 2003 con motivo de la Fiesta Nacional, al paso de
cuya representación militar y bandera permaneció sentado en su
tribuna, indiferente y sin el menor signo de respeto como marca
el protocolo (y el sentido común).
Acciones como éstas, y la demostrada dejadez y falta de visión
en las relaciones exteriores, conforman la situación de la
España actual. Y no se trata de bajarse los pantalones ante
nadie. No. Lo que hace falta para que España recupere una
dignidad que nunca debió perder, que le corresponde por derecho
propio como a la inmensa mayoría de las naciones punteras de la
Tierra, es tener un Gobierno de responsables y un Presidente con
la capacidad suficiente como para desempeñar el altísimo cargo
de dirigir un país. Y entre estas necesarias virtudes para el
líder patrio se encuentran la de un amplísimo conocimiento de
las cuestiones del mundo, instrucción y experiencia suficientes
para el desempeño del cargo e inteligencia y visión de futuro
para llevar al país por el mejor camino.
Y, naturalmente, huevos. Dos pelotas para demostrarlas allí
donde haga falta. De no ser así, mucho me temo que nos seguirán
ignorando, seguirán ignorando a España, cuando, en cualquier
lugar de la Tierra, se reúnan los "machos piaras" para hablar de
"sus asuntos".
Se habrán percatado, ¿verdad? Pues termino diciéndoles que ojalá
el título de estas letras fuesen razón textual cierta. Que fuese
realmente la estética y no otra cosa la causa de nuestras
vergüenzas. Que ese título tuviese realmente algo que ver con lo
que aquí decimos...