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Mundo de Letras
JUDIT
por Anabel Sáiz Ripoll
El
libro de Judit, contenido en el Antiguo Testamento, ensalza a
una mujer, a Judit ya que, gracias a ella, a su coraje y valor y
también a su astucia, una vez más el pueblo judío vence a sus
enemigos. Muestra como Dios, a menudo, escoge a los,
aparentemente más débiles, para conseguir los propósitos más
difíciles. Para los judíos y protestantes es un libro apócrifo y
para los católicos deuterocanónico. No sabemos en qué idioma fue
escrito, aunque sí se puede decir que la base de la versión
griega, sin duda, era hebrea y que parece, según todos los
indicios, que su autor pudo haber sido un fariseo palestino.
De todas maneras nos encontramos con una serie de anacronismos o
errores históricos y geográficos tanto en los hechos de los
personajes como en la ubicación. Para empezar se habla de
Nabucodonosor como rey de Asiria cuando lo fue de Babilonia y,
por poner otro ejemplo, la ciudad de Betulia, en donde suceden
los hechos, es imposible de localizar, al margen de que las
acciones de Holofernes son también difíciles de ubicar. No
obstante, no es éste seguramente el propósito del autor del
libro, a quien ni la historia ni la geografía parecen
preocuparle mucho; más bien pretende ponderar las acciones de
una mujer que se convierte en la estrella indiscutible del
relato. No obstante, ésta aparece en el capítulo octavo. El
autor anónimo quiere preparar al lector y presentarle una serie
de acciones malvadas en los siete primeros capítulos para
ponerlo del lado de Judit y justificar los medios que emplea, no
demasiado morales, para salvar al pueblo judío. Holofernes, el
general de Nabuconosor, es la personificación del mal y de los
instintos más perversos, luego es justo, según el narrador, que
le ocurra lo que le ocurre al final y es justo que Judit sea la
protagonista de la hazaña.
Algunos pueblos se niegan a apoyar la campaña de Nabucodonosor y
éste envía a su general Holofernes a que los haga capitular, a
que inclinen la cabeza ante el poder del rey todopoderoso. Todos
lo hacen, excepto el pueblo escogido. Y aquí es donde entra en
acción Betulia, el lugar en el que vive Judit:
“Todos los hijos de Israel clamaron con gran instancia a Dios y
se humillaron con gran fervor¸ ellos, sus mujeres y sus hijos,
todos los extranjeros o jornaleros, y sus esclavos vistiéronle
de saco. Todos los israelitas, las mujeres y los niños, los
moradores de Jerusalén, se postraron ante el santuario,
cubrieron de ceniza sus cabezas, mostraron sus sacos ante el
Señor y revistieron de saco el altar. Todos a una clamaron al
Dios de Israel, pidiéndole con ardor que no entregase al saqueo
sus hijos, ni diese sus mujeres en botín, ni las ciudades de su
heredad a la destrucción, ni al santuario a la profanación y el
oprobio, regocijando a los gentiles” (4, 9-12).
Betulia prepara la resistencia porque no quiere sucumbir ante la
opresión del tirano y Holofernes, bravucón, piensa que no será
difícil para él destruir tan minúscula población que osa
oponerse a sus planes. El general Aquior, general de los
ammonitas, intenta que Holofernes no ataque Betulia y para ello
le recuerda las gestas del pueblo judío, el escogido por Dios;
pero no hay nada que hacer puesto que Holofernes está ciego por
la ira y declara que para él no hay más Dios que Nabucodonosor.
Aquior habla así:
“¿Hay escándalo en este pueblo? Si hay en él alguna culpa o
pecado contra su Dios, entonces subamos, que los derrotaremos.
Pero si no hubiese en ellos iniquidad, pase de largo mi señor,
porque su Dios los protegerá y será con ellos, y vendremos a ser
objeto de oprobio ante toda su tierra” (5, 20-21).
Holofernes, pues, como si de una Numancia se tratara, cerca
Betulia y la deja sin agua. Muchos de los pobladores, ante la
sed, piden que se rinda la ciudad y es en ese momento cuando
aparece Judit en el relato, una viuda joven y guapa, que vive de
manera honesta y que, cuando se entera de que Betulia va a ser
entregada, se presenta en el consejo de ancianos y les echa en
cara que hayan perdido la fe y que tan pronto se rindan:
“Vivía en su casa Judit, guardando su viudez hacía tres años y
cuatro meses. Habíase hecho un cobertizo en el terrado de la
casa y llevaba saco a la cintura, debajo de los vestidos de su
viudez. Ayunaba todos los días, fuera de los sábados,
novilunios, las solemnidades y días de regocijo en casa de
Israel. Era bella de formas y de muy agradable presencia. Su
marido, Manasés, le había dejado oro y plata, siervos y siervas,
ganados y campos, que ella por sí administraba. Nadie podía
decir de ella una palabra mala, porque era muy temerosa de Dios”
(8, 4-8).
La voz de Judit resuena como una campana en el consejo ya que la
mujer, cual una profeta, les recuerda que no hay que perder la
esperanza en Dios. Nunca:
“Y ahora, hermanos, mostremos a nuestros conciudadanos que de
nosotros pende no sólo nuestra vida, sino que el santuario, el
templo y el altar sobre nosotros se apoyan. Demos gracias al
Señor, nuestro Dios, que nos prueba igual que a nuestros padres”
(8, 24-25).
Y es entonces cuando ella sola maquina el final de Holofernes y
decide cortarle la cabeza. Para ello hace penitencia y pide a
Dios la fuerza necesaria para lograrlo:
“Escuchadme. Yo me propongo realizar una hazaña que se recordará
de generación en generación entre los hijos de nuestra raza” (8,
32).
“Judit, postrándose rostro a tierra, echó ceniza sobre su cabeza
y descubrió el cilicio que llevaba ceñido” (9, 1).
Así ruega Judit a Dios:
“Haz que todo tu pueblo y cada una de sus tribus reconozca y
sepa que tú eres el. Dios de toda fortaleza y poder y que no hay
otro fuera de ti que proteja al linaje de Israel” (9, 14).
A continuación se acicala, se pone sus mejores galas, se
convierte en una mujer de bandera, atractiva y apetecible:
“… bañó en agua su cuerpo, se ungió con ungüentos, aderezó los
cabellos de su cabeza, púsose encima la mitra, se vistió el
traje de fiesta con se adornaba cuando vivía su marido Manasés,
calzóse las sandalias, se puso los brazaletes, ajorcas, anillos
y aretes y todas sus joyas y quedó tan ataviada que seducía los
ojos de cuentos hombres la miraban” (10, 3-4).
Vestida así se dirige al campamento de Holofernes para
insinuarse al general quien sucumbe a sus encantos. Dice haber
huido de su pueblo y ser su esclava, miente sin pudor ante
Holofernes quien la invita a un banquete y, cuando todos se
retiran, embriagados y cansados, Judit, en un momento de
especial dramatismo en el relato, se acerca a Holofernes y,
después de encomendarse a Dios, le asesta dos golpes en el
cuello y le corta la cabeza. Previamente lo ha embriagado hasta
el punto de robarle la voluntad. Después, entrega la cabeza a la
criada que la ha acompañado en semejante aventura y, juntas,
vuelven a su casa:
“Y con toda su fuerza le hirió dos veces en el cuello,
cortándole la cabeza. Envolvió el cuerpo en las ropas del lecho,
quitó las columnas del dosel y, tomándolo, salió en seguida,
entregando a la sierva la cabeza de Holofernes, que ésta echó en
la alforja de las provisiones, y ambas salieron juntas como de
costumbre” (13, 8-10).
Cuando los asirios descubren a su general decapitado, se
conmocionan y no saben cómo reaccionar. Se sienten débiles y el
ejército israelita los derrota con facilidad:
“En cuanto despertó la aurora, colgaron del muro la cabeza de
Holofernes y todos los hombres de Israel tomaron sus armas y en
escuadrones salieron a las subidas del monte” (14, 11).
Judit es ensalzada como la heroína del pueblo y la victoria se
celebra durante tres meses. Judit envía al templo el botín que
había logrado en la tienda de Holofernes y se retira de nuevo a
su vida tranquila y sin sobresaltos, pero antes entona un
Cántico de gracias a Dios que le ha dado fuerzas para llevar a
cabo tamaña acción (capítulo 16). No quiere volver a casarse,
aunque no le faltan proposiciones. Parece que, según dice el
autor, vivió 105 años, una edad considerable. Judit, además,
concedió la libertad a su criada, a la que la acompañó a la
tienda de Holofernes y, antes de morir, distribuyó sus bienes
entre sus parientes y los de su marido. Murió en Betulia y fue
enterrada con su marido. Su pueblo la lloró por siete días:
“En los días de Judit, y por mucho tiempo después de su muerte,
no hubo nadie que infundiese temor a los hijos de Israel” (16,
30).
Ahora bien, si tratamos la figura de Judit desde nuestra
perspectiva nos llevamos las manos a la cabeza puesto que todo
lo hizo de manera poco moral: mintió, engañó, sedujo y asesinó a
un hombre indefenso, por muy malvado que fuese. Judit aplica
aquella sentencia de “el fin justifica los medios” y lo hace con
total entrega. Por lo tanto, Judit parece ser un ejemplo de
conducta violenta; no obstante no debemos caer en ese error y
ver a la heroína judía con los ojos actuales, puesto que el
libro que nos habla de su gesta no es una narración sin más,
sino un tratado religioso, un ejemplo del triunfo de Dios sobre
todas las cosas, más bien se trata de un libro metafórico en
donde los personajes no son tales sino ejemplos o símbolos de
distintos modelos de conducta. Son, por así decirlo, prototipos,
figuras planas que le sirven al autor de modelo o de ejemplo
para las generaciones venideras. Así, Holofernes es el mal por
el mal, el impío, el falso y el descreído, el provocador; en
cambio el pueblo de Betulia es el ejemplo de los desprotegidos,
de los mancillados y provocados. Judit es la figura más redonda
de todo el relato, la protagonista, la mano de la que se vale el
autor para demostrar que siempre acaban triunfando los que
tienen la razón, los que están del lado del bien. Si Dios escoge
a una mujer para hacerlo, es para desmotar que nunca hay que
despreciar la debilidad del enemigo, puesto que, cabe
recordarlo, la mujer se ha considerado siempre débil y
vulnerable, aunque más astuta que el hombre y, por cierto, el
aspecto sexista del relato es evidente. Ahí, tal vez radique el
mensaje del libro que es, según algunos estudiosos, irónico, ya
que: “El Señor Omnipotente los aniquiló por mano de mujer” (16,
7).
Judit, pues, es la mujer salvadora de su pueblo, la mujer
discreta que entra en acción y salva a su pueblo porque, como
ella misma entona:
“¡Ay de las naciones que se levanten contra mi pueblo! El Señor
omnipotente las castigará el día del juicio, dando al fuego y a
los gusanos sus carnes, y gemirán dolor para siempre” (16, 21).
Judit es, pues, el prototipo de santa para su pueblo, mujer
honesta y virtuosa, cuyo nombre, en realidad significa, ni más
ni menos que el femenino de “judío”.