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Rincón de la Poesía
Juan Mena San Fernando
AMANECER, SOBREVIVIR DE NUEVO
Pespunta hebras de luz el alba niña en el regazo de la madrugada
sacudido tu sueño por la hora servil, en pie pones de nuevo tu
impedimenta de hombre para ir a la guerra plural del día, en cueros aún
el ánimo soñoliento del que lucha para poner puntales a la
supervivencia, y en un desván lejano de penumbras la noche vuelca,
rotas, las estrellas. Abre la madrugada el pestillo del alba y en su paz
circular hacen estrías saurios de hierro de la carretera. Sin embargo,
este día abre su boca de dragón de historias y te quiere engullir la
esperanza menuda y balbuciente, mil veces recosida esa esperanza después
de los desgarros que le hicieron tantos colmillos de la suerte esquiva.
Sal y pasea, que el escaparate de esta multicolor mañana ofrece promesas
de un joyel iridiscente para quien lo persiga, para quien se lo are en
los surcos del esfuerzo, en renglones de amor. Bajará, como se
empequeñece la marea, tu pesimismo, sanguijuela oscura que corre por tu
sangre apaleada. Cuando subas a la torre espiral de tu homenaje, será tu
corazón una alameda donde juegan los niños y se aman los jóvenes; en
fin, otro comienzo del libro de la vida, y ahora, mira el artesonado
azul del cielo y su sol, cíclope de ojo único, que te ignora, pero le da
calor a tu esqueleto, andamiaje de lucha y de imaginación para buscar
refugio en el ático verde de las olas. Amo de todos mis conocimientos a
aquel que es isla hacia la que escapo huyendo del que soy cuando no he
sido, huyendo al garfio de las convenciones. El mar que me ocultabas con
tu no vuelve a hacer estallar risas de agua y centellea con sus ojos
múltiples de cuarzo al mediodía la índiga vidriera de ese cielo,
apedreada a veces por tormentas. Ven, ven, que el mar te llama desde
lejos con sus ecos salobres, con su lengua de agua golpeando en el hueco
de tu ausencia; ven, ven, que el mar no deja de susurrar tu nombre entre
los pliegues de sus oleajes, oye cómo este mar solloza hundido en los
cantiles y recorre, como un perro olfatea la sombra de su dueño, por
estos litorales tu cuerpo, gozo ausente, tu cuerpo que era un ánfora
donde echar los corales de su fondo y las lágrimas de salitre por los
ahogados cuando los naufragios. Aquel mar que se fugó contigo hoy vuelve
a sus oficios de fragor y marejada, de llevar en su vientre a millones
de peces, madréporas y líquenes y gemir en las calas repitiendo tu
nombre, rogándote que vuelvas a hacerle compañía con tu voz, pentagrama
de vahajes. Ven, que yo también te espero echado en el regazo de la
arena, a donde viene el mar también a llorar como un niño abandonado.
Hoy, dolor, no te visto con palabras: vete desnudo y di que eres un
huérfano de un albergue de ayes que te acoja. Nadie será anfitrión de tu
gemido, mientras que la alegría, a cualquier hora, es huésped recibida
en nuestra casa.