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por Juan Mena
RESEÑA de LIBROS
EL PÁJARO Y SU VUELO
de
Francisco Mena Cantero
CAJASUR publicaciones, 152
Córdoba, 2008
El pájaro y su vuelo
Francisco Mena Cantero
CAJASUR publicaciones, 152
Córdoba, 2008
Hace poco tiempo comentábamos en esta misma sección una
antología del poeta manchego Francisco Mena, afincado en Sevilla
desde principios de los setenta, al calor de la Colección
Ángaro, que empezó a comandar con el poeta Manuel Fernández
Calvo.
Ya en la mencionada ANTOLOGÍA POÉTICA (1967-2002), editada por
el Ateneo de Sevilla, observábamos una tendencia de Mena Cantero
a darle más relieve al significado que al significante, a pesar
de que ello no implicaba deuda de estilo con el pasado
lingüístico, que amenaza a todo texto que no sacuda el verso de
viejas formulaciones poéticas incardinadas en el realismo, ya
sea intimista, ya sea social. Todo lo contrario; nos
congratulábamos de que en la Antología proliferaban versos con
visos de renovación, más meritorios aún cuando se trata de una
poesía que no coquetea en ningún momento con ningún
vanguardismo, sino que nos ofrece “un mensaje”; es decir, que se
apoya en el contenido sin alianza con un significante de
destellos sensoriales.
En esta entrega de El pájaro en su vuelo vemos un paralelismo
entre la creación bíblica y lo cotidiano. Más que nostalgia de
un paraíso, hay un anhelo de recuperar los privilegios del
paraíso, que nada tienen que ver con el “seréis como dioses” que
le dice la serpiente a Eva:
“Volveremos a ser igual que dioses/ de luces y de juegos en los
patios/ donde aún está abierta/ esa puerta que da a la creación/
de cada día”.
Frente al hecho diacrónico de la creación, o sea, tomada como un
todo, hay que tener en cuenta el hecho sincrónico, un segmento
de ella en el tiempo.
Para la poética de Mena Cantero las cosas viven sustancialmente
de Dios, aunque se degraden por su naturaleza que (es) “Más bien
como temblor,/como desprendimiento de la entraña/ de cuanto nos
circunda...”
Veladamente el poeta nos insinúa la ley del pecado como
menesterosidad de “ofrecer el holocausto/ del afán de vivir”.
Pero este descenso a la naturaleza precaria y a las cosas
perecederas no es del todo negativo y cada “amanecer es el
misterio” que nos lleva al temblor de la espiga, al sol
indolente en la hierba, la brisa acariciadora...
Y lo que es más importante: a la palabra, a cuyo nacimiento el
poeta —tal vez cada poeta en su oficio de pequeño dios, como
dijo Vicente Huidobro— asiste con la certeza del verbo, que es
grito en las entrañas del pensamiento. De todo lo creado, la
palabra es lo más valioso porque denomina lo que ven los ojos y
lo que tocan las manos, y es que la palabra nos ayuda a buscar
la verdad, que es el destino del hombre en esta caída en el
tiempo, en este caos que ha de organizar, precisamente, la
palabra.
De ella como valedora de los conceptos, de su poder —“Nombrarla
es crearla de nuevo”, como dice el poeta—, pasamos a las cosas,
por ejemplo, el mar. Puede que esta elección no sea casual, ya
que el mar ha sido la madre de los seres vivos.
A partir de entonces, podemos considerar una segunda parte del
poemario. Los pueblos vacíos, la limpieza de la casa, los vuelos
de pájaros simbólicos en la vida del entorno como indicadores de
un sueño retrospectivo: “cuando ordenábamos el mundo/
desconocido y misterioso entonces/ para la creación del tiempo y
de la infancia”. Sigue el poeta instalándose en la naturaleza,
incluso para bien morir, sin que ello implique panteísmo alguno.
El silencioso drama de la casa total como un testigo de la lenta
desaparición de los que la habitan. El tiempo, un transcurrir
inevitable en el que también se desarrolla el devenir del poeta
como un ente más de cuantos vertebran el Ser. El poeta sugiere
más que dice, y a los pies de ese Ser, que no denomina, pone una
lámpara para la eterna ofrenda, porque el final es ley, pero no
castigo; no lo es porque el poeta se ha preparado desde la
observación del vuelo de ese pájaro que es el misterio aleteando
en todas las cosas.
Hemos dicho que Mena Cantero es más un poeta de contenido, de
significado y de mensaje. Sobrio en sus metáforas —“lámpara
despabilando las tinieblas”, “altar del tiempo”, “tejiendo
tiempo”, el manto del tiempo”, “el tiempo es un rescate”...—,
sinestesias también frescas —“ el murmullo de su insistente
ausencia”, “el rumor de la luz”, “el silencio que nace de un
resplandor”..., entre otras que no tienen para el autor
exhibición estilística, sino que sirven como apoyo a su
intención de dejar un testimonio como hombre de su tiempo dentro
de un marco de trascendencia, aunque ésta no esté expresada
directamente, pero sí esbozada con una clave evangélica: ”Es
necesario / que la simiente se hunda entre la tierra”.
Poemario sustancioso con una economía verbal que deja entrever a
un poeta castellano con hondura, que domina en todo momento sus
emociones y no permite que éstas hagan de la palabra existencial
un “juego de verso y su artificio”.