Suscribir a la Revista
Reciba cada mes en su correo el boletín con el índice de artículos publicados y
la entrada directa. (Ingrese nombre y E-mail)
LA WEB de la ARTRITIS REUMATOIDE
Vótenos en
o en Hispatop
Contraluz
HERENCIA Y APORTACIÓN
por Juan Mena
Una inestimable lección nos dieron los poetas del Grupo del 27
cuando intentaron conjugar las vanguardias con la tradición.
Véase el esfuerzo de García Lorca en lo que va desde Libro de
poemas todavía con resonancias del Modernismo, al Romancero
gitano, o más aún con Poeta en Nueva York; el de Miguel
Hernández de Perito en lunas a Sino sangriento y, muy en
concreto su poema “Eterna sombra”; el del Grupo Cántico por no
dejarse contaminar por la poesía desarraigada de los cuarenta,
sin mencionar al mismo Juan Ramón Jiménez, que de su época
sensitiva pasa a la de su poesía intelectual; el del postismo,
en especial Carlos Edmundo de Ory, que pasa de una poesía
tradicional —puesta al día—, a la innovación entre el
surrealismo y el “tiento inocente de Vallejo”, como dice
Florencio Martínez Ruiz en su estudio prologal a la Antología
poética de la segunda generación de posguerra (1971).
Comprendo que no es fácil intentar una travesía por un mar de
probabilidades novedosas en trance siempre de caer en zozobras
surrealistas debido a la tentación de la mal llamada imagen
visionaria, que propicia el uso de la metáfora irracional, como
la llama Bousoño; por cierto, es un recurso que se presta
impunemente a lo exhaustivo.
Hemos hablado del surrealismo, pero, en verdad, debemos
remontarnos al expresionismo para comprender mejor la imagen
visionaria. Ese movimiento supuso un ahondamiento en la propia
subjetividad opuesta al naturalismo imperante. En esos momentos
y luego, ya afianzada por la aventura surrealista, la imagen
visionaria tuvo un carácter liberador de la imaginación; es,
pues, un filón que se ha de pulir con los procedimientos de la
metáfora más exigente.
Desde que descubrí la tesis de El arte como artificio del ruso
Vixtor Shklovski, estoy de acuerdo en que la poesía es
percepción de la realidad externa mediante la lengua, no por
reconocimiento automatizado ya por el uso, sino como una nueva
visión de ella merced a las posibilidades de combinar los
nombres por parte del quehacer del poeta. Ello produce otra
sensación distinta a la ya experimentada en otras lecturas. La
finalidad del arte es no repetir las denominaciones ya empleadas
cuyo desgaste es evidente, así como evitar la carencia de
sorpresa. Esto requiere —y presupone— una profunda y continua
vivencia del lenguaje literario, un ahondamiento en todas sus
posibilidades de expresión, que llega, al fin, a la metáfora
original, la sinestesia, la adjetivación insólita y la
distorsión sintáctica, independientemente de la tipografía
vanguardista.
Otros usos son los lenguajes de que se sirven respectivamente la
ciencia, el derecho, la noticia informativa y el ensayo,
estudiados minuciosamente en Lengua de COU. Esa competencia en
las combinaciones de palabras está en dependencia, repito, de la
interiorización de la lengua que ha hecho el poeta; eso le lleva
a intuir unas leyes específicas propias, en las que se plantea
la distinción entre elementos significativos y no significativos
a la hora del rendimiento lingüístico del sistema, elementos
pertinentes que definen los hallazgos poéticos. Esto podría
llevar a una especie de “principado de las tinieblas
gongorinas”, pero es inevitable si se pretende la frescura
lingüística del texto.
A más experiencia, más indiferencia ante el discurso
lexicalizado. La brújula de la emoción creadora es la que marca
el rumbo de la aventura literaria. El lector preparado no está
ajeno a este drama de un reto que emplaza al creador más allá de
una labor fácil que le llega por los carriles estilísticos ya
manidos de tanto deambular la musa trasnochada en un fraseo
fácil que nos quiere convencer con historias demasiado humanas,
tremendistas o divagadoras. Confío en que nuevas generaciones se
hagan sensibles a esta exigencia y sean ellas aduana crítica.
Volviendo a mi flirteo literario con la tesis del ruso
formalista mencionado, me di cuenta de que un verdadero artista
del lenguaje escribe siempre para crear, para reunir las
palabras en un coro cuyo canto no deje a ningún lector pasar de
largo. No olvidemos que ya Rubén Darío, que no iba de
vanguardista, decía: “Yo persigo una forma que no encuentra mi
estilo...”