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Y con el mazo dando...
De atentado en atentado
por Carlos Robredo Hernández-Coronado
Veo las imágenes del atentado múltiple en Bombay y recuerdo,
entre retemblores, las del once de marzo en Madrid y,
agudizándose mi desasosiego, escudriño en Internet y busco
un reportaje fotográfico que por las ondas, ha circulado
recientemente.
Es una colección de fotografías, más de treinta, que guardé
por su belleza y por lo perfectas que resultaban las tomas.
Milagritos del photoshop, supongo.
Estas últimas, las que componen la colección recuperada al
fin en mi ordenador, se hicieron también tras un atentado,
el ocurrido el 11 de septiembre en Manhattan. Las torres se
presentaban en instantáneas tomadas desde cada uno de los
puntos imaginados y posibles del espacio.
Aparecen las torres y el barrio al completo. La isla y sus
habitantes, algunos cayendo al vacío desde los edificios.
Polvo y humo. Ceguera y destellos aterradores. Cada cosa con
su contraria. Vivos corrían muchos y, muertos, yacían otros
tantos. Era el terror, como el terror era Atocha, la
estación del Pozo, Bombay y tantos otros lugares que, con
poco esfuerzo, podría ahora recordar.
A eso nadie puede escapar. Bueno sí, muchos consiguen
sobrevivir, pero me refería a la escapatoria, lotería al
fin, a un hecho imprevisible y sanguinario, a la acción de
unos dementes que, en el nombre de una religión mal
entendida, atrofian a sus mujeres y matan mientras invaden
el mundo occidental.
¿Hay alguna invasión más organizada que aquella que se hace
pacíficamente, incluso en pateras, enarbolando la bandera
del hambre pasada y la legítima necesidad de trabajar? ¿Hay
alguien que diga que no son merecedores de los mismos
derechos de los que disfrutamos los occidentales? ¿Hay quien
sea capaz de negarles la atención sanitaria o un puesto de
trabajo, o una silla en la escuela, o un piso que al hijo de
algún occidental la vendría muy bien? ¿Puede alguien
negarles los subsidios de desempleo, aún sabiendo que quizá
no cobremos nuestras pensiones, es decir, nuestros ahorros
de toda la vida?
Pero, con perdón, claudicar a todo eso es aceptar la
“alianza de las civilizaciones” y afirmar lo contrario o,
simplemente, poner algo de lo dicho en duda en cuanto a su
lógica o a su legalidad, es xenofobia, es racismo. Y yo no
digo que no lo sea pero tender la mano a la sombra de la
“alianza de civilizaciones”, a esos cerdos asesinos que
matan donde y cuando quieren mediante atentados cada vez más
perfectos en su ejecución y siempre con cientos de muertos,
es una aberración. ¿Recuerdan aquello de justos por
pecadores? Pues tal vez sí.
¿Cuántos árabes, moros, asesinos o no, paisanos suyos,
llegan a occidente cada año? Multiplique y sabrá a que cifra
llegaremos dentro de quince o veinte años. Eso sí es una
invasión. Eso sí es adueñarse de los territorios. Me río de
Al-Andalus y de los siete siglos de moros en España.
Chiquito quedará el pasado.
Pero no es a eso a lo que yo quería llegar. Estas líneas
eran para otra cosa. Pretendía recordar a todas y cada una
de las victimas en atentado y especialmente hoy, a las
victimas de los islamistas, que son muchas y poner, una vez
más, legítimamente, a la alianza de civilizaciones, en un
remoto lugar en el que caben infinitas dudas.