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por Juan Mena
RESEÑA de LIBROS
A PESAR DE LAS SOMBRAS
de
Antonia Álvarez Álvarez
Colección Mar adentro
Amaru Ediciones. Salamanca, 2008
A PESAR DE LAS SOMBRAS Antonia Álvarez Álvarez
Premio VII Certamen de Poesía Iberoamericana Víctor Jara
Colección Mar adentro
Amaru Ediciones. Salamanca
Nueva entrega poética que nos llega de la poeta leonesa Antonia
Álvarez, de la que ya hemos reseñado en esta misma sección otras
tres.
Señalábamos en los libros anteriores unas coordenadas que se
repiten también en ésta. Se trata de un sentimiento elegíaco en
diálogo con el paisaje. Romanticismo al que no podemos devaluar
si el lenguaje que lo representa se esfuerza en atraernos con
nuevas combinaciones que le dan al texto un alto nivel de
expresividad. Por lo tanto, tenemos una poesía intimista
revestida de una “fermosa cobertura”, aunque en algunos momentos
ésta aparezca con hilazas de denominaciones que pactan con
lexicalizaciones del pasado, común a todos los poetas, a pesar
de los afanes de renovación. Es un factor-lastre —según
denominación de Díaz-Plaja— que los formalistas más radicales
consideraban inevitable. Es de suponer que planteo esta crítica
desde la noble ambición de una “poesía auténtica” o sea “pura”.
En el caso de este libro, la autora salva el peligro de los
clichés en ciertas adjetivaciones y nos regala una afluencia de
percepciones nuevas del lenguaje —a pesar del riesgo que entraña
la rima, asonante en este caso— como quería el formalismo
poético de Shklovski y que luego revalidaron el creacionismo de
Huidobro y los ultraístas de Cansinos Asséns y después Borges.
Hemos hablado antes del paisaje, pero a esto hay que añadir el
sentimiento de pérdida de los seres queridos, incluso de un
animal. Todo lo que vive y muere se expresa en este poemario con
un “dolorido sentir” garcilasiano — a primera vista, sin posible
consolación— que tanto seducía a Azorín, otro testigo del tiempo
devastador: “Dejó de columpiarse la risa en tu mirada,/perdida
para siempre en el hilván del viento/de otoño; los caminos
hundidos en la niebla/esconden en el monte los íntimos secretos/
de la noche y el pájaro, tan verde entre los árboles/deja en el
aire triste las alas de su duelo...” Otra presencia de lo fugaz:
“Cuando la luz postrera anide en tu mirada/ para apagar de golpe
el alma de tu aliento,/ y no nos quede nada si es que yo no me
he ido...”
Entre “Envés” y “Testigo de la luz” —alejandrinos con rima
asonante—, hay un interludio a modo de silva en verso blanco.
Estos tres apartados configuran un conjunto de visiones de la
propia subjetividad intercaladas con miradas al mundo exterior
como en una amable complicidad: “Destrenzamos las luces en los
ojos del alba/y robamos colores de la piel del ocaso/. Desde el
sur regresamos a las blancas paredes/ de la fe y la alegría, a
los páramos altos/donde el viento se cimbra en ternura
infinita...”
La ternura acompaña en todo momento a la autora por la vida como
un lazarillo a un ciego. La fe de que ella habla parece como una
confianza en que la fuerza de la naturaleza nos puede erguir
sobre nuestro dolor, más o menos silenciado, a pesar de las
sombras de los muertos que se nos han ido, sea alguien de
nuestra sangre o un gato: “...ser inocencia del niño que se
acuna/donde se ahogó la nada y todo tiene instante”.
Esa fuerza íntima es la que colorea el poemario y lo hace
luminoso: “Ser siempre una sedosa tersura del silencio,/ donde
el estío sangra de luz interminable”. Maravillosa declaración de
fortaleza moral que ayuda a contemplar con estoicismo la
naturaleza, que también sufre como nosotros.
A tenor de esos versos citados, digo lo mismo que en la reseña
de los otros libros: Antonia Álvarez gana el reto del lenguaje
con la bendición estilística de los vanguardistas moderados,
torneo inexcusable del poeta de hoy que no quiera repetir a sus
antepasados literarios. ¡Liberar el lenguaje de viejas
percepciones dotándolo de nuevas sugerencias! Oigamos lo que
dice Shklovski: “El discurso poético es un discurso elaborado.
La prosa permanece como un discurso ordinario, económico, fácil,
correcto”. Quiere esto decir que mucha poesía que se escribe hoy
como si fuese prosa es ya pasado literario, arqueología del
estilo. Puede que algún día escribir poesía conlleve
forzosamente la ética de la creatividad. Este libro, como los
anteriores de la autora, ha empezado el camino.