A PESAR DE LAS SOMBRAS
Antonia Álvarez Álvarez
Premio VII Certamen de Poesía Iberoamericana Víctor Jara
Colección Mar adentro
Amaru Ediciones. Salamanca
 

Nueva entrega poética que nos llega de la poeta leonesa Antonia Álvarez, de la que ya hemos reseñado en esta misma sección otras tres.

Señalábamos en los libros anteriores unas coordenadas que se repiten también en ésta. Se trata de un sentimiento elegíaco en diálogo con el paisaje. Romanticismo al que no podemos devaluar si el lenguaje que lo representa se esfuerza en atraernos con nuevas combinaciones que le dan al texto un alto nivel de expresividad. Por lo tanto, tenemos una poesía intimista revestida de una “fermosa cobertura”, aunque en algunos momentos ésta aparezca con hilazas de denominaciones que pactan con lexicalizaciones del pasado, común a todos los poetas, a pesar de los afanes de renovación. Es un factor-lastre —según denominación de Díaz-Plaja— que los formalistas más radicales consideraban inevitable. Es de suponer que planteo esta crítica desde la noble ambición de una “poesía auténtica” o sea “pura”.

En el caso de este libro, la autora salva el peligro de los clichés en ciertas adjetivaciones y nos regala una afluencia de percepciones nuevas del lenguaje —a pesar del riesgo que entraña la rima, asonante en este caso— como quería el formalismo poético de Shklovski y que luego revalidaron el creacionismo de Huidobro y los ultraístas de Cansinos Asséns y después Borges.

Hemos hablado antes del paisaje, pero a esto hay que añadir el sentimiento de pérdida de los seres queridos, incluso de un animal. Todo lo que vive y muere se expresa en este poemario con un “dolorido sentir” garcilasiano — a primera vista, sin posible consolación— que tanto seducía a Azorín, otro testigo del tiempo devastador: “Dejó de columpiarse la risa en tu mirada,/perdida para siempre en el hilván del viento/de otoño; los caminos hundidos en la niebla/esconden en el monte los íntimos secretos/ de la noche y el pájaro, tan verde entre los árboles/deja en el aire triste las alas de su duelo...” Otra presencia de lo fugaz: “Cuando la luz postrera anide en tu mirada/ para apagar de golpe el alma de tu aliento,/ y no nos quede nada si es que yo no me he ido...” 

Entre “Envés” y “Testigo de la luz” —alejandrinos con rima asonante—, hay un interludio a modo de silva en verso blanco. Estos tres apartados configuran un conjunto de visiones de la propia subjetividad intercaladas con miradas al mundo exterior como en una amable complicidad: “Destrenzamos las luces en los ojos del alba/y robamos colores de la piel del ocaso/. Desde el sur regresamos a las blancas paredes/ de la fe y la alegría, a los páramos altos/donde el viento se cimbra en ternura infinita...” 

La ternura acompaña en todo momento a la autora por la vida como un lazarillo a un ciego. La fe de que ella habla parece como una confianza en que la fuerza de la naturaleza nos puede erguir sobre nuestro dolor, más o menos silenciado, a pesar de las sombras de los muertos que se nos han ido, sea alguien de nuestra sangre o un gato: “...ser inocencia del niño que se acuna/donde se ahogó la nada y todo tiene instante”.

Esa fuerza íntima es la que colorea el poemario y lo hace luminoso: “Ser siempre una sedosa tersura del silencio,/ donde el estío sangra de luz interminable”. Maravillosa declaración de fortaleza moral que ayuda a contemplar con estoicismo la naturaleza, que también sufre como nosotros.

A tenor de esos versos citados, digo lo mismo que en la reseña de los otros libros: Antonia Álvarez gana el reto del lenguaje con la bendición estilística de los vanguardistas moderados, torneo inexcusable del poeta de hoy que no quiera repetir a sus antepasados literarios. ¡Liberar el lenguaje de viejas percepciones dotándolo de nuevas sugerencias! Oigamos lo que dice Shklovski: “El discurso poético es un discurso elaborado. La prosa permanece como un discurso ordinario, económico, fácil, correcto”. Quiere esto decir que mucha poesía que se escribe hoy como si fuese prosa es ya pasado literario, arqueología del estilo. Puede que algún día escribir poesía conlleve forzosamente la ética de la creatividad. Este libro, como los anteriores de la autora, ha empezado el camino.







 

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