Lenin tenía un bonche de facturas atrasadas que cobrarle al zar.
Habían sido compañeros en la primaria. Todas las mañanas, Lenin,
pulcramente vestido y peinado, llevaba su torta en la lonchera.
Olía riquísimo y un día el zarecito, acostumbrado a hacer su
capricho, ordenó a los guaruras que se la quitaran para
comérsela él. Lenin quedó hambriento y furioso. ¡Ya me la vas a
pagar...! Y corrió a contárselo a su mamacita. El zarecito -se
quejó Lenin amargamente- puede ordenar todas las tortas que se
le ocurran ¿por qué tiene que quitármela? Es que -razonó
Leninniskaia, la madre, en el fondo halagada- no hay tortas como
las mías, tú lo sabes. Te diré lo que vamos a hacer. Desde
mañana, llevas dos tortas al cole. Una para ti, la otra para el
zarecito. Y de paso quedamos bien con la casa real.
Así fue. Partió Lenin con las dos tortas, presto a devolver bien
por mal, obsequiando una... antes que pudiera hacerlo ¡los
guaruras ya le habían quitado las dos, mientras el zarecito le
hacía lero, lero...!
Lenin nunca se lo perdonó. Pasaron los años y al “zar de las dos
tortas” le tocó gobernar. ¿Y Lenin? Logró reunir un feroz
ejército de bolcheviques. El zar -asustado recordando lo
ocurrido cuando chamacos- le mandó una orden vitalicia de tortas
de la cocina real, Lenin la rompió en la cara del mensajero, un
tal Rasputín, monje, entre los hurras de los bolcheviques. Lo
demás es historia conocida.
Salvo un detallito. Con la Rusia, ahora soviética, en el
bolsillo, Lenin comenzó a experimentar el mal de la realeza: el
“spleen”, un tedio, un aburrimiento sin límites. Y en busca de
nuevas sensaciones, de aventuras extraordinarias, pensó: Si
derroté al omnipotente zar ¿por qué no le puedo dar chicharrón a
la doña NOOjos?
¡Sí-se-puede! –fue el clamor de los feroces bolcheviques cuando
su jefe les anunció el próximo objetivo.
“Carnalovas y carnalovichis -dijo- les hablo desde la
superestructura. Desde aquí diviso claramente, ningún árbol me
impide ver el bosque, hay condiciones objetivas y subjetivas
para derrotar a doña NOOjos ¡el modo de producción está a favor
nuestro!”
¡Viva el modo de producción! ¡Muera la formación
económico-social! -fue el grito unánime. Y el vodka comenzó a
correr. Lenin comprendió que con esa bola de briagos no iría a
ninguna parte y luego el latoso de Stalin que no se le
despegaba, todo el tiempo con chismes sobre Trotsky...
desesperado Lenin se mesaba la barbilla, preguntándose: ¿Qué
hacer? ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Ya sé: aquí hay dos
tortas posibles... ¿qué digo? Aquí hay dos tácticas posibles:
enfrentar a doña NOOjos o buscar un acuerdo con ella. Agotemos
las vías pacíficas, se dijo Lenin y comenzaron las
negociaciones. En la primera entrevista, a doña NOOjos le dio un
ataque de risa:
-¡Pero Lenin! Si el comunismo ya existe, yo reparto la muerte
por igual a todos y cada uno de los hombres, desde el emperador
o el Papa al pepenador de la basura... precisamente, por eso los
hombres se llaman mortales. Mira que venir a descubrir el agua
tibia... el comunismo, ja,ja!
Y doña NOOjos se doblaba de la risa.
En la segunda entrevista, Lenin intentó explicarle que ya lo
sabía, todo ese rollo del comunismo lo había inventado para
darle en la madre al pinche zar por aquella historia de las
tortas... Pero no había sido suficiente: que doña NOOjos lo
dejara vivir todo lo posible a lo largo del siglo XX, para
evitar que el pinche Stalin, -seguro se va a grillar al Partido-
descubriera sus verdaderas intenciones con eso del comunismo...
Y ya estaba por pasar a exponer su propuesta, ofreciendo a doña
NOOjos lo que quisiera a cambio, el Palacio de Invierno, los
bailarines del Bolchoi, lo que quisiera... cuando notó que ésta
sacaba su rolex de bolsillo y lo interrumpía:
-Un detallito, querido Lenin, ¿no te has sentido enfermo
últimamente? Fíjate, casi se me pasa: te ha llegado la hora.
El aludido empalideció, toda su capacidad de negociación se iba
a la chingada. No se vale...
-No tengas cuidado, mi cuate -dijo doña NOOjos-, en el Paraíso
te sentirás retebien.
-¿Yo, al Paraíso...? ¿Me estás cotorreando?
-No, carnal. Tu comunismo tramposito le hizo gracia al Altísimo
-dijo: “qué vaciado este Lenin”-, y te ha perdonado.
-¿A poco...?