Si hay gente para todo, las peculiaridades de cada uno se
distribuyen en esa globalidad que pueden dar de sí múltiples
posibilidades a lo largo y ancho de este mundo. Desde aquel que
ameniza su tiempo creando su propio oasis particular dedicado a
la numismática o la filatelia, o deja divagar su mente entre los
uniformes de los soldaditos de plomo, o se sumerge en los
océanos mientras contempla su colección de fotografías de fauna
marina, hasta el que reúne en su baúl los rostros pálidos y
meditabundos del santoral, o la lascivia de las postales de sus
iconos eróticos.
Si bien, todo lo expuesto anteriormente forma parte de lo
tangible, no todo el ocio guarda directa relación con lo
material, siendo el caso de nuestra historia, la de un tipo, que
pongamos, pilota hábil y con ligereza el avión de la
imaginación, dota de gran capacidad inventiva su motor mental y
plasma un pasado, una vida, aún sabedor y consciente de la
certeza del margen de error, pero es forma suya de entretener el
tiempo, y por aquí por la Ciudad Imaginaria, le llaman el
inventor de vidas.
Empezó en este mundo disfrazando su propia vida, pues ya habría
tiempo para fantasear o novelar la de los demás, y era buena
práctica el ejercicio propio de cara al futuro, la ejecución de
su pasatiempo favorito.
Por tanto, elegía una ideología política en función de la
compañía. Si un día había que ser adepto castrista así sería, y
si en otra ocasión había que echar mano de la melancolía
falangista no le temblaba la voz hablando de las maravillas del
nacional-sindicalismo. Y si había que defender las causas de un
nacionalista, aún siendo en realidad reacio y distante a tales
ideas, no había problema en ello.
Era pues un camaleón que abarcaba otras facetas además de la
rama política. Movía los hilos en función del interés que le
suscitara el de enfrente y no solo, no le amedrentaba el
remordimiento, sino que la actividad en sí, le resultaba gozosa.
No se aplacaba frente al conocimiento de los otros, ya que en el
momento en que le aparecían lagunas, y por tanto impedimentos
para seguir una conversación, giraba con una maestría inusual
hacia otra dirección, que tendía a agasajar al interlocutor, que
suele ser de oídos agradecidos, rostro grato y placentero en la
alabanza. Todo con la prudencia necesaria, que es buen
instrumento para no levantar sospechas.
Fuera de lo que se pueda pensar, eliminen el ánimo de lucro de
la voluntad del protagonista -también de la suya-, porque aparte
de no ser fácil empresa, la de sacar tajada económica de la
ficción de personalidad, esta historia entra dentro de los
hábitos personales que poco a poco van derivando en adicción,
siendo la suplantación y la mentira, actividades altruistas y
distraídas del personaje que nos ocupa. Si bien, algún beneficio
obtuvo, producto de tales actos, como el de ser bien recibido en
algún círculo de frivolidad y dinero, y disfrutar de las
magníficas instalaciones de los poderosos. O también algún
beneficio sexual derivado de los imprevistos y los avatares que
se trituran en la batidora de la fortuna.
Pero es a menudo, en la fase en que uno gana confianza, y la
destreza y las buenas artes parecen bien ancladas, cuando
aparece la trampa, un buen día, de sorpresa. Y puede más la
vergüenza que el deseo de continuar en la ficción. Dos
interlocutores del pasado coinciden en un evento, solicitan la
presencia del inventor, que parece moverse como animal en su
medio. No pretenden otra cosa que una aclaración, y tal vez de
paso, humillarle. Pero si este tipo es terrateniente extremeño,
aparte de apoderado taurino. No Sigüenza, este hombrecillo es a
la par cretino y farsante, y la semana pasada se presentó ante
mis ojos como asesor, confidente y mano derecha de Máximo
Robledo, presidente de la Fundación de Cooperación e
Investigación Económica. No es más que un pobre hombre
disfrazando su verdadera identidad, la cual es incógnita, tal
vez un chiflado que no sabe en que ocupar su tiempo. ¿Tratará de
recopilar información? Qué no. Te digo yo que es un desgraciado
de vida anodina, la suya, la que le pertenece. Desaparece antes
de que se descubra la intrusión. No me cabe duda. Puro
entretenimiento. Ocio absurdo.
Fue tan manifiesto el rubor y tan dominante el desasosiego, ante
la evidencia del embuste, que desechó de inmediato la idea de
seguir viajando por el mundo de la usurpación. Sufrió sudores
fríos, taquicardias, cosquilleos en las palmas de la manos,
picores en la espalda, dolores en el pecho y una importante
jaqueca. Todo al mismo tiempo, mientras caminaba hacia su
domicilio real -no Puerta de Hierro, como dijo alguna vez-, y
lamentaba su falaz condición.
Trató de recordar su vida. Y se puso a llorar. Trató de evocar
los mejores momentos. Y se calmó. Y luego volvió a llorar. Bebió
dos copas de jerez y se quedó dormido.
A la mañana siguiente se fue a una de las terrazas de la Plaza
de Oriente, con pluma y cuaderno, y con una decisión clara.
Ya que herido y avergonzado quedé, producto de mis hábitos y
despropósitos, empiezo hoy, este sábado soleado, despojándome en
primer lugar del dolor, que no es sensación agradable de la
vida, sino martirio de lo físico o lo mental, que menoscaba
nuestras intenciones para ser felices, y en segundo lugar, de
las patrañas que inventé, que si bien me divirtieron, y gocé el
ejercicio, a veces, con deleite inusual, también me trajeron la
desdicha y la amargura, y no es mi afán vivir entre tan tristes
palabras.
Contra el dolor, amor. Contra el dolor, libros. Contra el dolor,
sexo. Contra el dolor, amistad. Contra el dolor, viajes
exóticos. Adquiero yo la condición de escritor de vidas ajenas
como antídoto, y con la esperanza de arraigar tal acto como
hábito, y quién sabe si hasta medio de vida, pudiera llegar a
ser. Dispuesto quedó pues, a observar y escribir.
El hombre paseaba por los jardines de la Plaza de Oriente,
dominando sus intenciones. Huir era cobardía y asumir el delito,
una osadía desmedida. Cuando entró a formar parte de la
multinacional, lo hizo como número uno de su promoción, y la
escalada jerárquica fue rápida. Fue en el último escalón, como
responsable de estrategias de exportación, cuando empezó a
robar...