Segunda Parte (Ensayo)
Posible representación de la Ñusta y Wari
En el Museo Antropológico, Eduardo López Rivas, de la ciudad de
Oruro (Bolivia), existe un monolito que posiblemente es la
representación de la Ñusta y Wari, cuya data se cree que es de
la primera mitad del siglo XVII.
Se trata de una pieza lítica que representa a dos seres. En la
parte superior, muestra la cabeza de una mujer, que más parece
hombre, con una mirada serena. Tiene los labios finos, la nariz
un poco ancha y los ojos achinados. Da la impresión que
estuviera cubierta con una pañoleta al estilo de las mujeres
musulmanas. En la parte inferior, que sirve de base, muestra un
rostro desfigurado con los ojos saltones, la boca grande y la
nariz pequeña. Carlos Condarco S, cuando se refiere a este
monolito, advierte: “Ambos rostros, si se realiza una lectura
por separado, nos llevan a la conclusión anotada: La Ñusta,
arriba; Wari, debajo”.
Aparición del sustantivo Tío
El Tío es un miembro más de la familia minera. Los que están a
su alrededor, le dan comida, bebida, le cantan, le hablan de sus
penas y alegrías. Comparten sus comentarios de fútbol. También
hablan de los sindicatos, de un futuro mejor y de las dictaduras
militares.
“En cuanto al sustantivo “Tío”, se cree fue introducido entre
los años 1676 y 1736. Utilizando como nexo el término español de
parentesco “Tío”, los mitayos buscaron un vínculo que
estableciera una relación parental con la divinidad amanecida en
su imaginario. Los mineros serían sus sobrinos” (Carlos Condarco
S.).
Edificación del Tío
En las minas de Bolivia, existen Tíos de diferentes formas y
tamaños.
Los mineros empiezan a construir al Tío con un trozo de mineral
explotado en la mina. Este trozo sirve de base, desde donde se
va a levantar al dueño de los minerales. Luego se utiliza barro
para formar su extraño cuerpo y darle una aspecto de diablo. La
cabeza lleva dos astas grandes que le sirve de radar para
detectar los metales preciosos. Los pómulos son sobresalientes.
Los ojos están hechos de una mezcla de cristal y espejo.
Precisamente para que brillen en la oscuridad de las galerías
(sitio rectangular que se dirige a los parajes de trabajo), y
alumbrar el metal que va saliendo a flor de piel. La boca es
grande y semiabierta, dispuesta a recibir coca, trago y k’uyunas
(cigarros). La nariz es ancha y tiznada por el humo de las
k’uyunas. La quijada suele ser unas veces puntiaguda y otras
veces redondeada. Generalmente lleva guantes y botas de minero y
esta sentado mostrando, al aire libre, un enorme falo como
símbolo de virilidad. Es decir, el Tío es capaz de preñar a la
Pachamama (Madre Tierra) con los minerales que él quiere.
Los Tíos tienen diferentes nombres o denominaciones. A veces se
los llama con nombres de mineros que han muerto en el interior
de la mina, o simplemente Tío del nivel 300, Tío del nivel 350
etc.
Culto al Tío
El Tío, deidad andina y dador de minerales de alta ley, se
encuentra sentado en los lugares más recónditos de la mina. Su
presencia inspira respeto y mantiene un equilibrio de
reciprocidad entre sus sobrinos mineros y su persona. Esta
reciprocidad consiste en quienes lo tratan bien, serán
protegidos de accidentes en el interior de la mina y; además,
con su poder mágico, les mostrará la veta tan buscada con
sacrificio.
Si alguien le trata mal, le falta al respeto o no le rinde
pleitesía, el Tío lo mira con sus ojos de fuego y se enoja como
un volcán en plena erupción. Empieza a lanzar chispas por la
boca. Y en consecuencia de ello, se desprenden enormes piedras
de las rocas, los callapos caen como granizo de la parte
superior de los socavones, la copagira se vuelve ácido sulfúrico
y ninguna lámpara de carburo alumbra la oscuridad de los
socavones. De pronto surgen gases venenosos, aguas malolientes,
cambios bruscos de temperatura y corrientes de vientos helados.
Es decir, el Tío pone trancas diabólicas hasta ocasionar la
muerte.
Para evitar todas esas desgracias, los trabajadores del subsuelo
boliviano, veneran al Tío cada que entran y salen de la mina.
Pero también hacen una gran ceremonia, los primeros viernes de
cada mes. Le dan comida, coca, quemapecho (aguardiente),
k’uyunas y confites (pasta de azúcar y otros ingredientes en
forma de bolitas). Le ponen incalculables metros de serpentina
en el cuello, le cuelgan chuspas (bolsas pequeñas) llenas de
coca. Le riegan con mixtura (pequeños círculos de papel, de
diferentes colores.) todo el cuerpo. Ponen 7 hojas de coca a sus
pies, como símbolo de los siete pecados capitales. Todos los
mineros que están a su alrededor pijchean (mascan hojas de
coca), fuman también k’uyunas, echan trago a la Pachamama para
que les muestre los minerales que oculta en sus entrañas. A
veces pawan (mirar la suerte en coca) junto al Tío.
El viernes de ch’alla (ceremonia, en la cual se riega
aguardiente) del Carnaval, suelen sacrificar una llama blanca y
con su sangre riegan las herramientas, las rocas y los parajes
donde trabajan. Las menudencias las entierran en diferentes
partes de la mina y con la demás carne hacen un sabroso asado.
“El Tío de la mina consume alcohol puro y vino dulce apenas se
encuentra solo y libre de ruidos y trajines humanos” (Alberto
Guerra G.). Por eso, los mineros le dejan botellas de
aguardiente, comida, abundante coca y le prenden una k’uyuna en
la boca antes de abandonar la ceremonia.
En la ofrenda al Tío, se quema un conjunto de pequeñas piezas,
llamadas misterios, hechas de azúcar y harina. Existen también
otros ingredientes como por ejemplo las millmas (lanas de
colores). El color verde representa a la Madre Naturaleza y a
todos los seres vivos, el amarillo representa la riqueza
aurífera, el rojo a la sangre del animal sacrificado y el
celeste a la vida de los mineros.
El culto al Tío es un rito para alcanzar un equilibrio entre los
mineros, el Tío mismo y la explotación de minerales.
Cuentos de la mina
El escritor boliviano, Víctor Montoya, residente en Estocolmo
(Suecia), probablemente sea la única persona, en Europa, que
tiene en su poder una estatuilla del Tío llegado desde su tierra
natal: Bolivia.
El Tío, es también venerado, por su dueño, en la tierra de los
vikingos. Sale desde su guarida nórdica, pasea por las calles de
Estocolmo y se mete en los buzones, los días viernes, para
contar sus diálogos engendrados a media noche. “Me sirvo del Tío
como Cervantes se sirvió de Don Quijote y Quino de Mafalda para
criticar los prejuicios sociales y raciales o, llanamente, para
abordar temas controvertidos en nuestra sociedad, como es la
misma religión y sus diversas interpretaciones morales y éticas”
(Víctor Montoya).
Los bolivianos residentes en Suecia han logrado, a partir de
1987, hacer una copia en miniatura del Carnaval de Oruro y, por
su puesto, el Tío es parte de este evento que se realiza cada
año. En otras palabras, este personaje de aspecto diabólico, a
fuerza de insistir con su presencia, se va universalizando.
Víctor Montoya en su libro “Cuentos de la mina”, que contiene 18
cuentos, relata diferentes hazañas del Tío. Es decir, el Tío es
el protagonista a lo largo del libro. A pesar de sus travesuras
diabólicas que puede ocasionar la muerte, Montoya lo describe
como a un ser que también tiene la otra cara de la medalla. Un
ser capaz de ser vulnerable y capaz de enamorar a las mujeres
más bellas del campamento minero.
En el cuento “La chola uncieña”, relata las habilidades del Tío
para seducir a una bella chola (mujer mestiza) uncieña (del
pueblo de Uncía) de cintura delgada y busto erguido. El Tío, se
hace presente ante la chola como un galán de primera categoría.
Y ella se enamora locamente perdida. Luego desaparece. Así
transcurre el tiempo, hasta que un buen día, exactamente la
noche de San Juan, aparece nuevamente en busca de su amada. Pero
esta vez vuelve misterioso, mañoso e inhumano. La rapta a la
chola y la lleva en su caballo. “El diablo, que cabalgó
venciendo los senderos y la distancia, condujo a la chola
uncieña hacia las faldas de un cerro. Se apeó del caballo de un
brinco, emitió bramidos que inundaban el silencio, desmontó a la
chola con el ímpetu de sus brazos y la tendió contra el suelo
pedregoso. La desvistió a zarpazos y la hizo suya bajo la luz
cenicienta de la luna” (Víctor Montoya).
El Tío mujeriego continua con sus afanes de conquista y sale de
la mina engañado a su mujer, la chinasupay. En el cuento “El
hijo del Tío”, el Tío quiere ser padre, quizá, para dejar
herencia. “Y esta dispuesto a hacer germinar su semilla en el
vientre de una de las mujeres más jóvenes y hermosas del
campamento minero” (Víctor Montoya). Camina por las calles del
pueblo, buscando una posible madre para su futuro hijo, hasta
que finalmente divisa a una bella muchacha de trenzas negras y
labios carnosos.
“Cuando la hija del minero alcanzó la ceja del río, como atraída
por un magnetismo desconocido, se levantó las polleras y se bajó
las bombachas para desaguar con las nalgas expuestas al silbido
del viento. Ese fue el instante que el Tío aprovechó para
revolcarla sobre el fango y poseerla entre el bramido de los
truenos y la turbulencia del río” (Víctor Montoya).
La muchacha queda embarazada con el hijo del Tío, hecho que
ocasiona grandes problemas familiares. El padre no acepta a su
hija que, día a día, se pone más gorda. Tampoco acepta los malos
rumores de los vecinos y decide eliminar a su hija con su
pequeño diablo en el vientre. El autor del crimen no aguanta la
carga de su conciencia y se hace volar con dinamita, antes de
que la gente del pueblo se entere de la verdad.
“La K’achachola (chola hermosa y elegante)”, es un cuento en
donde se relata la tragedia de un minero. Florencio Nina entra a
la mina dispuesto a quitarse la vida. Después de haber pasado
algunas peripecias, en las oscuras bóvedas, escucha gritos de
una mujer. “Cuando alzó la cabeza, maldiciendo la pérdida de su
charango, vio a una mujer envuelta en una aureola rojo naranja,
cuya imagen le recordó a la virgen del Socavón y a la mujer que
él perdió en brazos de otro hombre” (Víctor Montoya). Florencio
Nina, atónito, la saludó muy amable y le preguntó quien era. La
K’achachola contestó. “Se quitó el sombrero de paja, la manta de
tres cuartas, la blusa con volados, la pollera plisada, la
enagua con encajes y las bombachas de medio hilo, hasta quedar
completamente desnuda, como una antorcha flameante en la
galería. La K’achachola, luciendo su cuerpo seductor, le enseño
la ranura del sexo, esbozó una mueca obscena y pidió que apagara
en ella el fuego de su deseo” (Víctor Montoya). Florencio Nina
quedo enamorado de sus senos y de su hermoso cuerpo expuesto
como una fruta apetitosa. Pero cuanto más se acercaba Florencio
a ella, la K’achachola se alejaba más “hasta que a sus pies se
abrieron las fauces de un buzón, donde se precipitó con un grito
que quedó suspendido en el vacío” (Víctor Montoya). Conclusión:
Florencio Nina murió seducido por la K’achachola.
En el cuento “El último pijchero (persona que masca coca)”, se
describe un diálogo entre un minero y el Tío. El minero
amargado, por el cierre de las minas, confiesa al Tío: “... lo
que más me duele es que soy el último de los últimos mineros que
han quedado en el campamento, donde los techos de calamina, en
las noches de frío y ventarrón, parecen fantasmas clamando sus
ayes de dolor... ” (Víctor Montoya).
Y el Tío le contesta:
- Y ahora que han cerrado las minas, ¿de qué te sirvieron tus
ruegos a Dios y a la Virgen del Socavón?
Al final de la conversación, cuando el minero se despedía del
Tío, ocurrió algo impensable, el Tío le agarra por los brazos y
suplicándole con gran dolor y lágrimas le dice:
- Llévame ahora contigo. No quiero volver a ser roca de la roca,
polvo del polvo ni barro del barro...