A las tres de la mañana
no hay mariposas en la Ciudad,
o doncellas en las esquinas
ni el conejo en la luna
de los enamorados viejos,
sólo un gato negro y una rata
que me miran lastimosas
y no permiten caricias.
Alguien avisó a los fantasmas
que saldría de entre las sábanas
y duermen con sus mujeres.
Alguno de ellos a la mía posee.
Me arropo con la cobija
de un indigente
y sigue el frío.
Arlequines de mirada triste
pasean con su café de máquina
y su título entre las piernas.
Pagar por terapia tiene ventajas,
pero no hay risas ni besos en sus labios
sólo la tarifa nocturna
y no guardo nada para los tiempos difíciles
de mi espíritu;
soy un desempleado de la vida
y siempre es riesgoso salir desnudo.
La oscuridad es sarcástica
a las cuatro con uno
y aún no salen los fantasmas.
Regreso a casa;
soy un montañista congelado,
con gangrena en lo dedos
y el deseo de mujer.
Hay un fantasma en mi cama,
mi mujer no deja de soñar y sonríe.