Hace unos días vi un reportaje en TV sobre los resultados de la
crisis en la compra y venta de pisos y locales, la construcción,
las inmobiliarias, el problema de las hipotecas, etc. Y no sé
por qué me vino a la memoria los elegíacos versos de "La sangre
derramada", a aquel lorquiano Ignacio subiendo por las gradas
con toda su muerte a cuesta...
Hay que admitir que tanto el presentador y autor del reportaje
como los cámaras hicieron perfectamente su trabajo. El panorama
era desolador: miles de pisos terminados y sin vender,
urbanizaciones del tamaño de una ciudad media con tan solo unas
pocas familias viviendo en ellas, polígonos industriales con
cientos de locales cerrados en venta o alquiler, miles de
viviendas y locales a medio construir, centenares de edificios
con los pilares al aire y ni un solo obrero trabajando en
ellas... Y un largo etcétera.
El reportaje también incluía la visita a diversas viviendas
habitadas por sus propietarios y a varios de los locales,
talleres y pequeñas industrias de los pocos que aún mantenían
abiertas sus puertas.
Los dueños de las casas, pisos comprados en los últimos años
para su uso como vivienda habitual, y otras compradas como
inversión de un pequeño excedente en la suma de los sueldos del
matrimonio, tenían bien claro lo que tenían que hacer, pues,
algunos con dos o tres meses sin poder pagar el recibo de la
hipoteca y otros con las mismas perspectivas en vuelta de pocos
meses, sabían que la solución pasaba por intentar venderlas por
casi lo que fuera antes de que el Banco se las quite.
En cuanto a los ocupantes de los locales en los polígonos
industriales, autónomos o propietarios de pequeñas industrias y
talleres, en su mayoría con las naves en alquiler o
arrendamiento, veían el futuro con tanto o mayor pesimismo que
los anteriores. Algunos ya habían tenido que despedir a buena
parte de sus escasas plantillas, quedando éstas reducida a uno o
dos empleados de los diez o doce habituales, y otros, pequeña
industria familiar, con el padre, los hijos, el cuñado y los
sobrinos en obligada huelga de brazos caídos, haciendo sus
cuentas. Sin trabajo, sin créditos en el Banco y sin otra
perspectiva de futuro que pegar el cerrojazo. Las palabras del
patrono eran elocuentes: "De este mes no pasamos..."
Y todo esto ocurre a tan solo unos meses de que nuestro ínclito
Presidente del Gobierno y su fiel vasallo de Hacienda
reconocieran que bueno, que sí, que parece que la
desaceleración, la pequeña reducción del ritmo de crecimiento de
la que durante tanto tiempo nos hablaran, se ha convertido en
una clarísima recesión que, como Dios no lo remedie, se nos
convertirá en la mayor depresión que vieran los siglos.
Lamentablemente esto no es una visión catastrofista del asunto.
No, ni mucho menos. Son muchos los expertos en economía, sobre
todo los más veteranos, los que lo dicen. Aunque tampoco cuesta
mucho imaginarlo. Sólo hay que ver que España, además del de la
nación más endeudada, ostenta el triste récord de tener -desde
principios del pasado año- la tasa de paro más elevada de toda
la Unión Europea. Actualmente, las cifras superan el 14 %, lo
que supone casi el doble que cualquiera de los países punteros
de la UE. Y como el ritmo de cierres de todo tipo de negocios
sigue en creciente aumento, no podemos esperar otra cosa que
superarnos en tan lamentable récord poniéndonos en cifras que
pueden llegar -y aún sobrepasar- los 5 millones de parados antes
de que termine el año.
O sea, que lo peor aún está por llegar. A la vuelta de la
esquina. Como la mayor parte de la destrucción de empleo se ha
generado en los últimos meses, un alto porcentaje de estos
parados están ahora mismo cobrando la prestación o el subsidio
de desempleo, por lo que todavía es poco notable las bajadas en
las ventas de artículos de consumo y el impago de deudas a
Bancos o empresas suministradoras de los coches, TV de plasma,
frigoríficos, aire acondicionado, muebles, etc. Pero sólo hace
falta sumar dos y dos para ver que, transcurridos unos meses, el
resultado no será otro que la mayor catástrofe de todos los
tiempos para las economías -principalmente para las pequeñas y
domésticas-. Varios millones de personas sin trabajo y sin
recursos de ningún tipo, familias enteras con los bolsas y las
cuentas vacías y sin tener por dónde tirar...
Y el Inri lo ponen nuestros dirigentes, que, aparte de que
desvirtúan su posible buena voluntad para hacer las cosas bien
con su demostrada ineficacia, continúan engañándonos como a
niños chicos con lo que ocurría ayer, ocurre hoy y ocurrirá
mañana, y sin desarrollar medidas efectivas para sacarnos de la
crisis. Medidas en las que coinciden todos los expertos y que
serían las de recortar el gasto público, reformar la voracidad
fiscal y disminuir ciertos impuestos, liberalizar sectores y
flexibilizar los mercados, cortar de plano las perturbaciones
que los distintos Estatutos causan al mercado interior, eliminar
todo proteccionismo con especial negativa a los propiciados por
determinados grupos de presión, estudiar y aplicar fórmulas
eficaces para una mayor productividad, aceptar la energía
nuclear y propiciar medidas para las energías alternativas... Y,
de cara a la confianza, lo de actuar con total transparencia.
Tanto el Gobierno como la oposición dedican un alto porcentaje
de su tiempo y recursos intelectuales -y de todo tipo- a
pelearse entre ellos con el único objetivo de permanecer o ganar
en las próximas elecciones. Ese tener que estar siempre a la
defensiva, esa pérdida de tiempo a la búsqueda de calificativos
ingeniosos e ideas mamporreras, supone un desperdicio
inconmensurable de las posibles capacidades que pudieran tener
unos y otros para desarrollar con cierta dignidad el trabajo por
el que todos les pagamos. Altivos y orgullosos tras el parapeto
de sus altos cargos, soberbios y protegidos tras la coraza del
voto de creyentes y apesebrados, ni de lejos contemplan la
posibilidad de unir sus fuerzas en la lucha contra el enemigo
común, de apartar a un lado sus peleas de colegiales para
converger en la seriedad, la honestidad y el sentido común, para
responsabilizarse de esas dignidades que le hemos otorgados. Les
estallará la siguiente crisis, la social, delante de las narices
y aún seguirán como ahora...
¿Creen realmente sus Señorías que el pueblo, los de aquí abajo,
los que les llevamos las andas y el palio, les aguantarán
siempre? Mucho me temo que no. El porcentaje de pánfilos y
analfabetos es cada vez más reducido por estas tierras, y no
cuesta mucho ver al paisanaje cada día más harto de confiarlo
todo a las próximas, para más de lo mismo. No tardará mucho en
que este mulo de carga que es el pueblo encuentre la fórmula
para sacudirse de una vez por todas las moscas cojoneras de lo
político.