Diferentes interpretaciones del Tío Montoya, a diferencia de
otros escritores bolivianos que han escrito acerca de este
singular personaje, le proporciona al Tío una voz propia y
atributos universales. En los cuentos citados en la segunda
parte de este trabajo, podemos observar que el Tío tiene
diferentes caras. Primero se lo ve como a un galán enamorando a
mujeres con sus ojos de cristal, su sombrero de jipijapa y una
cachimba que le da un aspecto varonil. Cuando logra seducir o
raptar a la mujer de su encanto, la lleva a solitarios lugares y
la hace suya con todas las de la ley.
El
Tío tiene la facilidad de transformarse en la K’achachola para
engañar, a su presa, con su sexo. Y llevarlo a parajes hasta
hacerlos desaparecer de la faz de l a Tierra. Como contrapartida
a todas sus maldades y diabluras, muestra también una actitud
humana. Es vulnerable ante el desempleo de miles de mineros,
siente dolor ante la desgracia de un minero que le relata su
trágica historia y lo escucha con atención. Con lágrimas en los
ojos quiere irse junto con el minero. Cansado de estar sentado,
cansado de ser roca desea encarnarse en el minero y así poder
salir de las tinieblas y de ese olor a copagira que le tiene sin
vida. En otras palabras, el Tío es como todo ser humano: con
virtudes y defectos.
El Tío, al igual que los mineros, tiene fantasías sexuales. Y
justamente Montoya saca a luz estas fantasías que han sido
prohibidas en una sociedad católica como la boliviana. El tema
de la sexualidad del Tío no siempre ha sido valorado por
sociólogos, antropólogos o historiadores.
En el cuento “El último pijchero” se enfoca un problema social.
Un minero pijchea, por última vez, junto al Tío e implícitamente
hace alusión al masivo despido de mineros por parte de un
gobierno de derecha.
En resumidas cuentas; Víctor Montoya, en “Cuentos de la mina”,
ha logrado darle al Tío una forma angular que nos permite
observarlo desde diferentes perspectivas. Es decir, le ha dado
esa “ubicuidad” de la que habla, el historiador y antropólogo,
Ramiro Condarco Morales.
El escritor, Jaime Aduana Quintana, ex minero con diez años de
trabajo en la Empresa Minera San José (Oruro), en su novela “Las
tres cruces del diablo”, relata textos basados en la vida de los
mineros:
Los trabajadores del subsuelo boliviano, convencidos de
encontrar el metal de sus sueños y ganar más dinero, trabajaban
duro y cumplían con las ofrendas a su amo y señor de los
socavones: el Tío. Pasaba el tiempo y la famosa veta no aparecía
por ningún lado.
Una noche dentro de la mina, entre tragos, discusiones y cantos;
Gabino agobiado por la situación económica, se emborrachó y se
dirigió hacia donde el Tío y le dijo:
- “¡Soy libre!, no depende mi vida de este pobre... hecho de
barro, todo el dinero que gano es con el sudor de mi frente y no
tengo porque adular a este diablillo sentado... inútil....”
(Jaime Aduana Q.).
Todos los demás compañeros trataron de calmarlo a Gabino.
Carmelo el capataz le pidió que se calmara, pero no hacía caso.
Gabino, en su borrachera, volvió a gritar: “...a este pobre
barro que se pasa sentado día y noche y se hace llamar “Tío”, no
tenemos porque adularlo” (Jaime Aduana Q.).
La verdad es que Gabino había perdido la razón y nuevamente se
dirigió al Tío con las siguientes palabras: “... !sí!, me voy,
quédate con este imbécil... pobre diablillo... mañana regresaré
a recoger mis pertenencias del casillero... ¡toma ésta patada
muñeco de barro!” (Jaime Aduana Q.).
La certera patada rompió la pierna derecha del Tío. Gabino, pese
a todo lo ocurrido, seguía trabajando en la mina. Uno de esos
días, Gabino se encontraba echado boca abajo y muerto en una de
las bocaminas. Le había caído encima toda la carga de piedra. Lo
sacaron descuartizado.
Aquí se ve claramente que el Tío actúa como el dios del mal. Es
peligroso y vengativo cuando lo tratan mal. Con sus poderes
mágicos, se apoderó del alma de Gabino y se lo tragó por las
rocas hasta provocar su muerte.
En otro pasaje de la novela se describe, con gran sentido del
humor, cómo los mineros lo perciben al Tío.
Cuando un grupo de mineros salían de la mina, vieron un hombre
de dos metros de altura que caminaba con botas negras y un
overal blanco. Entonces, el capataz exclamó: “Caramba, este
compañero tan alto, va chocar con los callapos” (Jaime Aduana
Q.).
Buenos días, saludo el hombre de dos metros al cruzarse con el
grupo. Y uno de ellos le preguntó: “Amigo, no te hemos visto
antes, ¿eres nuevo?”
A lo que contestó con un acento raro y apenas pronunciando el
castellano: “Soy el Ingeniero “”Oit”, nuevo en el trabajo, me
olvide mi libreto de apuntes en el paraje... ¡enseguida les
alcanzo...!” (Jaime Aduana Q.).
Los mineros sorprendidos siguieron su camino hasta la jaula
(ascensor utilizado en el interior de la mina) para finalmente
abandonar la mina. Pero en el camino uno de ellos exclamó con un
aire humorístico: “Este gringuito que se cree, ¿por qué no se va
a su país?, seguramente está molesto por su pierna que parece
que le está molestando...” (Jaime Aduana Q.).
El Tío, en la historia mencionada arriba, es visto como un
forastero de aspecto extraño, que aparece y desaparece el rato
menos pensado. El Tío, también puede ser interpretado como un
ingeniero que inspecciona las minas de Bolivia y que cojea,
probablemente por la patada que le dio Gabino.
El Tío y la Virgen del Socavón en el Carnaval de Oruro.
No
se puede hablar del Carnaval de Oruro, sin mencionar al Tío y a
la Virgen del Socavón.
Es precisamente el Tío, impulsor de este fastuoso Carnaval que,
año tras año, muestra manifestaciones del folklore boliviano.
Pero no se trata de bailar por bailar. El Carnaval de Oruro,
tiene un sentido mucho más profundo. Se baila, tres años
consecutivos, por devoción a la Virgen del Socavón.
La historia de la Virgen del Socavón empieza con la leyenda del
Nina Nina. Anselmo Belarmino, apodado el Nina Nina, era un
ciudadano de la Real Villa de San Felipe de Austria (actualmente
Oruro). Este sujeto, de sangre fría, asaltaba a los transeúntes
y sembraba terror en la ciudad. Pero al mismo tiempo aplicaba,
en sus acciones, una política al estilo de Robin Hood. Es decir,
robaba a los ricos para repartir entre los pobres.
El Nina Nina enamoraba con una hermosa jovenzuela de nombre
Lorenza Choqueamo, hija de Sebastián Choqueamo. Los novios
habían planeado escaparse, de la ciudad, para afianzar su amor.
Pero por esas cosas extrañas que tiene el destino, fueron
sorprendidos por Sebastián la noche de la fuga. Sebastián,
entonces, muy furioso quitó el puñal al Nina Nina, y con su
propia arma hirió de muerte al desventurado amante de su hija.
Se quedó tirado en el suelo sangrando a borbotones. Al poco
tiempo, apareció una hermosa dama vestida de negro y lo llevó al
hospital. Luego desapareció como por arte de magia. Enterados
del accidente, la gente de la ciudad, se dirigieron a su
camastro, situado en un paraje abandonado del Cerro Pie de Gallo
(Oruro). Allí encontraron la imagen de la Virgen de la
Candelaria. El Nina Nina era devoto de esa Virgen y dicen que
fue ella, la que le socorrió cuando estaba herido. A partir de
ese hecho, la Virgen de la Candelaria se convirtió en la Patrona
de los mineros. O sea, la protectora de la clase obrera
explotada y sufrida. De esa clase social que durante las
dictaduras han hecho resistencia para reivindicar sus derechos.
Y la llamaron la Virgen del Socavón.
El escritor orureño, José Víctor Zaconeta, que investigó
bastante el tema de la Virgen del Socavón, señala: “Esa mina
situada en el Cerro Pie de Gallo, se llamaría en adelante
“Socavón de la Virgen”, debiendo honrarsela anualmente durante
tres días a partir del sábado de Carnaval ”.
De la leyenda mencionada arriba nace la adoración a la Virgen
del Socavón. El 25 de noviembre de 1904, los matarifes y los
comerciantes de carne, llamados mañasos, crean la primera
diablada de la ciudad. Los mineros más tarde, en alusión al Tío,
empiezan a vestirse de diablos para venerar a su Patrona. Desde
entonces, cada año en el mes de febrero, el Tío sale de las
galerías con sus ojos saltones de vidrio, sus cuernos
curvilíneos, sus guantes rojos y hace chispear sus espuelas por
las calles de Oruro. Por la noche se ilumina su rostro
desfigurado, dando la impresión de ser una estrella salida del
infierno. Lanza fuego por la boca y humo por las orejas hasta
llegar al Santuario del Socavón, donde todos los feligreses
rinden homenaje a la Mamita del Socavón.
La danza de la diablada, representa la lucha entre el Arcángel
Miguel, traído por los españoles y Wari que posteriormente se
convirtió en el Tío y calificado como “diablo”, también por los
españoles. Por lo tanto, es una lucha entre el bien y el mal. El
diablo (Tío) es vencido por el Arcángel Miguel (representante de
la Virgen) y, por consiguiente, los siete pecados capitales: la
pereza, la lujuria, la gula, la envidia, la ira, la avaricia y
la soberbia. La corte infernal muestran devoción a su jefe
celestial y a la Virgen del Socavón. Por eso el Arcángel Miguel
vestido de blanco, con enormes alas, una espada en la mano, un
escudo y un casco metálico; dirige a una tropa jerárquica e
infernal. El Lucifer, los diablos, satanases, diablezas van
siguiendo las instrucciones del milagroso ángel.
Sincretismo religioso
La Corona española tenía como objetivo “cristianizar” a los
pobladores de gran parte de América. Y, por eso, trataban de
sustituir las costumbres paganas de los pueblos andinos por los
autos sacramentales. En otras palabras, introducían piezas
teatrales religiosas que trataban sobre un dogma de la Iglesia
Católica, pero tenían el trasfondo del Sacramento de la
Eucaristía. Así se representaba, por ejemplo, Corpus Christi.
Wari había sido derrotado por la bella Ñusta y, como ya se
mencionó anteriormente, los conquistadores lo convirtieron en
“diablo”. Entonces utilizando la mentira; hicieron creer, en su
afán de catequizar, a los Urus, a los Kechuas y a los Aymaras
que Wari era un monstruo salido del infierno. Y, como es de
suponer, actuaba en contra de la humanidad. “... los españoles
trajeron la concepción del mal y de su personaje principal: el
Diablo...” (Alberto Guerra G.).
Según la religión católica, el diablo está en el infierno y en
las tinieblas más oscuras. Efectivamente el diablo, apodado el
Tío por sus sobrinos, pasó a las tinieblas de los socavones para
ser amo de los minerales preciosos.
Al contrario de la visión española, Wari fue, para las culturas
ancestrales, el dador de riquezas y protector de los mineros.
Los indígenas adoraban a sus dioses tutelares, pero el choque
entre la Cultura Occidental y la Cultura Andina, hizo que
asimilaran al dios cristiano. Sin embargo, no dejaron de rendir
culto a sus propias deidades.
Durante el proceso de la Conquista, muchos de los dioses andinos
fueron identificados con los santos cristianos. Todo esto dio
lugar a un sincretismo religioso en la sociedad boliviana.
Existe, por lo tanto, una relación entre los diablos y la Virgen
del Socavón. Los mineros son parte de este dualismo: adoran al
Diablo y a la Virgen del Socavón a la misma vez.
Bibliografía
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Conversaciones con mineros de la Empresa Minera San José (Oruro,
Bolivia)
Visitas al Museo del Minero y la mina San José (Oruro)