ESCRITO EN TIERRA Francisco Mena Cantero
Ediciones Vitrubio núm. 166
2008
Nueva entrega poética de Francisco Mena Cantero, al que ya hemos
reseñado en este mismo apartado tanto por su Antología como por
El pájaro y su vuelo.
Decíamos en el comentario del último libro que “Frente al hecho
diacrónico de la creación, o sea, tomada como un todo, hay que
tener en cuenta el hecho sincrónico, un segmento de ella en el
tiempo”. Y ello nos lo avisan los siguientes versos como santo y
seña del tema que desarrolla después: “Comienza el día/ en el
incendio repetible/ de ni siquiera pronunciarse./ Calla la
soledad./ Hay multitud de resplandores/ en esta vida que
despierta. /He cerrado la puerta de mi casa/ y, alienado de mí,
contemplo/ el entusiasmo universal/ de la naturaleza, / y hasta
percibo otro hombre/ infundiendo su espíritu y su voz/ como si
de otra creación/ hoy se tratara”.
Mena Cantero retrocede desde una experiencia de la ciudad a la
visión de la sencillez con la complicidad de la naturaleza
genuina, que ayuda a contemplar el paso del tiempo y la
concurrencia de los elementos —como en su libro El pájaro y su
vuelo—. En la segunda parte el poeta vuelve a sus orígenes: la
búsqueda del hombre auténtico, como si fuera una indagación
heideggeriana sobre hasta dónde ha de llegar la desnudez de todo
el bagaje de circunstancias de las que nos provee
inevitablemente la vida.
Poesía de la meditación que va más allá de las servidumbres
ambientales, recuperación de lo natural, aquello a lo que está
unido el poeta como una memoria que reaparece, como un Guadiana,
en la complejidad de la vida moderna: ”Recordar es un goce que
restaña / las crueles heridas de los días, / si aceptamos que el
sino / no es de la vida su derrumbe / ni el tributo mortal / que
ya estamos pagando”.
Mena Cantero no renuncia a la esperanza, a pesar de la amenaza
de todo lo que nos circunda en estos tiempos, si bien con un
deje que se presta a una interpretación trascendente: “Volveré/
como la claridad desciende desde arriba,/ dijiste. Desde
entonces/ este inmenso vacío se ha llenado/ del agua de tu
espera”. Ese vacío no lo es realmente si está lleno, o se va
llenando con nuestro anhelar sin renuncia, de un signo con luz
de parábola: “Aún crecen sin embargo/ las flores y la siembra”.
Eso significa, retrocediendo a cuatro poemas anteriores, que no
hay abandono de nuestro hábitat temporal, aunque lo parezca:
“Este sitio es trozo, si olvidado,/ donde mantiene Dios/ el
mundo entre sus manos”. Puede que esa confianza sea la escritura
de Dios en la tierra, ya precedida por la cita evangélica del
frontispicio del poemario, de la que no se sabe qué fue lo que
realmente se escribió, pero el poeta da una interpretación casi
jubilosa de ella.
La escritura del libro está en ese estilo medio que caracteriza
a la poesía de Mena Cantero; o sea, sin deslumbramiento de
imágenes, pero tampoco deudor de la poesía social, teniendo en
cuenta que es un libro que está entre lo lírico -sus
experiencias personales- y lo épico cotidiano -la lucha contra
la inautenticidad a que nos somete la prisa y el abigarramiento
de la vida actual-.