Así, y dicho a modo de tonadilla, avisaban los conductores
de autobuses urbanos de Madrid, allá por los años 60 del
siglo pasado, años de mi juventud, que debíamos subir sin
entretenernos pues se disponían a arrancar para proseguir la
marcha de parada en parada.
Algo así ha dicho, con el eco de los micrófonos y la segura
difusión de las cámaras que le filmaban, la señora ministra
del ejército español para anunciar que lo de Kosovo se nos
había acabado y que nuestros soldados debían empezar a
llenar sus petates para, en ordenada huida, y con la
experiencia de Irak, abandonar, vergonzantemente, una guerra
que, por algunos motivos, hoy tampoco nos incumbe.
Nuestra ministra se enfada en las Cortes y acusa de todo e
insulta con todo a quienes osan pedirle aclaraciones, a
quienes esperan alguna respuesta convincente de por qué se
ha dicho así y de quien ha sido la idea.
Nunca dirá, nuestra ministra nacionalista, que fueron
órdenes del presidente R. Zapatero, pues nunca un
socialista, y menos si cobra del Estado, se pronunciará para
responsabilizar de algo a su jefe natural, por eso, valiente
ella, dijo ser una decisión de todo el Gobierno, de un
gobierno en pleno que no conocía el asunto, a juzgar por sus
caras y como bien se ha sabido después.
Un par de días más tarde, nuestra ministra nacionalista se
reúne con el secretario general de la ONU, y de esa reunión,
y por lo declarado, se deduce que no está claro que nuestros
soldados, ahogadas sus ilusiones y aplazadas sus esperanzas,
puedan regresar a España antes de otoño tal como afirmó
Carmen Chacón en el Senado.
La ministra, tras la reunión, no notificó a los aliados una
fecha tope para que nuestras tropas abandonen Kosovo
dejándonos sin saber si la decisión “de todo el Gobierno”
era inamovible o si, por el contrario, sigue sujeta a lo que
manden nuestros compromisos internacionales, así que, una
vez más, las rectificaciones parciales y oficiosas continúan
marcando el hacer de un gobierno que dicen todos anda
agotado. Si eso es cierto nuestro presidente debería emular
a nuestras tropas, al menos en eso del valor, y acometer un
cambio profundo en la titularidad de los ministerios.
Yo no puedo aconsejarle a quien poner pero si tuviera un
ratito, y quisiese llamarme, sí le diría a quien debe
quitar. Empezaría por él y de ese modo le evitaría tener que
soportar a los malencarados nacionalistas que ya no le
quieren como antes y que, tras lo del país vasco y Galicia,
y votación a votación, le devuelven las cartas y el rosario
de su madre.