Amo la Calle Larga de Valby así como he amado a Providencia en
Santiago de Chile. Allá en mi infancia y juventud ocurrían cosas
milagrosas cada segundo. Chincoles de cristal en los pequeños
nidos de greda en los frugales bellotos de las callecitas
adyacentes. Acequias de agua azul por las cuales navegaban
barcos porteños en miniatura, gigantescos nogales por los cuales
trepábamos para sacar nueces de oro...
Aquí y ahora, en Copenhague, la Calle Larga me ofrece la
posibilidad de pasear entre saltimbanquis, bailarinas, afila
cuchillos, organistas , hindúes hipnotizando boas, árabes
vendiendo lámparas de Aladino, y vikingos, especialmente
vikingos y vikingas blancos como la nieve, mostrando sus
formidables espadas de plata y rubíes y cantando con poderosas
voces de tenores:
- Under de hvide bro! Sejler en baad med to!
Traducido al castellano significa "bajo el puente blanco navega
un bote con dos navegantes..."
Estos vikingos gigantescos son dulces y amables y muy pacíficos,
contrariamente a la leyenda, y con sendos jarros de cerveza en
sus manos y asando jabalíes cazados en el bosque no muy lejos de
aquí, celebran que hoy es domingo y salió el sol.
Ah, la Calle Larga de Valby... Hoy me vino a buscar mi amigo y
vecino Niels Winter y salimos a caminar. Era mediodía y la calle
estaba en plena actividad. Y lo sorprendente es que entre tanta
gente yendo y viniendo, autos, ciclistas, los curaditos de la
Plaza y los milagreros, todo se desarrolla en silencio. Se
escuchan las pisadas en la vereda! Cuando la calle esta saturada
de nieve en el invierno, el silencio es total porque ni siquiera
las pisadas se escuchan. Y los milagros ocurren con una falta de
ruido total, sagrado.
Recuerdo que en Providencia todo era ruido y gritos alegres y
bocinazos y adolescentes vociferando los últimos éxitos de los
Beatles y Rolling Stones en Copellia. Sin embargo, la alegría
por la vida es exactamente la misma. No hay para mi show
cultural.
Nos detuvimos a hablar con una inmensa vikinga hermosísima que
necesitaba cigarrillos y fuego. Birgita. Nos mostró sus tatuajes
móviles. En serio! Su estomago, pechos, nalgas, espalda brazos y
piernas estaban cubiertos de dibujos multicolores que se movían
vertiginosamente a través de su cuerpo como culebras. Parecía
una alucinación. Un verdadero milagro. Se alejó cantando
alegremente no sin antes darnos su numero de teléfono y
guiñarnos sus ojos de mar.
Nos encontramos con un grupo de escolares intercambiando
revistas, comics móviles. Es decir, uno abre la revista y los
dibujos se mueven y hablan como en el cine. Niels y yo no
conocíamos esta tecnología, y lo comentamos.
-No es tecnología, no es tecnología! -nos gritaron los
estudiantes riendo- Es un milagro!
Como estábamos un poco cansados, hay que acordarse que yo ya
tengo casi sesenta años y Niels tiene setenta y cinco, nos
sentamos en un cafecito al aire libre. El día estaba azul como
el lapislázuli y el aire tibio y dulce como el aliento de mi
amada. Una pareja de jóvenes sentada en una mesita cercana
intercambiaba besos de una manera hasta ahora desconocida para
mí: en cada lenguazo había una fruta en miniatura. Una manzanita
de ella, una ciruela de él, una pera de ella y un racimo de uvas
de él...
Niels quería volverse a casa. Yo le dije que no, que camináramos
un poco mas. Teníamos aun muchos milagros pendientes que voy a
resumir aquí en un INVENTARIO: Inventario de milagros en la
Plaza de Valby niños y niñitas rubiecitos volaban de aquí para
allá y las madres levitaban para que no se elevaran hacia el
cielo y se transformaran en angelitos. Perros alados sonriendo
felices o riendo a carcajadas pasaron sobre nuestras cabezas
dejando caer mojones de colores. Una estampida de mosquitos
malandrines escapó de las abejas policías. Un organillero
producía arcoiris en vez de música. Cerca de la colinita llamada
por supuesto Colina de Valby, hay un gigantesco parque frugal
parecido a los bosques del sur de Chile. Es el bosque de
Søndemarken. Esta ubicado al lado del zoológico, y hoy el
personal había abierto todas las jaulas y nos paseamos entre
leones y jirafas, flamencos y tigres salvajes. Loros
multicolores nos gritaron "¡chau viejos pelaos!" y gorilas
imponentes vinieron a darnos la mano.
A la izquierda queda la famosa cervecería Carlsberg. A su
entrada hay una gran torre estilo medieval y en su inmenso
balcón se paseaban los fantasmas del Señor y la Señora Carlsberg,
fundadores de la cervecería hace dos siglos atrás. Decidimos
volver hacia la Plaza y entrar al Café Ciré a almorzar.
A mediodía no hay muchos milagros. Las ventanas entregan luz y
hay una atmósfera silenciosa y sin humo. Fresquita. Antítesis de
lo que ocurre en las noches donde aparecen seres celebres ya
muertos o de ficción y la cerveza y la música fluyen como ríos
desembocados. Pedimos sendos perniles asados a la intemperie con
ensaladas danesas. Nos atendió un joven estudiante llamado Hans
Christian Andersen, y vino Pierre, el dueño, a saludarnos
amablemente en francés.
Después de tanto milagro agotador, nos fuimos cada uno a su casa
a dormir una larga y merecida siesta. Niels a lo danés y yo a la
chilena.