Para mis hijas (Gely, Mónica, Elisa y Bali)
que provocaron emociones inesperadas…

Parece muy recomendable, especialmente en esta época de crisis y angustias, darle al cuerpo y a la mente el beneficio de unos días de descanso en una de las regiones de España que otrora constituyeron parte de la “España profunda”, y que hoy –a costa de un turismo buscador de recuerdos auténticos y calmas- son parte del mapa turístico importante de nuestra piel de toro: me refiero a la región de Las Batuecas, dentro de la provincia de Salamanca, y lindando ya con la región extremeña de Las Hurdes.

LLa zona, en las estribaciones de la Sierra de Francia, está preñada de pueblecitos serranos, antaño de complicado acceso, y liderada por dos villas donde el tiempo se quedó congelado entre sus callejas estrechas de piedra y sus casas de madera festoneadas por adobes o granitos: La Alberca y Mogarraz.



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La Alberca – Plaza Mayor y Mogarraz – Fuente del Humilladero



En ambas localidades existen hoteles para todos los gustos y economías, pero si se puede elegir nada mejor que el nuevo, suntuoso y cuidado Hotel-Spa Abadía de los Templarios, en la salida de La Alberca en dirección a Salamanca.

En este precioso y confortable hotel recalaron nuestros huesos después de una agitada travesía desde Madrid, camino de Ávila y pasando por Béjar, Ciudad Rodrigo y ogarraz, entre carreteras tortuosas y montañosas de las laderas de la Sierra de Francia.

La Abadía de los Templarios es una ciudad hotelera de nuevo cuño formada por unas Villas construidas en el más puro estilo charro de la zona, y un Hotel-Castillo de arquitectura interior mozárabe dotado de un spa completísimo y asequible, y con unas habitaciones (especialmente la Suite Imperial, en la que tuve el placer de pernoctar como regalo sorpresivo de mis hijas) muy bien acondicionadas y confortables: es, sin duda, un referente imprescindible para dejar que la magia de Las Batuecas cale en el alma soñadora del viajante.



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Hotel Abadía de los Templarios y Vistas del Hotel-Castillo



La Alberca, en el corazón de la Sierra de Francia, fue el primer pueblo de España declarado Monumento Histórico Artístico, y constituye, sin duda, un lugar paradisíaco en donde perderse por sus angostas callejas empedradas sombreadas por edificios medievales entre maderas y piedras de siglos.

Caminos de Las Batuecas
que el frío de la sierra empapan:
sombras de cantos y cruces
almibaradas de siglos.

El caminante
va rezando letanías
al borde de los cerdos y las bellotas. 

Un paseo rural de media hora entre las dehesas serranas nos lleva hasta la mismísima Plaza Mayor de La Alberca, donde degustamos, en el Restaurante La Catedral, un magnífico almuerzo al más puro estilo charro.

¡Qué pena que los famosísimos botos camperos de la zona, antaño realizados por los hermanos José y Zoilo, de Mogarraz, ahora los tengan que traer desde Valverde del Camino, en la lejanísima Huelva!



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La Alberca y Calles de La Alberca



Mogarraz, a solo 7 kilómetros de La Alberca, es otro de los pueblos señeros de la serranía: también declarado Monumento Histórico Artístico se caracteriza por sus construcciones de tres pisos con entramados de madera y voladizos airosos.

Sus calles, con olor a leña de encina y aire romántico, comienzan en la Fuente del Humilladero y confluyen, estrechas y enigmáticas, en la Plaza Mayor, bordeada por la Iglesia de la Virgen de las Nieves.

Imposible no detenerse en la tienda de J. Calama a mercar los famosos embutidos de la zona: jamón ibérico de bellota, lomo ibérico de bellota y un variado surtido de salchichones, chorizos y morcillas del más exquisito cerdo negro de los campos charros.

La noche, que es noche serrana y calma, cae en las calles de Mogarraz mientras el pueblo se queda solo y silencioso, sin duda aguantando la crisis económica que también se ha dejado caer por el turismo de estos lares.



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Plaza Mayor de Mogarraz y Tienda de J. Calama



De vuelta a casa, una parada imprescindible en el Mirador de la Peña de Francia –rozando cielos y nubes, divisando campos y sierras-, un sabroso cocido en el famoso pueblo de Tamames –donde el cerdo salmantino se hermana con los garbanzos de Fuentesaúco (Zamora)- y un receso obligado en Salamanca, siempre distinta y brillante, siempre antigua y juvenil, siempre majestuosa y cercana.

Como es domingo la Universidad huele a libros parados y Fonseca a tunos en vacaciones, o, quizás, a jovencitos con sus portátiles en el área wifi de cualquier cafetería cercana a la Plaza Mayor, donde el sol recrea batiburrillos de colores diversos entre los estudiantes ociosos.

El gótico flamante de su Catedral nos saluda antes de cruzar el mágico Tormes, ahora crecido por las lluvias invernales.



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Catedral de Salamanca y Plaza Mayor - Salamanca



Y un sabor a lágrimas nos acompaña en un viaje que el amor y el cariño convirtió en “imperial” e inolvidable…


Luis E. Prieto
La Alberca. Salamanca. España
Febrero-2009

(Fotografías del autor)





 

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