Hace unos días se cumplió un año desde que retomé mi vida
laboral. Abandoné, porque no me quedó más remedio, mi vida
contemplativa basada en ‘no tener que hacer nada más que
preocuparme por mí misma’, que a su vez consistía en
escribir hasta el alba, emborracharme varios días por
semana, pasear hasta que se me cansaba el cuerpo y soñar
hasta que se me agotaba el alma.
Como digo no tuve por más que buscar trabajo porque, aunque
ese tipo de vida es productiva (en el plano personal), no te
da de comer y me tengo que alimentar todos los días. Cansada
de echar currículums y rozando ya el límite de mi paciencia,
esperanza y buenos augurios, finalmente tuve que recurrir a
los viejos amigos para encontrar un nuevo hueco en el
mercado laboral. Agaché la cabeza, sí, tuve que aceptar un
sueldo miserable por miedo a no encontrar ninguna oferta
más. Me tragué mi orgullo y empecé a trabajar en un
semanario nada más y nada menos que de ¡¡¡¡ECONOMÍA!!!! He
de decir que por aquel entonces mi conocimiento acerca de
este apasionante mundo era más o menos que 2 más 2 son 4. La
desesperación es lo que tiene, no te queda más remedio que
adaptarte a las circunstancias. Fui humilde y le dije a la
persona que me entrevistó que nunca había participado en un
proyecto de esas características. Más que nada porque el
mundo de la economía es muy complejo y enseguida se me iba a
notar que Dios no me había dotado precisamente con el
talento para los números…
A mi entrevistador no le importó, así que a los pocos días,
Mónica Alonso, se había convertido en redactora económica.
Mis amistades alucinaban con esa decisión. De sobra es
conocido que mi alma de soñadora no estaba hecha, en
principio, a un mundo tan cuadriculado como es el de la
economía. Y como encima tengo esta suerte (o desgracia),
nada más aterrizar en mi nuevo puesto de trabajo la
coyuntura económica a nivel mundial empezó a caer en picado…
¿Fui yo la causa de tan mala suerte a escala internacional?
Claro está que no. Pero, claro, no pude elegir yo mejor
momento para aprender a saber de sectores, fluctuaciones,
desaceleraciones, recesiones…
Como decía al principio, ha pasado un año desde mi
incorporación al periódico. Y he de decir que no se me da
mal del todo. De hecho, creo que hasta estoy bastante bien
considerada dentro de mi entorno. Claro está, no estoy
preparada para hablar de macroeconomía ni de planes
financieros, ni medidas para salir de la crisis. Pero sí que
he dado otro punto de vista a la economía: los conocidos
como ‘temas praditos’ o ‘praditemas’, aquellos más ligth
relacionados con la industria cultural, ferias, congresos y
demás asuntos de interés (para mí y para los demás). Es
cierto que he tenido que ajustarme a ciertas normas y
vocablos antes desconocidos para mí, que mis estupendos
titulares dejaron de serlo dentro de la cuadrícula económica
y que he tenido que pasar por el aro en muchos aspectos.
Pero he encontrado el hueco y estoy hasta a gusto en este
entorno.
Ni qué decir tiene que he aprendido en este año más que en
el resto de mi, de momento, corta experiencia laboral. No sé
si este aprendizaje me servirá en el futuro porque no creo
que esté siempre aquí trabajando. Sin embargo, he de
reconocer que mi faceta de ‘Praditos’ (como cariñosamente me
llaman mis compañeros) tiene muchas cosas buenas. Lo
primero, mis compis; el formar parte de un proyecto serio
basado en el rigor, el segundo; y el saber que me puedo
adaptar a todo y escribir lo que sea y de lo que sea, lo
tercero.
Me conozco más, he aprendido a conocer mis límites, lo que
me gusta y lo que no. Mis defectos, mis virtudes y que el
moñeo para mí no es una posibilidad más sino una realidad…
No me lo esperaba, nunca lo pensé ni me lo imaginé. Y para
mis amigos (y en el fondo para mí), en el fondo es todo un
hito el que Mónica viva de la economía y se haya convertido
en la tan afamada ‘Praditos’.