“Comprímase
pa que vean que bailamos yo y usté
en un cacahué.” Carlos Arniches
Arniches fue un madrileño de residencia y vocación. “No soy
madrileño –nos contaba Carlos Arniches-. Nací en una vieja y
amada ciudad levantina, pero en esta villa insigne ha vivido mi
juventud sus horas de lucha y de alegría, y ella es, por tanto,
mi pueblo de adopción”. Su obra teatral puede considerarse
continuadora de la de Ramón de la Cruz y Ricardo de la Vega.
Arniches llega a ser indiscutiblemente el maestro de los
sainetes contemporáneos e inventó un nuevo género: la
tragicomedia o “tragedia grotesca”.
El amor del público hacia la obra de Arniches y el respeto que
inspira su figura llena de honestidad, dignidad y entereza no
cesan jamás. “Soy un trabajador infatigable –decía Arniches-.
Presumo de esto con cierta razón. Estoy en el yunque desde los
catorce años. Al principio, de dependiente de comercio; luego,
de aprendiz de periodista, y, y por último, desde los dieciocho,
de autor cómico”.
Carlos Arniches y Barrera nace en Alicante el 11 de octubre de
1866. Hijo de un modesto empleado de una fábrica de tabaco.
Después de los primeros estudios, y, muy joven todavía, marcha a
Barcelona. En esta ciudad trabaja en comercios, escribe versos y
hace algo de periodismo. En 1885 se traslada a Madrid, y tras
unos comienzos difíciles, consigue estrenar por primera vez, en
el teatro Eslava, en 1888, su obra Casa Editorial. En 1894 se
casa con Pilar Moltó. Hombre de hogar su vida familiar se
caracteriza por su intensa afectividad. Su última obra fue Don
Verdades (1944), estrenada póstumamente. La muerte le llega a
Carlos Arniches a causa de una angina de pecho, en la madrugada
del 16 de abril de 1943.
Arniches gozó de una inmensa popularidad entre el público. Fue
el sainetero de la época que llevó a escena el casticismo
madrileño mediante unas caricaturas que tienen por objeto la
mera risa o desarrollan temas dramáticos o melodramáticos; en su
imitación y reflejo de la vida popular, cuyo lenguaje emplea con
maestría, hay varias “tragedias grotescas” nacidas de una
actitud crítica respecto a la realidad, con una gran carga de
ilusión humanista.
En 1898 logra su primer gran triunfo con El santo de la Isidra,
sainete lírico de costumbres madrileñas. Vienen después los
éxitos de El puñao de rosas (1902), Las estrellas, El pobre
Valbuena (1904), Alma de Dios (1908) y El amigo Melquíades
(1914); la comedia de costumbres tiene su mejor exponente en La
señorita de Trevélez (1910); la tragedia grotesca cuenta con
¡Que viene mi marido! (1918),.Los caciques (1920), La chica del
gato, Es mi hombre (1921), El último mono (1926), El solar de
Mediacapa (1928), El señor Badanas (1930), La diosa ríe (1931),
Yo quiero (1936) y El tío Miserias (1940), y el melodrama está
representado por La sobrina del cura (1914).
El teatro popular de Arniches, es un heredero legítimo de
Galdós. En los diálogos en prosa o en verso de Arniches,
encontramos lenguaje vivo popular. Este escritor, este poeta,
creador del lenguaje popular, hizo todo lo contrario de lo que
hace el escritor, el poeta, cuando se apropia formas del
lenguaje común.
Su popularidad no siempre fue acompañada de la debida valoración
literaria. Acaso, por ello, sorprendió más que, en cierta
ocasión, Valle-Inclán, afirmase que Alma de Dios era su obra
teatral preferida de aquel tiempo. Federico García Lorca decía:
“Carlos Arniches es más poeta que casi todos lo que escriben
teatro en verso actualmente”. “Y así, Arniches, escritor popular
y popularista -decía Pedro Salinas- procedente del sector de
autores teatrales puros, ha ingresado hoy en el rango de
estimación literaria que antes se concedía sólo a esos otros
autores de procedencia letrada y culta, y figura sin adjetivo
alguno de origen, en la primera fila de nuestros dramáticos
contemporáneos”. Y, por último, Ramón Pérez de Ayala nos dijo:
“El señor Arniches ha producido verdaderos arquetipos de obras
maestras”...
Y volvamos a Arniches: “Tan tranquilo estoy en mi modesta
butaquita, que yo me permitiría decir a todos: ¡Señores, cada
cual a su asiento!. Es lo justo y lo razonable, porque piensen
ustedes que, al fin, cuando el espectáculo de la vida termine,
hemos de ir a otro donde no hay manera de sobornar al
acomodador, porque el acomodador es el Tiempo, que no tiene
amigos, y que ha de colocar a cada uno, sin apelación, en el
sitio que merezca”.