La novedad de Sklovski introduce un criterio que tiene fértiles
consecuencias en la escritura poética y que pueden ser
rechazadas, pero nunca sometidas a juicio de valoración por
parte de quienes no lo toleren. Se trata del extrañamiento ante
lo no conocido.
Es un proceso de desautomatización que ya empieza en la metáfora
y la sinestesia, aunque no es necesario que abunden estas
figuras en el texto.
Acostumbrados como estamos a percepciones automatizadas, es
decir, que no aportan novedad alguna y son por ello carentes de
emoción, urge que los objetos sean vistos como extraños, de ahí
que este proceso de percepción redunda en la presentación y no
en la percepción misma. Por ejemplo, si tradicionalmente se dice
que “el mar está furioso y rompe su oleaje en las rocas”, el
poeta formalista dirá que “el mar rompe sus cadenas de oleajes
en la cárcel de las rocas”. Si lo vemos detenidamente, tampoco
es mucha innovación. Extrememos la expresión: “Encadenado el mar
a su oleaje, se astilla en la prisión de la roqueda”.
Tendríamos que extremar el artificio y llegar a una
desaumatización mayor. Diríamos entonces: “Tren de agua y
espuma, el tren que descarrila entre las rocas”. Puede parecer
barroquismo rebuscado, pero es un intento de romper el
conformismo léxico.
Sea como fuere, lo importante es que el lector observe cómo se
rompe la monotonía de la expresión y obtiene el beneficio de una
impresión distinta en el ejercicio de la lectura. No se olvide
que no se está leyendo un texto informativo, ensayístico, o
incluso narrativo. Lenguaje que “transporte” a otros mundos, o
bien que nos revele verdades universales: entre el aforismo y el
deslumbramiento verbal. Lo demás, creo honestamente, que es
divagación tanteadora, búsqueda meritoria a la que hay que
seguir animando.
De asumir la técnica del estilista ruso, no nos atreveríamos a
escribir poesía pensando que nuestro talento no vaya más allá
del verso convencional y carente de emoción. Escribir, por
tanto, para Sklovski es crear. Con ello coincide Óscar Wilde
cuando viene a decir que en literatura no hay nada más
interesante que crear.
Si en el futuro la tesis del formalista alcanzase popularidad
entre los poetas, todo el pasado poético hasta el momento que la
moda acuñe el estilo desaumatizador, quedaría como una hermosa y
venerable arqueología para estudio y no como un conjunto de
incentivos para aprender a hacer poesía, ya que, con excepciones
de ciertos poetas en ciertos momentos de “gracia poética”, como
vendría a decir Guillermo Díaz-Plaja, todo el quehacer literario
está automatizado con un lenguaje previsto por el lector sin
posibilidad de entusiasmo en el devenir de la lectura, si nos
atenemos a la exigencia estilística mencionada.
Habrá quien invoque la necesidad de comunicación por encima del
estilo, pero hemos de recordar aquel verso de Mallarmé, uno de
los padres de las vanguardias:
"La chair est triste, hélas, et j'ai lu tous les livres."
En unos tiempos en los que parece que todo está dicho, pidamos
al lenguaje que nos ofrezca la experiencia con otros trazos
verbales, como un cuadro de un paisaje presentado con
sorprendentes colores y matices que nos vuelvan a enamorar de
nuevo de la lírica.