Él. Hace una hora que te estoy llamando ¿dónde te habías metido?
Tú siempre tienes tiempo para los otros, nunca para mí. Te
encargué la revista y te olvidaste de comprarla, y ya salió el
número 20 ¿cómo haré para conseguir el 19? ¿Y la leche de soya y
el jugo de arándano?
Ella. Muy bien, soy culpable de todo eso pero ahora ¿para qué me
llamabas?
Él. Para darte un beso.
(Se dan el beso.)
Ella. Ay, qué loco. Ay, qué lindo. Pero si todo era una broma.
Te traje el número 20 de la revista recién aparecido y también
pude conseguir el 19. Te traje la leche de soya y el jugo de
arándano…
Él (revisando las bolsas del súper) Está todo. ¿Por qué me
trajiste todo? ¿Por qué? Si sabes que no soporto que las cosas
me salgan bien. Que estoy hecho para sufrir…
Ella. Basta, basta, eres un pendejo que dice pendejadas. Así que
cállate. Voy a cambiar el foquito de la cocina, se quemó y, si
no lo arreglo, te quedarás sin cena.
Un par de minutos después, mientras Él duda si comenzar la
lectura de la revista por el número 19 o el 20, un grito, más
bien un alarido, cruza el aire. Él comprende de inmediato: ella
se ha electrocutado al cambiar el foquito de la cocina. Y corre.
Pero no hacia el interruptor sino hacia Ella y la abraza.
Ambos mueren carbonizados, qué bueno, las cosas no pudieron
haber salido peor, Él la amaba hasta la locura.