Amigos de IslaBahía, les escribo para compartir con ustedes y con
los amigos de la revista Arena y Cal, este libro que acabo de
publicar junto a mi amigo el escritor Adolfo Marchena. Desde hace un
año nos solemos reunir en una cafetería de la ciudad a tomar café y
conversar sobre lo humano y lo divino. En una de esas tertulias
surgió el proyecto que ahora se ha materializado bajo el título: “La
Mitad de los Cristales”. Son textos breves, sugerentes invitaciones
a la reflexión ética y estética, al amor descarnado, a las
poliédricas postales de la soledad, al humor herido. Creo
sinceramente que recoge lo mejor de cada uno de nosotros (en mi caso
no es decir mucho). Lo hemos hecho casi en su totalidad: contenido,
diseño, maquetación… Sólo hemos contado con la editorial Bubok
(sello donde hemos publicado) para la gestión del ISBN. Ha sido una
experiencia nueva y estimulante. Ellos no hacen tirada previa.
Editan según se hacen los pedidos. Aparte de algunas librerías
locales, la comercialización se realiza exclusivamente a través de
Internet:
“La mitad de los cristales” se derrama en la escena, la reflexión
estética y el regate en corto. La afinidad de dos colegas que se
debaten con la palabra, queda plasmada en estos ciento catorce
textos, cada uno asomándose a las fuentes que refrescan su
literatura y estilo personales.
En palabras del escritor y articulista Juan Planas Bennásar: “En sus
textos, a ráfagas, la poesía y la prosa apenas se distinguen: se
anudan como en un abrazo y una metáfora. La cópula une, pero también
multiplica. No me cuesta creer en ese milagro ni soñar que la
cafetería de Vitoria, donde nace su creación, existe, en cualquier
otro lugar cuando uno se sabe, siempre, en la frontera o más allá:
en terreno de nadie. Ese territorio virgen no podrán ocuparlo, jamás
los de siempre. Los bárbaros”.
Un abrazo
Luis Amézaga
Portada y
Contraportada
Dos textos del libro “La Mitad de los Cristales”
Medias
El escritor observa a través de la concavidad de las medias. Un
bosque lejano en la ribera de la barra. La mujer que ojea una
revista. Ruido en la esquina del tránsito. Las marionetas han dejado
de bailar y beben cerveza caducada. El hueco que deja la tapa de la
alcantarilla se torna entrada de un hormiguero. Las medias cubren
los abismos, las piernas de seda de una mujer morena. El escritor
desvía la mirada y se adentra en la jungla de su cabellera, pintura
acrílica. En la distancia de los corceles enlutados. El negro de la
noche y los vestidos de novias descontentas. Cualquier acercamiento
a la conversación revela un trance. Mirar no deja de ser un gesto
oneroso. El escritor regresa a las páginas y la mujer morena
desaparece entre el cutis de las medias.
Parte de la misma tajada
Las líneas discontinuas de la carretera nos leen el futuro. Somos
tan frágiles que no guardamos una copia de seguridad. ¿Me llamabas?
Quién eres tú. Soy yo mamá. Mi hijo era mucho más guapo y más alto y
vestía con elegancia. Mira, llueve. No, son lágrimas, mamá. Qué hago
aquí. Estás en casa, conmigo. ¿Ya lo sé, te crees que me he vuelto
loca? Ven que te peine. Que me peine la niña. En esta casa no hay
niñas, ya no. Berta tiene cuarenta años y vive en Valencia. Quién es
Berta. Tu hija, mamá. Deje de llamarme mamá, impostor. La mente da
vueltas en busca de una pista fiable. Tortura es sufrir sin saber
quién sufre. No es posible la muerte digna cuando se deriva de la
vida autómata. Bebe, mamá. Me quieres envenenar. No digas bobadas.
Un rayo de sol y deja de prestar atención a las caricias. Allá que
se van sus ojos para perderse sin remedio. Los gatos son menos
indiferentes a lo humano. Pero también les gusta la luz que
calienta. En qué soñará su madre, piensa mientras tira el pañal
sucio. Se está volviendo, a pesar de las apariencias, en un ser
amargado. Su madre está desaparecida en un laberinto y él ha
hipotecado una posibilidad de vida, la que fuera. Dos por el precio
de uno, murmura cuando acaban de dar las señales horarias en la
radio.