Por estas fechas, coincidentes con el día mundial del libro y
del derecho de autor, el libro suele salir a tomar el aire por
las calles del viento, en busca de unos ojos lectores y de unos
labios bebedores de diálogos. Aceptar por testigo el abecedario
del silencio, en un mundo ruidoso hasta los dientes, tiene su
dificultad. Por muchos libros que se vendan, sobre todo porque
visten muy bien una casa, el ejercicio de la lectura no está
asegurado. Leer nos regala compañía, libertad para ser uno mismo
y ser más. A los resultados diarios me remito. Lo que desde la
sociedad se percibe son riadas enfermizas de soledades, gentes
que no son ellas. Téngase en cuenta, que, a mi juicio, uno es lo
que es, por lo que ha meditado de los libros (en plural).
Resérvate del ciudadano de un solo volumen. Aún es complicado
hallarse con lectores de cabecera, dispuestos a no negarles la
mirada a ningún libro, para conducirse después en la vida sin
que le conduzcan. Precisamente, para este año, la Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO) sugiere que sea explorado el rol del libro en
el desarrollo de una educación de calidad y sobre el enlace
entre libro y derechos humanos.
En una educación de calidad los libros son fundamentales, no es
posible caminar sin haber injertado pensamientos en la mente, se
precisan para aprender a conocer, a convivir, a reflexionar, a
ser ciudadano que genera no sólo conocimientos, también
actitudes y valores para transformar las sociedades
deshumanizadas e insostenibles en sociedades humanizadas y
sostenibles. Si un hábitat sin libros es un hábitat sin
decencia, un ser humano poco leído es un ser sin visión. ¿Habrá
algo más necio que permanecer en la ceguera? Evidentemente, si
la docencia mal entendida y la absoluta falta de control y
autoridad docente, son algunos de los muchos factores que pueden
incidir negativamente en la calidad educativa, unas disciplinas
que no propicien la lectura son igual que una siembra sin
lluvia. Todo está en los libros, dice un viejo adagio. Es
cierto, de todos los libros se pueden sacar reflexiones. ¡Y qué
bien se está en el jardín de los libros!
Sobre el punto de encuentro del libro con los derechos humanos;
ambos constituyen un todo integrado, que al fin y al cabo tiene
como base común la afirmación de la dignidad de toda persona, la
capacidad de discernimiento. Como alguien dijo: vale más un
minuto de pie que una vida de rodillas. Todos los derechos que
son necesarios por naturaleza para el desarrollo de la persona
en su totalidad, se hacen reales en la familia del modo más
eficaz, pero también en los centros educativos. Son los libros,
por su propia semántica, quienes nos hacen libres, sus
habitaciones están impresas de humanos derechos y obligaciones.
Sin duda, pues, tanto el afán por la lectura como el desvelo por
la dimensión educativa adquiere hoy, en la era de la
globalización, una importancia particular. La educación en el
respeto a los derechos de la ciudadanía, la transmisión de esos
derechos en los libros, implicará naturalmente la creación de
una verdadera cultura de los derechos humanos, necesaria para
que la convivencia y la cultura de la paz, sea algo más que un
buen propósito, haciéndose realidad.
A mi manera de ver es importante acentuar el papel que juegan
sobre el libro determinados gestos, tales como la capitalidad
mundial del libro, un título anual que otorga la UNESCO a una
ciudad en reconocimiento de la calidad de sus programas para
promover la difusión del libro, fomentar la lectura y la
industria editorial. Este reconocimiento fue creado en 1996 y se
comenzó a otorgar desde el 2001. Revelan e incentivan lo
saludable que son los libros para llegar a comprenderse. Beirut
es la novena ciudad designada Capital Mundial del Libro (2009),
después de Madrid (2001), Alejandría (2002), Nueva Delhi (2003),
Amberes (2004), Montreal (2005), Turín (2006), Bogotá (2007) y
Ámsterdam (2008).
El futuro del libro es presente y, en cuanto al derecho de
autor, es cuestión de justicia. A pesar de otros medios, como
las redes audiovisuales y electrónicas, la obra impresa,
manuscrita o con grafías de diferentes tipos en una serie de
hojas de papel, pergamino, u otro material, encuadernadas y
protegidas con tapas, constituye un instrumento excepcional, en
el que no cabe sustituto alguno, a favor de la expresión de las
identidades culturales. Por lo tanto, es menester empeñarse sin
desmayo en avivar a los nuevos valores del pensamiento, sin
obviar a los clásicos que jamás se pasarán de moda, fomentando
la industria editorial, que es tan importante como la industria
alimenticia. El libro, que ha de ser patrimonio de todo el
mundo, debe ocupar un lugar honorífico y privilegiado, si en
verdad queremos avanzar hacia una sociedad más independiente y
más justa. Hay que perpetuar estas voces impresas como legado de
humanización. “¡Cuánta confianza nos inspira un libro viejo del
cual el tiempo nos ha hecho ya la crítica!” –dijo Russell.
Ciertamente, por muy pretérita que sea la obra escrita, cuántas
veces decidirá hasta el curso de nuestras vidas, nos dará valor
y nos hará valer como personas. Naturalmente, a solas con un
buen libro es la mejor receta para crecer en compañía y menguar
las soledades. Por probar no pasa nada. No tiene efectos
adversos.