ENRIQUE BARRERO RODRÍGUEZ
Liturgia de la voz abandonada
CajaSur, Córdoba, 2008
Recibo un pequeño libro de sonetos de Enrique Barrero Rodríguez
(Sevilla, 1969), poeta al que ya conocía epistolarmente, y al
que tuve la fortuna de conocer en persona cuando vino a la Isla
de San Fernando a recoger en octubre pasado el premio del
Círculo de Artes y Oficios en el centenario Casino.
Si nos atenemos a los antecedentes del soneto como ballesta para
lanzar los dardos emocionales en materia religiosa, acuden a
nuestra mente autores de buen tino en la diana de la convicción:
Blas de Otero y Javier de Bengoechea, además de otros poetas y
poetisas que en los años cincuenta casi agotaron un filón de
religiosidad literaria de época.
Enrique Barrero escribe en otros tiempos en los, como bien nos
da a entender el título de su libro, el tema de Dios está como
sacado de un desván. Hemos de aceptar que un tema profundo
nacido de un anhelo íntimo de búsqueda y compenetración, no
repara en el cómo sino en el qué. El poeta se inclina
deliberadamente por el significado sin que le preocupen los
matices del significante. El contenido predomina sobre la
preocupación del lucimiento lingüístico.
Los treinta y cinco sonetos están escritos “desde el corazón”.
En ningún momento el autor intenta seducir al lector con rasgos
innovadores dentro de la estructura cerrada que es esa estrofa.
La actitud del autor ante el tema determina el planteamiento que
va a desarrollar. La postura del poeta ante el tema es de la
menesterosidad del hombre ante lo trascendente, entre la
adhesión afectiva, la búsqueda de explicaciones con
interrogaciones retóricas, tan propias de la poesía religiosa,
así como la inmanencia de Dios en la naturaleza humana y en el
mundo. La visión de un Dios personalista inscribe esta poesía en
un contexto católico en el que el pesimismo queda muy delimitado
por una fe expectante y llena de confianza hasta la
familiaridad; de modo que considero Liturgia de la voz
abandonada como un desagravio valiente en un mundo actual en el
que valores fugaces eclipsan —inútilmente— un problema radical
como es el del sentido de la vida y su finalidad. Siempre habrá
poetas que reivindiquen ese derecho a la libertad de pensamiento
en tema tan minoritario hoy día. Barrero Rodríguez no renuncia
en ningún momento a dirigirse a Dios como lo hiciera un místico
de nuestro Siglo de Oro: con tono afectivo. (Recuérdese el
famoso soneto: “No me mueve mi Dios para quererte...”).
Sabemos que el soneto es una estructura cerrada que necesita de
un cierre perfecto para que sea convincente en el lector. Y eso
lo tiene previsto el poeta, de manera que, a la fluidez de la
exposición, sobreviene un cierre acertado, como ocurre en el
soneto que abre el poemario, a mi ver, buena carta de
presentación: ”Mi lucha, mi verdad, mi Dios cercano,/dulce Señor
del tiempo y de la herida/escribe los renglones de mi vida/con
el pulso invisible de tu mano./Mira que se hace el yugo
cotidiano/ y dispone la angustia su embestida./Mira que viene el
tiempo, ya sin brida,/ y es hoy presente lo que ayer lejano./
Claro Señor del alba y de la bruma,/borra en lienzos de mar y
blanca espuma/esta oración escrita sobre arena./Que sepa, cuando
acabe mi camino,/que si abriste tu pecho a mi destino,/por tu
amor existir valió la pena”.
Otra cualidad del verso de Barrero Rodríguez es su cuidado de no
abusar del encabalgamiento, en gran medida suave, lo que le da
al poema un cierto ritmo de serenidad e intimismo gustoso en lo
que podríamos considerar una oración, que es en el fondo este
ejercicio literario. La lectura del primero nos hace concebir
ilusión acerca de los siguientes que se suceden. Elegir uno u
otro sería laborioso, ya que el poeta adopta para los treinta y
cuatro restantes el mismo compás de diseño en cuanto a
distribución de elementos gramaticales dentro de las estrofas.
Como ya observamos a su libro Fe de vida, en anterior reseña, en
este otro Enrique Barrero también se sirve de un lenguaje
realista sin ánimo de innovación, pero muy cuidado para que su
lectura no nos haga mirar sin querer hacia el pasado poético.