LA POESÍA DE GABRIELA MISTRAL: 120 años de ternura
“¿EN DÓNDE TEJEMOS LA RONDA?”
En
las siguientes líneas esbozaremos una introducción sencilla y
breve a la poesía de Gabriela Mistral. Nuestra pretensión es
acercar a quien no la conozca los versos de esta mujer fuerte de
espíritu y generosa de corazón. Acaso prendan en el alma de
alguno de los lectores y acaso quiera seguir leyendo sus versos.
Ése es nuestro deseo, no otro.
Lucila Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, nació
en Vicuña (Chile) un 7 de abril de ahora hace 120 años, es decir
de 1889. Escogió su seudónimo en homenaje al arcángel San
Gabriel y como tributo a un viento, el Mistral.
Su poesía significa la superación del Modernismo y la búsqueda
de una nueva manera de hacer poesía, más sencilla, más directa;
aunque eso no quiere decir que la poesía de Gabriela Mistral sea
fácil o no esté elaborada; antes al contrario, es una poesía de
gran calidad, cercana a la tierra, al paisaje, con imágenes a
veces diáfanas, otras más duras y perturbadoras.
A los catorce años empezó a trabajar como maestra rural en
Temuco. Su vocación fue la de maestra de niños, a los que quiso
y amó tanto, pese a no haber tenido ninguno propio, por
distintos avatares personales. El tema de la maternidad
frustrada es recurrente en su obra:
“La mujer que no mece un hijo en el regazo,
cuyo calor y aroma alcance a sus entrañas,
tiene una laxitud de mundo entre los brazos;
todo su corazón congoja inmensa baña”.
En “Botoncito”, de alguna manera, habla de los hijos que crecen
y se van, o quizás de los sueños y deseos perdidos:
“Fue creciendo, fue creciendo
y el regazo me llenó;
y se fue por los caminos
como arroyo cantador...
Lo he perdido, y así canto
por mecerme mi dolor:
“¡Yo tenía un botoncito
apegado al corazón!”
Así,
lo mejor de su producción, o parte de lo mejor, se encuentra en
sus “Nanas” que nacieron para arrullar a todos los niños del
mundo, como había hecho su madre con ella. Gabriela Mistral
destila amor en “Apegado a mí”:
“Hierbecita temblorosa
asombrada de vivir;
no te sueltes de mi pecho:
¡duérmete apegado a mí!”
Otra Canción de Cuna que ella titula “Meciendo” nos ofrece, en
toda su sencillez y su sobriedad, una muestra de nana llena de
ternura, en donde abundan las personificaciones y se deja ver la
religiosidad de la autora al presentarnos a Dios como un padre
bondadoso que también mece a sus hijos. La transcribimos entera:
“El mar sus millares de olas
mece divino.
Oyendo a los mares amantes, mezo a mi niño.
El viento errabundo en la noche
Mece los trigos.
Oyendo a los vientos amantes,
Mezo a mi niño.
Dios padre sus miles de mundos
Mece sin ruido.
Sintiendo su mano en la sombra,
Mezo a mi niño”.
Su vocación de maestra fue rotunda y ella la expresó en versos
como:
“La maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano,
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!”
La poeta chilena, cargada de modestia, decía eso de sus nanas:
“Nacieron, las pobres, para convidar, mostrando sus pies
inválidos, a que algún músico las echase a andar, y las hice
mitad por regusto de los arrullos de mi infancia y mitad por
servir la emoción de otras mujeres...”. En “Canción de
pescadoras” escribe, dirigiéndose a una niñita de pescadores:
“Duérmete mejor que lo hacen
las que en la cuna se mecen,
la boca llena de sal
y el sueño lleno de peces”.
Su
padre fue también maestro y de él escuchó los Salmos de David y
también de sus abuela, ambos leían la Biblia de manera frecuente
y eso marcó a la escritora, así como otros autores a los que
admiró Dante, Tagore o los rusos.
Nos dice Jean Franco, en su “Literatura hispanoamericana” que
Gabriel Mistral fue “Profundamente religiosa, fue también la
poetisa de la muerte, del dolor y de la separación.
El suicidio del hombre al que amaba, cuando ella era aún muy
joven, ensombreció todo lo que llego a hacer o escribir,
exceptuando sus poemas infantiles”. Ese amor trágico le inspiró
los poemas de “Desolación” (1922) y frustró, como ya se ha
dicho, su posible maternidad, dejándola huérfana de hijos.
Gabriela Mistral fue una mujer muy comprometida con su tiempo y
que siempre estuvo al lado de los humildes. Su compromiso la
llevó a representar a Chile en el Comité de Cooperación
Intelectual de la Liga de Naciones. En 1922 trabajó con los
intelectuales más importantes de Hispanoamérica, a raíz de un
proyecto mexicano, y eso la llevó a viajar por Estados Unidos y
Europa. Ocupó, asimismo, distintos cargos en Chile, Europa y
Estados Unidos.
En
1945 recibió el Premio Nobel de Literatura, gracias a sus tres
grandes libros, “Desolación” (1922), ya mencionado, “Tala”
(1938) y “Lagar” (1954). El resto de su producción permanece
dispersa y, de alguna manera, merecería un estudio y una
organización. Su “Poema a Chile”, por ejemplo, fue publicado
póstumamente. Comenta Jean Franco que Gabriela Mistral, por
formación, pertenece al S. XIX: “Fue la mujer del corazón, de
los hijos, de la fe religiosa. Pero se vio obligada a vivir en
un mundo moderno; se le negó la plenitud “natural” como mujer, y
por eso su poesía es una consecuencia de la frustración”, que
quizá entrevemos en “Todas íbamos a ser reinas” en donde repasa
a sus amigas de la infancia y los deseos que quedaron en nada o,
al menos, no en lo que deseaban. De ella misma dice:
“Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.
En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad”.
La califica de poeta sencillista, pero sin menospreciarla, ya
que insufló un nuevo aire a la poesía puesto que, y seguimos a
Jean Franco: “... utiliza metros y formas tradicionales y su
vocabulario es una modalidad ennoblecida del habla corriente,
pero ensancha el horizonte de la poesía hispanoamericana e
introduce nuevos temas”. “Canción del maizal” puede ilustrar
este punto ya que es un poema llena de imágenes, aparentemente
infantiles, aunque con un trasfondo adulto:
“Las mazorcas del maíz
a niñitas se parecen:
diez semanas en los tallos
bien prendidas que se mecen.
Tienen un vellito de oro
como de recién nacido
y unas hojas maternales
que les celan el rocío.
Y debajo de la vaina,
como niños escondidos,
con sus dos mil diente de oro
ríen, ríen sin sentido...”.
A Gabriela Mistral le preocupaba el destino de Hispanoamérica y
trabajó para clarificarlo. De este modo impartió conferencias,
cursos y también ocupó cargos diplomáticos, sin dejar jamás su
actividad poética. Gabriela Mistral se inspiraba en la
naturaleza, en los paisajes, pero también en las personas y,
sobre todo, en los niños. Sirvan como ejemplo estos versos de
“¿En dónde tejemos la ronda?”:
“¡Haremos la ronda infinita!
¡La iremos al bosque a trenzar,
la haremos al pie de los montes
y en todas las playas del mar!”
O estos otros de “Todo es ronda”:
“Los ríos son rondas de niños
jugando a encontrarse en el mar...
las olas son rondas de niñas
jugando la tierra a abrazar”.
Como dicen Antonio Rubio y Federico Martín Nebras, en “Gabriela
Mistral. Selección poética”: “...escribía sobre las rodillas, de
mañana o de noche, nunca en cuarto cerrado, afirmándose siempre
en un pedazo de cielo o en las copas de árboles. Perseguía el
ritmo de los ruidos de la naturaleza, que para ella tenían un
origen primigenio en las primeras canciones maternas, las de
cuna” y añaden que: “Escribe una prosa coloquial, graciosa,
profunda, de gran interés”. Su poesía sabe, tiene gusto, es
aromática y especiada, es una poesía de los sentidos, sin duda.
“Ronda de los aromas” es un excelente ejemplo:
“Albahaca del cielo
malva de olor,
salvia dedos azules,
anís desvariador.
Bailan atarantados
a la luna o al sol,
volando cabezuelas,
talles y color”.
Lo mismo sucede en “Ronda de los colores” en donde sus palabras
se llenan de todos los matices cromáticos en un juego brillante
que sirve para que los colores bailen:
“Azul loco y verde loco
del lino en rama y en flor.
Mareando de oleadas
baila el lindo azuleador”.
Murió en Long Island el 10 de enero de 1957, pero sus restos,
como ella deseaba descansan en Montegrande (Chile).
Gabriel Mistral gustaba de concatenaciones y juegos de palabras
sonoros como leemos en “La Manca”:
“Que mi dedito lo cogió una almeja,
y que la almeja se cayó en la arena,
y que la arena se la tragó el mar.
Y que del mar la pescó un ballenero
y el ballenero llegó a Gibraltar...”
También amaba las costumbres, los juegos locales y las
tradiciones de su continente como nos cuenta en su graciosa “La
cajita de Olinalá”.
Gabriel Mistral, ya lo hemos dicho, no fue nunca madre y eso le
pesó, no obstante sus mejores poemas parecen escritos por una
madre como “Miedo”:
“Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.
Se hunde volando en el cielo
Y no baja hasta mi estera;
en el alero hace nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan”.
La ternura y la gracia son las aliadas de nuestra poeta que, sin
ir más lejos, escribe en Doña Primavera:
“Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:
Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación”
La poesía de Gabriela Mistral ha de leerse y paladearse, por sus
forma, por su brillo, pero también por su mensaje que es, como
el final de “Estrella de Navidad”:
“Como que el camino enciende
y que nos arden las trenzas,
y todas la recibimos
por arde toda la Tierra”.
-Bibliografía:
.Franco, Jean: “Historia de la literatura hispanoamericana”,
Barcelona, Ariel, (4 1981). (Letras e Ideas. Instrumenta).
.MISTRAL, Gabriela: ”Selección poética”. Ilustraciones Paloma
Valdivia. Selección y biografía: Antonio Rubio y Federico Martín
Nebras. Vigo, Faktoría K de Libros, 2209, “Trece Lunas”.
. MISTRAL, Gabriela: “Ternura”, Buenos Aires, Espasa-Calpe,
1952.
.REVIEJO, Carlos; SOLER, Eduardo: “Canto y cuento. Antología
poética para niños”, Madrid, SM, 1997.
.VARIOS: “Libro de nanas”, Valencia, Media Vaca, 2004, (Libros
para Niños). Ilustraciones de Noemí Villamuza.