Llegó el mes de julio. El mes de mi cumpleaños. No es que me
emocione ese día especialmente. Todos los años es lo mismo:
llamadas de todos los familiares y amigos (cargadas de los
mismos deseos de siempre, las mismas frases, los mismos
chistes malos), tirones de orejas (por los cuales mis orejas
enrojecidas si pudieran hablar pedirían auxilio
desesperadamente), regalitos (libros, bolsos y zapatos casi
siempre) y demás tradiciones típicas relacionadas con las
onomásticas.
Con todo esto no quiero resultar desagradecida, de hecho,
sería bastante infeliz si nadie me llamara ese día, mis
orejas presumieran de su blancura característica y no
recibiera ni un triste regalo de las tiendas del todo a
cien. Siempre echo en falta alguna llamada (del que siempre
falta a la cita, pero es un tema que ahora mismo no procede)
y nunca pasan las cosas tal y como yo las había soñado.
Quizás es por eso que no me gusta el día de mi cumpleaños,
porque soy demasiado soñadora para conformarme con lo que se
conforma el resto de la humanidad. O, tal vez, más egoísta,
según se mire.
Pero este año todo será distinto. Es más, lo está siendo ya.
Y hay una razón vital por la que supongo que recordaré esta
fecha: el 22 de julio (los dos patitos) es mi TRIGÉSIMO
CUMPLEAÑOS. Sí, es cierto, aunque me parezca mentira y mi
cara aniñada pretenda demostrar lo contrario. Lejos queda ya
cuando con 15 soñaba cómo sería mi vida cuando cumpliera los
30. Ingenua de mí los veía tan lejos que pensaba que iba a
alcanzar muchas más cosas de las que me ha dado tiempo a
realizar. Hasta sentía que con la treintena las personas
eran ya viejas, responsables y con poco más que hacer en la
vida. Ignorante de mí.... Ahora siento (o pretendo sentir)
que soy aún una pipiola y que, por supuesto, me queda mucho
camino por recorrer en este camino que es la vida.
Lo malo es que, aunque una no quiera, el hecho de pasar de
una década a otra, te da que pensar… Hace ahora un año, a
punto de cumplir 29 y de disfrutar mis últimos meses de
veinteañera, la situación era diferente: no es lo mismo
decir ‘veinti’… que treinta. Se siente uno más maduro, ya
eres toda una mujer, el reloj biológico cada vez hace tic
tac más deprisa… Definitivamente, la perspectiva de todo es
distinta. Lógicamente, también te das cuenta de que los años
pasan y tú sigues igual (mileurista y gracias, soltera
empedernida y un largo etcétera).
Y de repente, las carnes se bajan, nada está en su sitio,
descubres entre tu melena negra la primera cana (digo una
porque lo he revisado pelo por pelo y sí, gracias a Dios, se
trata sólo de una), surgen los primeros achaques de salud,
beber alcohol ya no es lo mismo que antes (y las resacas
tampoco)…Cada día me identifico más con Bridget Jones: tengo
tripa (pero jamás me embutiría en una odiosa braga faja, una
tiene sus principios), cuento los cigarrillos que me fumo
(pero no me sirve de nada porque sigo fumando como una
carretera), las copas que me tomo (últimamente demasiadas) y
voy regularmente al gimnasio. Incluso sigo un régimen (que
por supuesto me salto los fines de semana). Todo ello para
olvidar, o al menos intentarlo, que los temidos 30 están a
la vuelta de la esquina…