Rincón de la Poesía

Rosa Juan Mena
San Fernando



  



 
 

MARES GALANTES PARA AMARTE, OH GADES
 

I

Playa de la Cortadura


Mar de la playa de la Cortadura
de cuando aquellos años aguerridos
contra los batallones de oleajes,
corazas con sus soles refulgentes
deshechas por las móviles espadas
de las brisas, viragos en las olas
como a lomos de líquidos corceles,
estruendo de los bores que se agolpan
en la alta mar, el campo de batallas
con espumas versátiles por sangre,
con la quieta pleamar como victoria
y resplandores áureos por banderas
ya cuando el buque del ocaso, en llamas,
húndese en el fragor del horizonte.
Aquel muchacho que pisoteaba
tu arena, a veces con sus sierpes de agua,
empezó a amar el mar en ti, un verano
que ya es dulce postal en su memoria,
mar de la playa de la Cortadura.


I I

Playa de la Victoria


Playa de la Victoria, cuando paso
en autobús, desde la carretera,
me acuerdo de los años de estudiante.
Escapadas a tus hospitalarias
orillas donde, lentas, como perros
sosegados y dóciles, las olas
nos besaban los pies, reyes fugaces
nosotros, sin casetas como aquéllas
que como artillería de colores
listados y optimistas banderitas
estaban frente al mar sin que pudiesen
defendernos de tantos abordajes
de pleamares, y a la atardecida,
nos invadían amistosamente
con lanchas de oro viejo que volcaban
a nuestros pies lamidos por el agua,
tronchadas ya, crepusculares rosas.



I I I

Santa María

Hermana más humilde, protegida
por piedras que parecen cinceladas
por un Hércules fosco y gaditano,
Santa María, playa de estudiantes,
adonde bajan cuando necesitan
un asueto de brisas que libere
sus mentes de la férrea agrimensura
que es el estudio.
El mar aquí es suave
como en el Balneario, pero mira
hacia allí deseoso de gentío.
Solitario se siente entre los bloques,
donde rezonga sucio de sollozos
por todos los naufragios, las tormentas,
las guerras y los desaparecidos.
El mar viene a llorarte, Cádiz, quiere
que en esa historia oscura lo consueles,
lo aduermas, dulce, al pie de tus murallas,
y se apacigua cuando las parejas
trenzan miradas, besos y palabras
al calor de un idilio que enriquece
de latidos de amor el litoral
más juvenil, el de Santa María.

I V 

La Caleta


La Caleta se llena
de rumores que vienen
desde el barrio La Viña;
rumores con historias
del corazón de Cádiz;
bullicios con gracejos
y color de disfraces,
bandurrias y guitarras,
cajas, pitos y bombos,
como una pleamar
con brisas de algazaras
y de policromía
dentro de la ciudad.

¿Por qué, por qué dejáis,
gaditas de tanguillos
tan sola en esos días
a la vieja Caleta,
ella que ha sido abuela
de soles y repuntes,
con barcas acunadas
y familias alegres
bajo los quitasoles?
¿Por qué ahora olvidáis
a la blanca Caleta
que gime con cabrillas
de agua por los bajos
del palomar de sol,
que es también vigilante
de mareas azules
y guardián del Club Náutico,
y mirador que es ese
Balneario La Palma?


V

Castillo de San Sebastián


Olor a antigüedad tienen tus piedras.
Las más antiguas son, y en ellas Gades
se mira como ejemplo cotidiano
de una fidelidad que el mar le sella
con timbre de una herrumbre salitrosa.
Por esa antigüedad la marejada
se sosiega en maretas, abanicos
de espumosos y blancos escarceos,
ya trémolos suaves de murmullos,
y es porque sabe que los gaditanos,
aunque sea en las alas de los ojos,
lo mismo que felices gaviotas,
aquí vienen buscando calma azul,
bebiéndose la brisa de su origen.


V I

Punta de San Felipe


Punta de San Felipe
donde te conocí
una noche en que olía
la bajamar a isla
y la luna fue copa
de una rara tristeza.
Las palabras guardaron
sus viejas ataduras
y nuestros corazones
se miraron lo mismo
que el preso y la visita.
Era mejor así.
Después nos alegramos
y desde aquel entonces
grito es de libertad
silencioso en nosotros
acordarnos de la
Punta de San Felipe.


V I I

Parque Genovés


El mar es dinosaurio de agua que levanta
a veces su cabeza y se admira de tanto
verdor en geometría de jardines franceses
y una naturaleza tan distinta a la suya.
Aspira los olores recios y propagados
de una vegetación que su gemir ha oído
muchas veces, tal vez como un joven amante
detrás de la muralla intentando treparla
con efímeras manos de agua, con cordeles
de espuma que se rompen apenas los voltea
y salpica tus hombros, tu cabeza, y tú sigues
nada más que esperando a un príncipe de savia,
de lozanía y brillo que viene de la mano
de tu amiga anual la primavera...



V I I I

Baluarte de la Candelaria


¿A qué disparan, dime, tus cañones
imaginarios, dónde los soldados
que un día defendieron con bravura
el, con énfasis dicho, suelo patrio?
¿Oyes que te rodean sus fantasmas
como si revivieras los asaltos
y de los hechos quedan como huellas
la sangre que en los muros y en los patios
ponen como una historia no acabada
las manos de la aurora y del ocaso?
Pero el mar te consuela y te sugiere
con sus rumores en tus pétreos bajos
que él está ahí para limpiar, si quieres,
tu memoria de ayeres y borrarlos.


I X

Alameda Apodaca


Tú eres el mar tranquilo y solitario
y no oyes voces de bañistas. Sigues
con tu ida y venida de oleajes
descansándolos bajo la muralla
tal como si trajeses cargamento
del ultramar aquel de aquellos tiempos.
Se asoman las parejas a tus aguas
verdes cuando se hacinan en las piedras
y las lamen igual que si besaran
los pies de Cádiz, tal la bailarina
de los viejos romanos. Ya olvidaste
que eres mar descendiente de aquel mar
que fue padre crüel de la desgracia
en forma de gigante maremoto.
Tú eres mar de postal y te acicalas
de luna baja y de sutil neblina,
de cielos con añiles soñolientos,
y el barrio de San Carlos te agradece
ser paseo por donde se desgranan
horas salvadas de los ajetreos,
idilios nuevos y prometedores...


X

El muelle


El mar del muelle te ama de otro modo,
oh Cádiz, no es un mar de románticas señas
ni como los demás te toman la cintura
con sus manos de ocio y cabrilleos,
con tibias ventolinas estivales.
La aurora en ti amanece con manos de trajines,
con boca de palabras comerciales,
se amarra a los norais como un buque cualquiera
de los que al puerto vienen a atracar su descanso
lo mismo que un paréntesis de sueño
posado en agua oscura y grasa espesa.
Pero este mar también es necesario
como lo es el reverso en la moneda
y te puebla sus aguas de consignas,
de sonidos metálicos, de sirenas y humo
para que así tus hijos sobrevivan
en la otra fiera mar: la de la vida.

Pero todos tus mares te rodean galantes
y cortejan tu cuerpo como odalisca echada
sobre el brazo gentil de este viejo Occidente,
y sobre tanta historia que guardan tus milenios.



Premio de Poesía “Mujeres del Mar” 2003 (Cádiz)












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