La figura de Betsabé es esencial para entender la genealogía de
Cristo, puesto que fue la madre de Salomón, el cuarto hijo del
rey David; no obstante, el proceder de esta mujer es
contradictorio ya que se la conoce gracias al adulterio que
comete con el rey David. Ahora bien, los dos son culpables, más
el rey que ella, todo hay que decirlo. Sería muy machista
achacarle a Betsabé toda la carga. Si bien no se resistió, tal
vez tampoco podía haberlo hecho, ya que se trataba del rey.
La
historia nos sitúa los hechos de manera clara. David ha liberado
el territorio nacional y es rey de Israel. Después inicia la
conquista de Jerusalén y, poco a poco, va logrando la unidad
nacional que es su máxima aspiración. Domina casi toda Palestina
con las victorias sobre los filisteos, los edomitas y los
arameos.
En una de sus campañas familiares, concretamente la llevada a
cabo contra los ammonitas sucede el episodio que nos ocupa que
está descrito en 2 Sam.
David, un día, mientras su general Joab y el resto de soldados,
sitiaban la ciudad de Rabbá, se levantó de la siesta, en una
tarde de primavera, parece que era la época más hermosa en
Jerusalén, y se dispuso a pasear por el terrado de su casa para
disfrutar de la bonanza del tiempo. La casualidad hizo que,
desde allí, se viese la casa de Urías, soldado hitita, alistado
como mercenario en el ejército de David, uno de los hombres
importantes en el ejército de David. La mala fortuna hizo que
viese a una mujer hermosa bañándose y se quedó tan prendado de
ella que David, sin reflexión alguna, y tras saber que era la
esposa de Urías, pidió que la llevasen a su presencia. Betsabé
acude. David se acuesta con ella y la mujer regresa a su casa
tan tranquila, como si nada hubiese pasado:
“Al año siguiente, al tiempo en que los reyes suelen ponerse en
campaña, mandó David a Joab con todos sus servidores y todo
Israel a talar la tierra de los hijos de Ammón, y pusieron sitio
a Raba, pero David se quedó en Jerusalén.
Una tarde levantóse del lecho y se puso a pasear por la terraza
de la casa real, y vio desde allí a una mujer que estaba
bañándose y era muy bella. Hizo preguntar David quién era
aquella mujer y le dijeron: “Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de
Urías el jeteo”. David envió gentes en busca suya; vino ella a
su casa y él durmió con ella. Purificada de su inmundicia,
volvióse a su casa” (2 Samuel, 11, 1-4).
Todo
es muy rápido y los hechos se suceden de manera realista. Parece
como si el destino lo hubiese querido así. Urías estaba en el
frente de batalla, precisamente luchando por un rey que lo había
deshonrado. Y hay que añadir que David sabía perfectamente que
lo que estaba haciendo vulneraba la ley de Dios, de Yahvéh y,
pese a todo, siguió acostándose con Betsabé.
Llegados aquí cabe hacerse unas preguntas: ¿qué pasaría por la
cabeza de la mujer? ¿No pudo imaginar que si se bañaba cerca de
la casa del rey o, al menos, a su vista, podría levantar
tentaciones? ¿No imaginó que el rey quería verla para algo
deshonesto? O quizá era una mujer inocente que no creyó en la
perfidia de David. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que no se
opuso a la voluntad del rey, ni lo intentó siquiera. Y es que
Betsabé no parece una mujer de coraje, más bien se la ve débil,
no se impone a las circunstancias y se deja llevar sin
oposición, aunque sabe que está mal la traición a su esposo, la
consuma. Ahora bien, es muy rápida al anunciar al rey que está
embarazada de él –“Quedó encinta, y lo hizo saber a David ,
mandando a decirle: “Estoy encinta” (2 Samuel, 11,5)- y David
intenta que no se sepa, que pase por hijo de Urías, al que manda
volver del frente con mentiras y lo envía a su casa para que
pase la noche con su mujer y ese niño parezca suyo, no del rey.
No obstante, le sale mal la jugada. Urías no va a su casa y
prefiere dormir con sus soldados, David le insiste –“Dijéronle a
David. “Urías no ha bajado a su casa”. Entonces David le dijo:
“¿No acabas de llegar de camino? ¿Por qué no bajaste a tu casa?”
(2 Sam, 11,10) Pero Urías que es un hombre responsable y duro
sabe que en la guerra hay que guardar castidad y no va con su
mujer. No se deja convencer:
“El arca, Israel y Judá habitan en tiendas; mi señor, Joab y los
servidores de mi señor acampan al raso, ¿e iba yo a entrar en mi
casa para comer y beber y dormir con mi mujer? Por tu vida y por
la vida de tu alma, que no haré yo cosa semejante” (2 Sam, 11,
11).
David sigue insistiendo y le da más permiso, pretende
emborracharle, pero no le sale bien la jugada y opta por una
solución violenta: decide dar muerte a Urías y hacer que pase
por una casualidad: “Poned a Urías en el punto donde más dura
sea la lucha, y cuando arrecie el combate, retiraros y dejadle
solo para que caiga muerto” (2 Sam, 11, 15). Y Urías muere, no
podría ser de otra forma.
Cuando David se entera su reacción es la de un hombre calculador
y cínico: “No te apures demasiado por este asunto, porque la
espada devora unas veces a uno, otras a veces a otro. Refuerza
el ataque contra la ciudad y destrúyela” (2 Sam, 11, 25).
Betsabé guarda luto a su marido durante siete días, como era la
costumbre y, al acabar, David la lleva consigo a palacio.
Parecerá que el hijo fuese de Urías y quedará a salvo el honor
de David... o eso pensaba.
Dios, no obstante, no estaba muy de acuerdo con el crimen de su
protegido: “Lo que había hecho David fue desagradable a los ojos
de Yahvé” (2 Sam, 11, 27). Para tratar de que David entre en
razón y reconozca su culpa, le envía el profeta Natán quien, con
la célebre parábola del hombre rico que roba al pobre la única
oveja que tenía, hace que David se arrepienta al fin:
“Llegó un viajero a casa del rico; y éste, no queriendo tocar a
sus ovejas ni a sus bueyes para dar de comer al viajero que a su
casa llegó, tomó la ovejuela del pobre y se la aderezó al
huésped”. Encendido de cólera David fuertemente contra aquel
hombre dijo a Natán: “¡Vive Yahvé que el que tal hizo es digno
de la muerte y que ha de pagar la oveja por cuadruplicado, ya
que hizo tal cosa sin tener compasión!” Natán dijo entonces a
David: “¡Tú eres ese hombre!” (2 Sam, 12, 4-7).
David se arrepiente, sí, no obstante tiene que hacer un castigo
importante y es que la espada nunca más se apartará de la casa
de David: “Por eso no se apartará ya de tu casa la espada...” (2
Sam, 12, 10). Además, y es el castigo que atañe a Betsabé, el
hijo que esperaban muere al poco de nacer.
Cuando este niño enferma, los padres se preocupan mucho y David
ofrece todo tipo de penitencias y ayunos, pero no se salva. Así
Dios los castiga, a él y a Betsabé. David, contra lo que se
pensaba, (2 Sam, 12, 18), reacciona de manera serena:
“Cuando aún vivía el niño, ayunaba y lloraba diciendo. ¡Quién
sabe si Yahvé se apiadará de mí y hará que el niño viva! Ahora
que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo volverle la
vida? Yo iré a él, pero él no vendrá ya más a mí” (12, 22-23).
Mientras, la vida en palacio sigue y David se vuelca en Betsabé
que vuelve a quedarse embarazada y esta vez da a luz a un niño
al que llamarán Salomón. De esta manera, Dios perdona a David,
ya que Salomón será el heredero de la corona, pese a que tenía
otros hermanos del resto de mujeres de su padre.
Betsabé fue muy activa en la sucesión del trono y aquí ya se la
presenta no como a la mujer pusilánime del principio, sino como
a una intrigante que hace lo que sea preciso para ayudar a su
hijo. Para ello cuenta con el apoyo de Natán. Adonías, el otro
hijo del rey, quiere proclamarse rey a espaldas de su padre. La
situación es muy delicada hasta que David, aconsejado por Natán,
designa a Salomón como su heredero y organiza unas ceremonias
muy complicadas para que sea efectivo.
Betsabé, pues, se ha salido con la suya y acaba siendo “madre
del rey”, con lo cual sus poderes van a ser importantes, aunque
sigue siendo irreflexiva y acaba causando la muerte de Adonías
al interceder por él frente a su hijo y pedirle permiso para que
se case con Abisag, que habían buscado para David, pero que el
rey, ya viejo, no quiso aceptar. Salomón interpreta erróneamente
esta petición y piensa que Adonías quiere quitarle el trono y lo
ordena matar. Salomón recibe a su madre con todos los honores (1
Re, 1, 16-31) pero le responde muy adustamente cuando sabe el
motivo (1 Re, 2, 22). Betsabé, en su inconsciencia, es la
causante de la muerte de Adonías.
Bien curioso es este perfil bíblico de Betsabé, mujer pasiva,
que se deja hacer, imprudente, pero también astuta, firme y
bondadosa, en ciertos momentos. Una figura llena de luces y
sombras, de carne y hueso, que figura en la genealogía de
Jesús:”Jesñe engendró al rey David, David a Salomón en la mujer
de Urías” (Mat, 1, 6).